El Barcelona ha cumplido los pronósticos al deshacerse del Madrid, pero ha sufrido más de lo esperado al toparse con un rival muy ordenado, que se descompuso sólo en la recta final del partido. Los goles de Eto'o y Messi sellaron el triunfo de los de Guardiola.
Messi anotó en el último suspiro.
Juande Ramos ha desembarcado en el banquillo del Real Madrid con su plan de rescate bajo el brazo, y parece que llega con una máxima: el equipo blanco debe recuperar el orden (frente al estilo de Schuster, el anarcomíster). Y es que, a pesar de la cacareada superioridad azulgrana —los aficionados barcelonistas creían que el partido iba a ser como hacer rodajas de queso 'brie' con un cuchillo de sierra—, los de Guardiola fueron incapaces de hincar el diente, durante buena parte del choque, en la granítica superficie blanca.
Efectivamente, volvió a aparecer un atisbo de vida inteligente en el planteamiento madridista, por ejemplo, al utilizar una técnica como de embudo: dejar que los barcelonistas penetraran por el centro e inutilizar las bandas. Otro ejemplo: compactar las líneas madridistas —como si fuera un código de barras— para ahogar la creatividad de jugadores como Xavi. También hubo lugar para otras técnicas menos elegantes, como la de fustigar a Messi con un goteo continuo de faltas que apagaran su chispa. El planteamiento fue bastante defensivo, eso sí, pero hacerse el haraquiri ante 90.000 aficionados azulgranas tampoco se presentaba como la alternativa más apetitosa.
En todo caso, lo cierto es que la impaciencia y la incomodidad cundían en el Camp Nou conforme avanzaba la primera parte: el Barça no plasmaba su superioridad en ocasiones, la banda derecha del Real Madrid aguantaba el tipo y Messi no lograba hacer morcillas con los cuestionadísimos defensores blancos. Quizás, éste podría ser un buen resumen de la primera parte, añadiendo que la mejor ocasión estuvo en las botas de Drenthe, en un mano a mano ante Valdés, que el holandés resolvió con gran torpeza.
En el inicio de la segunda parte, el nerviosismo local no hizo más que crecer un punto, mientras el Madrid alimentaba a palazos sus posibilidades de dar la campanada. Tal vez la entrada de Busquets —no hubo noticias de Gudjohnsen— y cierto desmoronamiento blanco permitieron al Barcelona volver a sentirse como el anfitrión despiadado que arrolla a sus visitantes. Sin llegar a tal extremo, los de Guardiola suavizaban su juego y empezaban a ganar terreno, hasta el punto de provocar un penalti que no tuvo consecuencias merced a la estirada de un Casillas que volvió a brillar.
Sin embargo, en los últimos diez minutos llegó al capitulación blanca y los jugadores de Guardiola retomaron su mantra de juego y goles: el fútbol es una cosa más sencilla de lo que parece. Primero, con un gol de Eto'o, que se quitaba rabioso la camiseta en una celebración desesperada, arrancándose de paso la frustración del penalti fallado y la ansiedad de no haber doblegado al Madrid hasta el minuto 82. Ya en el minuto 91 Messi se dedicó a lacrar la rendición blanca con un gol de velocidad, desquitándose también de todos los minutos que habían transcurrido sin poder mostrar sus atributos.
En suma, un partido que deja al Madrid a 12 puntos, que certifica la superioridad moral que al Barcelona le otorga la práctica del culto reposado al balón, pero que también dibuja nuevas posibilidades en la escuadra madridista.
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