Los habitantes de la ciudad peruana de Tacna entierran indignados a sus muertos

Tacna (Perú).-  La ciudad peruana de Tacna se vistió de luto en la tarde de hoy al enterrar a las dos últimas víctimas de los disturbios del martes pasado, tan graves que motivaron la declaración del estado de emergencia en toda esta región del sur.

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(EFE)

Familiares y amigos asisten al funeral de Christian Chambilla Huarcaya en Tacna (Perú), en el segundo día desde que el Gobierno declaró el Estado de Emergencia en toda la región.

Un bebé de cinco meses, hijo de dos humildes pobladores aimaras, y un taxista de 38 años fueron enterrados tras las sendas autopsias, que en ninguno de los dos casos han contentado a sus allegados.

En el cementerio de Pocollay, en la barriada de Ciudad Nueva, un amontonamiento de viviendas de adobe, cañas y ladrillos entre caminos polvorientos, un hoyito de apenas medio metro de largo esperaba el ataúd blanco de Christian Chambilla Huarcaya.

El pequeño, que padecía una infección pulmonar, inhaló los gases lacrimógenos que el pasado martes inundaron el barrio y, cuando sus padres corrieron con el niño a la posta médica, éste ya llegó cadáver.

Tacna, con sus autoridades regionales al frente, lleva ocho días levantada en un paro cívico en protesta por la aprobación en el Congreso de una ley que modifica la distribución del "canon minero", la parte que las regiones reciben del Estado por las rentas obtenidas por la explotación de los recursos mineros.

Los padres de Christian, que apenas saben hablar castellano, no pudieron articular palabra ante el féretro blanco de su hijo, cubierto con una banderita peruana y regado por pétalos de flores blancas que le lanzaban todos los vecinos.

Fue la hermana de Christian, Marleny, la que explicó las tristes circunstancias de la muerte del bebé, que resumen bien las condiciones en que viven los pobladores andinos que emigraron a las ciudades peruanas de la costa.

Ante la exigua tumba, Marleny explicó que en la mañana del martes llevó a su hermanito a la posta médica porque tosía, pero no lo quisieron atender.

Cuando volvió por la noche con el niño muerto, las enfermeras de la posta le pidieron que no dijera a nadie que el bebé no había recibido atención o les negarían "hasta el dinero del seguro para enterrar al niño".

Esta mañana un representante de la Fiscalía, flanqueado por dirigentes policiales y militares de Tacna, descartó el efecto de los gases lacrimógenos y achacó la muerte de Christian a "malformaciones congénitas, una infección patológica y falta de higiene", e incluso describió las orejas y ojos desparejados del bebé.

Tan cruda fue su descripción que un periodista regional se le encaró y le preguntó si "estaba describiendo a un monstruo" en lugar de a un bebé y por qué no hacía alusión alguna a los otros dos cadáveres de los que se sabe con certeza que han muerto por balazos (uno muerto el sábado y otro el martes).

Y es que la muerte de Ronald Gamarra, caído casi al mismo tiempo que el bebé Christian, pero en otro barrio, también ha indignado a sus vecinos: un taxista de 38 años, deportista y aficionado al voleibol, que el día de los hechos se encontraba haciendo "footing" cuando una bala le sorprendió al incrustarse en su abdomen.

Cuenta César Salizar, uno de los mejores amigos de Ronald, que la Fiscalía -de la que depende la morgue- les ha entregado un informe en el que se certifica sencillamente que murió por un disparo.

Salizar, que insiste en que tanto él como Ronald son gente pacífica y poco amiga de meterse en líos, se queja porque no han querido darles detalles sobre la bala, para poder al menos saber si fue disparada por arma de policía, de militar o de otro tipo, y añade otro detalle: su amigo se desangró durante una hora porque la policía no dejaba entrar al barrio a los coches de bomberos.

En el cortejo fúnebre que acompaña a Ronald abundan amigos suyos del voleibol, gente apolítica que no se pone de acuerdo sobre si el ejército -al que se encargó el orden público en la región desde ayer- ayuda a calmar los ánimos o los está encrespando.

Ronald tuvo derecho al menos a una tumba digna pagada por la municipalidad de su barrio, al responso de un cura católico y a una caravana de coches y autobuses que le acompañó hasta su última morada en el "Parque del Recuerdo".

Muy otro era el ambiente en el cementerio de Pocollay, donde los aymaras tuvieron casi que rogar a un pastor protestante que rezara un responso y más tarde un joven del barrio conocido como "Chaski" improvisó con su charango un "huayno", una triste balada andina que encogió el corazón de los presentes mientras se marchaban en fila india.