Europa se vuelve a hablar con Rusia, pero todo huele a gas

La Unión Europea decidió ayer relanzar las negociaciones con Rusia para suscribir un nuevo acuerdo de Cooperación entre Bruselas y Moscú, y acabar con el «invierno» diplomático que se abrió entre ambas capitales tras la guerra relámpago con Georgia en verano pasado. El Consejo Europeo condenó entonces la decisión unilateral de Rusia de reconocer a las regiones separatistas de Osetia del Sur y Abjasia, y expresó su preocupación por el desmesurado uso de la fuerza que desplegó el Ejército ruso contra los georgianos.

El conflicto entre Georgia y Rusia enfrió las relaciones.

La luz verde de los ministros de Asuntos Exteriores europeos —con la excepción del representante lituano— allana el camino para la celebración de la cumbre UE-Rusia en Niza a finales de la semana, un gesto que «no es un regalo para Rusia», según la comisaria de Relaciones Exteriores, Benita Ferrero-Waldner, pero necesario, ya que «es importante modernizar nuestra asociación, especialmente en seguridad energética».

La cuestión energética define las relaciones entre Rusia y los Veintisiete, según coinciden en señalar múltiples observadores. Pero las opiniones se dividen entre quienes consideran que no se puede confiar en Rusia como suministrador de energía porque la utiliza como arma política y a quienes les preocupa, ante todo, la incapacidad de Rusia para proveer a Europa de las cantidades de gas que necesita.

En la actualidad, Rusia vende a los europeos un cuarta parte del gas que consumen y la Unión es el mayor inversor extranjero en el país de Putin. Las previsiones indican que esa interdependencia no va a cambiar en el medio plazo.

Los estados miembros más antiguos, como Alemania e Italia, que compran mayores cantidades de gas a Moscú, «tendrán mucho cuidado de no extralimitarse en sus críticas a Rusia», señala Katinka Barysch, vicedirectora del Centre for European Reform (CER) y coordinadora del estudio: «Pipelines, politics and power; The future of EU-Russia energy relations(.pdf, en inglés)». Los nuevos países miembros, sin embargo, opinan que «el arma energética» que blande Rusia contra Europa «es una razón más para que Bruselas endurezca sus políticas frente a Moscú», dice Barysch.

Pierre Noel, investigador del European Council of Foreign Relations (ECFR), considera que la obsesión actual sobre la dependencia europea del gas ruso pierde de vista una cuestión fundamental: que Moscú lo utiliza para dividir y debilitar a Europa políticamente.

«La relación energética con Rusia se ha convertido en un arma de división entre los Veintisiete y es una de las principales causas del fracaso en el desarrollo de una política exterior común hacia Moscú, en un momento en que Europa la necesita más que nunca», señala Noel en su último estudio, «Beyond Dependence: How to deal with Russian Gas».

El autor subraya que la actual estrategia europea en relación a la diplomacia energética de Rusia —basada en fomentar fuentes de energía alternativa, impulsar las relaciones con otros países exportadores de gas y en presionar a Rusia para que firme acuerdos reguladores— no tendrá eficacia a menos que se cree un mercado único del gas dentro de las fronteras de la Unión.

Los principales destinatarios del gas ruso, Alemania, Italia y Francia, tienen un mercado diversificado en el que operan distintos proveedores, señala el estudio, mientras que otros países europeos del Este, como Bulgaria o Lituania, compran mucho menos gas, proporcionalmente, pero tienen a Rusia como único vendedor. Y al no existir un mercado único de gas, no es posible transferirlo de unos países a otros, dentro de las fronteras de la Unión cuando se produce una crisis de la oferta.

«Eso hace que los Estados europeos del Este se queden en una posición de absoluta dependencia frente a Moscú, casi como 'guerreros de una nueva Guerra Fría' (…) mientras que Alemania o Italia obtienen los beneficios económicos de su cómoda relación con Rusia», argumenta Noel, quien sostiene que hay una falta de voluntad política por parte de esos países para introducir las reformas que conducirían a un mercado único de la energía. Eso permitiría, según el autor, «europeizar» los grandes contratos bilaterales con Gazprom, facilitar el acceso de los países del Este a gas de procedencia distinta a la rusa y hacer que Europa le hablase a Rusia con una sola voz.

Para otros observadores, como Christian Cleutinx y Jeffrey Piper, coordinadores del diálogo bitlateral sobre energía que se lanzó en la última cumbre entre Rusia y la UE, el mayor riesgo es que «Rusia no está invirtiendo lo suficiente en la exploración de nuevos campos y por tanto puede que sea incapaz de responder a la creciente demanda de gas de los europeos».