Han pasado más de 19 meses desde que la última película del director de 'Deseando amar' se proyectara en Cannes 2007. Cuando muchos empezaban a resignarse a no verla, llega este tríptico amoroso arrollador. Destacan también esta semana la italiana 'Il divo', el 'remake' de 'Ultimátum a La Tierra' y el terror 'made in Spain' de 'Aparecidos'.
Wong Kar-Wai fichó a unos guapos para no hacer lo de siempre. No cogió a dos chinos y los puso a conversar a la luz de las velas en un restaurante. Ni a echarse de menos teniéndose cerca. Ni a poblar sucios hoteles en busca de caricias de amor furtivo. El último Kar Wai se fundamenta en un guión que parece sacado de una novela pero que es original. Tanto es lo que se cuenta como lo que se podría contar y crees que ha quedado fuera preso de las marginadas páginas de un libro. Los personajes, interesantes todos, tienen vida propia, funcionan propulsados por el aliento del desamparo, de la soledad y de la búsqueda de uno mismo. Los destinos alcanzados por Jude Law, Rachel Weisz, Natalie Portman y Norah Jones son en cierto modo, o totalmente, optimistas.
El desencuentro de las anteriores cintas del director tiene, eso es indudable, más de una alusión aquí, pero el cine occidental pide cánones distintos. Gobierna un romanticismo menos estrambótico, más basado en palabras que en miradas, que tiene su metáfora en la deglución del pastel de arándanos ('blueberrys'), el patito feo de los pasteles, el que se queda desemparejado en el baile de graduación de los postres. Es el que elige Norah, como preludio de lo que acontecerá después. Muchas veces andamos un camino después de descartar todos los demás. Y en ocasiones funciona. Es sublime, como siempre, la fotografía (en esta ocasión de Darius Khondji, que no desmerece en absoluto a la del habitual Christopher Doyle), apoyada en cámara lenta que no molesta, que suena a afectada pero que enfatiza detalles en los que no es dañino fijarse. Los colores, cada mujer tiene uno propio, se difuminan y distorsionan hasta dar lugar a planos que parecen dibujados por un niño chico, el que todavía no ha aprendido a ceñirse a los bordes.
Cierto afan icónico, frases que se saben perdurables y el recorrido circular hacia un final no menos emocionante por esperado, hacen de ésta una película de culto inmediata, quizá menos sesuda y elaborada que la anterior cosecha de Kar Wai pero una elección segura en la lista de las cinco principales del año.
Valoración: 8’5/10
Los italianos reinaron en Cannes 2008. Arrancaron a los galos de las manos la Palma de Oro y, por si fuera poco, se llevaron el Gran Premio del Jurado en un ejercicio de trileros. Nadie esperaba que un cine de capa caída los últimos lustros emergiera con tanto vigor en el año que se esfuma. 'Gomorra', la niña bonita, se llevó el premio gordo sin ningún tipo de paliativos (igual que se llevó el Premio de la Academia Europea y se hará con el Globo de Oro y con el Óscar, y por que no hay más…), e 'Il divo', que desazona según la ves, conmueve según la navegas, buceando entre sus episodios, y crece según la piensas, ha tenido la mala suerte de nacer a la vera de un árbol robusto, polémico (amenazadoramente mortal para Saviano) e hipertrofiado.
Su liga es la de contar mucho con muy poco; nada menos que siete legislaturas del supuestamente corrupto ex primer ministro Giulio Andreotti con el minimalismo interpretativo del coloso Toni Servillo, premiado en Europa tanto por su papel en 'Gomorra' como por su encorvada mimetización con el tétrico político. Las contadas escenas histriónicas de las que hace gala quien gobernara en Italia la pasada media centuria no sirven sino para acentuar el contraste con lo ladino, diabólico y calculador del perfecto heredero del Don Vito de Brando. De difícil asimilación para los ajenos a la política transalpina por la cantidad de nombres que baraja, juega la baza del narrador omnisciente y demiúrgico, lo cual resta un poco de crédito al montante final pero ni un solo ápice de potencia narrativa. Cine para disfrutar sufriendo.
Valoración: 8/10
Surge la cacareada pelea de por qué revisitar lo viejo si antes era perfecto. Cada nueva versión, sobre todo si es hollywoodiense, se encuentra en tela de juicio por sugerir la vagancia de los creadores. No hay más que proponer un 'remake' a un gran estudio para que la cotización en bolsa de la obra precedente suba chorropotocientos puntos. Sin conocer el resultado final. El solo hecho de pisar el camposanto ya revierte ciertos intereses. Nadie que no sea un ídolo de 'frikis' (Rob Zombie, Peter Jackson, Michael Haneke) puede poner las manos encima de una cinta vieja (y fíjense en que ni siquiera digo clásica) sin levantar polvaredas cargadas de airados insultos. Y hasta aquí acaba mi estéril defensa del derecho a rearmar lo antiguo para insuflarle vigor ‘dosmildiecista’ porque el sujeto de mi estudio, la nueva versión de la obra de Robert Wise es una vergüenza ajena tras otra.
No funciona como apología de la defensa de la naturaleza y de los recursos terrestres ni como herramienta de denuncia contra la política arbitral estadounidense. No funciona siquiera (y esto es pecado mortal) para que nos recreemos con la otras veces magnética presencia de Jennifer Connelly. Siempre he defendido que debería aparecer en cada película que se filmara. Ahora corrijo: "En todas menos en esta", pues parece contagiarse de la pereza interpretativa que desprende el marciano zen Keanu Reeves. Alarargada sin razón (se pierde en preámbulos cuando Wise daba el pistoletazo en vértice de tensión), ni siquiera aporta avances deslumbrantes en el campo de los efectos especiales, acaso una de las únicas pegas de su revalorizada nodriza. No puedo esperar a que pateen el culo al hijo de Will Smith en la nueva saga de 'Karate Kid'.
Valoración: 4/10
La música de 'Su Majestad Minor' resulta tan incómoda, tan vulgar, como al hombre moderno le resultarían las estatuas pintadas de los griegos, el Partenón de colorines. Tragedia, farsa bufa, un mundo entre lo primigenio y la palabra. Dionisos encuentra su lugar entre paletos. Tal vez Annaud haya captado el espíritu del tiempo, "mucho antes de que naciera Homero". Extraña fusión de Pasolini, Kusturica y Aristófanes, pero aprovechando lo más grotesco y lo más grosero de los tres (olvidemos determinados pasajes de Aristófanes y determinados momentos de Pasolini). Y, luego, Shakespeare. Fascinado por la –no puede ser sino tramposa- recreación ambiental y de tipos, aún no sé por qué ha hecho Jean-Jacques Annaud esta película.
Nota para subtítulos:"Il est fait comme un rat" no significa "Es como una rata", sino "Está perdido", "No tiene nada que hacer": "Está atrapado como una rata en una ratonera".
Valoración: 4/10
Vuelta atrás en el tiempo de la que lo único que chirría es lo muy inverosímil del hombre con poder que se molesta en perseguir personalmente (y un, creo, "detrás mía"). Por lo demás, muy bien Ruth Díaz, muy bien Javier Pereira, ¡la niña!, madre, padre, los magníficos efectos, ritmo, clima.
El tiempo es el lugar en el que pasa todo. Huir del tiempo es algo que sólo puede hacerse saliéndose del tiempo. Se muere uno y todo lo que deja tras su muerte en el tiempo queda. Los bienes terrenales, para el tiempo de aquellos que los pillen. Los bienes corporales, el tiempo los disgrega y los mete otra vez en el tiempo. A circular. Los bienes espirituales, la bondad, las maldades, el tiempo los conserva, de preferencia las maldades, que están en el origen de nuevas cadenas de maldad y que son con frecuencia producto de cadenas de maldad anteriores. La huella que dejamos y la huella que en nosotros deja el tiempo.
Son los años sesenta. En Argentina, el tiempo no era bueno. Yo creo que llovía. La bestia chapotea en el barro, donde la tierra se mezcla con el agua y con la sangre.
Una propuesta diferente que debería tener (cabe esperar que tenga) una acogida benévola en la crítica y un público entregado.
Valoración: 6/10
El que para que no se rompa el equilibrio de la naturaleza haga falta preservar especies como el tiburón nos lleva a concluir que Dios tiene una mente complicada. No ya el mal como opción y que el hombre se salve o se condene, que sea responsable de sí mismo (la libertad es no parar de correr sobre el filo), sino esos animales que no hacen otra cosa que darte dentelladas, picar, envenenarte, escurrirse por la cocina o en el sótano; esas enfermedades, que nos llevan del incordio a la tumba; esas catástrofes naturales (Dios lo quiere): terremotos, tormentas, inundaciones, incendios, cobradores de Hacienda: ¿en qué son necesarias para el libre albedrío? ¿No podría la criatura humana ser juzgada sin ellas? ¿Qué aportan al eterno problema del bien, bien entendido? El Verbo es inefable –así que no hay manera de entender lo que quiere-.
'Tiburón, en las garras del hombre' estas preguntas no se las plantea sino la vieja cuestión que Peris revelaba a sus lectores: 'El hombre es un hombre para el lobo'. El hombre muerde. Está el bicho tan tranquilo en su hábitat y viene el hombre con sus redes de arrastre, su pesca deportiva y su sopa de aleta de tiburón en los restaurantes. El hombre es el castigo de Dios a la naturaleza que, como Dios no le ha dado –parece- inteligencia, no se entera.
Ecológica película emotiva, siempre que no te bañes donde no hay que bañarse.
Valoración: 6/10
*Federico Volpini y Alberto Moreno son nuestros colaboradores de cine.
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