¿Quién no ha visto las espectaculares imágenes de barcos varados en medio de la estepa? ¿Cómo olvidar un testimonio tan elocuente de la desertificación y la sequía? Durante años, el agonizante mar de Aral ha servido de icono del desastre ecológico manufacturado. Ahora la situación ha dado un vuelco: el gran lago de Asia Central ha dejado de contraerse y experimentado una modesta aunque notable recuperación; una buena muestra de cómo, si hay voluntad, se pueden reparar los estropicios ambientales.
El sino del cuarto mar interior más grande del mundo constituye una acusación inapelable de las políticas desarrollistas ejecutadas sin miramientos con el medio ambiente. Su cuenca fue vaciada por canales trazados en la era soviética, con la finalidad de irrigar extensos cultivos de algodón (casi siete millones de hectáreas). El clima regional pagó las consecuencias: privados de su efecto moderador, los veranos se tornaron más tórridos, los inviernos más gélidos y prolongados, y las estaciones más secas; aparte de las tormentas de polvo levantadas con los sedimentos de su lecho. Y a nosotros nos legó unas dolorosas enseñanzas de cara a estos tiempos de trasvases.
Afortunadamente, el desquicio ha tocado fondo; mejor aún, ha comenzado a revertirse. Un dato contundente: la antigua ciudad costera de Aralsk, que hace tres años se situaba a cien kilómetros del mar, ahora se encuentra a tan sólo treinta de sus orillas, informa la enviada de 'Le Figaro' a Kazajistán, país que comparte sus aguas con Uzbekistán.
¿Cómo ha operado el milagro? Sencillamente, por el impacto de la presa Kok-aral. Construida por el gobierno kazajo con la ayuda del Banco Mundial, la infraestructura de trece kilómetros de largo contiene las aguas del río Syr Daria, permitiendo el rellenado de la exhausta cuenca. En tan sólo tres años, la superficie del Aral ha pasado de 2.550 a 3.300 kilómetros cuadrados. En paralelo, se han reducido los tóxicos niveles de salinidad, facilitando el retorno de los peces y la resurrección de la industria pesquera.
Gracias a ello, su desaparición, prevista para el año 2020, no tendrá lugar. Para el gobierno kazajo, salvar la vida del mar de Aral era una cuestión de honor nacional, una reparación simbólica de los desastres sufridos por el país bajo el régimen soviético. El Banco Mundial, que ha financiado tantas presas causantes de desaguisados hídricos, tiene hoy un motivo para congratularse. "El retorno del mar de Aral del norte muestra que los desastres causados por el hombre pueden revertirse al menos parcialmente, y que la producción de alimentos depende de una apropiada gestión de los escasos recursos hídricos y ambientales", ha dicho su presidente, Robert B. Zoellick.
Barcos encallados en el Mar de Aral
Pero la salvación no será total. La recuperación se circunscribe al llamado Pequeño Mar de Aral, la más pequeña de las dos partes en las que se divide el mar originario. La sección meridional prosigue su desecamiento a toda marcha, entre niveles de salinidad y contaminación increíbles. Aquí no se choca con dificultades técnicas sino políticas, ya que poner de acuerdo a los gobiernos kazajo y uzbeco requiere una hazaña superior a la de cualquier proeza hidráulica. Se añaden las constricciones económicas: Uzbekistán no puede/no quiere prescindir de los cultivos de algodón -su principal producto de exportación-, por lo que seguirá esquilmando los afluentes del Aral Sur.
Previsiblemente, las aguas del Pequeño Mar continuarán subiendo, ayudadas por una nueva presa actualmente en construcción; y en 2011, los barcos volverán a zarpar del puerto de Aralsk. Pero nadie espere que las cosas retornen por completo al estado inicial. El milagro ecológico no borrará todas las secuelas de la catástrofe ambiental.
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