Escuchar una canción que hace años ni oíamos ni siquiera tarareábamos en la ducha puede producirnos un nudo en la garganta o dibujarnos una media sonrisa tirando a estúpida. Hay demasiadas canciones que aun tratando de cualquier asunto, siempre terminan hablando de nosotros: de nuestra vida pasada. Que sea un nudo o una sonrisa lo que la canción nos produzca depende del recuerdo aislado o etapa de nuestra vida a la que esté inevitablemente ligada.
Ann Beattie.
Las canciones siempre nos parecen oportunas. "Suene el disco que suene, siempre resulta pertinente", dice Charles, el joven protagonista de la estupenda novela que hoy presentamos: 'Postales de invierno' de Ann Beattie .
Pendientes de todas las noticias que desde Libros del Asteroide llegan al planeta Tierra, recibimos el mes pasado este 'aerolito' de portada azul y paisaje nevado que, a pesar del calor que sus páginas conservaban aún de la imprenta (como si hubiera atravesado la atmósfera para caer junto a nosotros), producía al leerlo el mismo frío que hizo tiritar a sus primeros lectores en 1976. Sobra decir que la novela nunca había sido traducida en España y que su autora era prácticamente desconocida. Pero hagamos como Charles (el protagonista) y no tratemos de comprender lo que sucedió entonces sino qué hacer para que aquello deje de suceder. De momento, Asteroide, de la mano del prologuista del libro, Rodrigo Fresán, anuncian una perfecta novela fotográfica de la misma autora. Y nosotros, Tipos Infames, aseguramos que desde Asteroide llegarán muchas más sorpresas: la última 'Vida de Manolo' de Josep Pla.
En primer lugar alguna advertencia. Si escribo que se trata de una "novela generacional" construida en gran parte a base de diálogos, más de uno arrugará la nariz para enseguida dejar de leer este artículo y buscar otra novela más acorde con sus gustos. Pero lo digo, y por eso se trata de una advertencia, porque esos mismos 'peros' a nosotros también nos rondaban y acabamos siendo derrotados por la intensidad de la novela desde sus primeras páginas. La desesperanza y el desencanto también pueden ser intensos; por eso mismo, que nadie deje de leer Postales de invierno. Dicho queda.
La condición de novela generacional no es un demérito para su lectura muchos años después si la disección de su contemporaneidad logra también representar algo propio e individual de cada uno de nosotros, convirtiendo el condicionamiento de una determinada época en un sentimiento universal. En este caso, lograr conservar el frío existencial de los jóvenes norteamericanos desorientados, desencantados y aturdidos tras el espejismo feliz de los años sesenta y del movimiento hippie.
Los personajes de 'Postales de invierno' viven sin motivaciones, salvo el paso involuntario de un día a otro. Charles es un joven de 27 años con un trabajo cualquiera y un sueldo bajo a final de mes (¿a alguien le suena esto?) enamorado —como última esperanza para su existencia— de Laura, con quien tuvo una breve relación (de la que leeremos una soberbia descripción entre las páginas 318 y 320 de la novela) antes de que ella volviera con quien ahora es su marido. Charles se aferra a todos los símbolos de aquella época: un dibujo de un pájaro rojo que le regaló la hija de Laura o un suflé de naranjas que ella le preparó y cuya receta busca (como si fuera el Grial ) a lo largo de la novela.
Y junto a él, la esperpéntica figura de su madre Clara, con frecuentes visitas al hospital (psiquiátrico), hipocondríaca y demasiado aficionada a las inmersiones interminables en la bañera de casa acompañada de mantas eléctricas; su inseparable amigo Sam, recientemente despedido de su trabajo vendiendo chaquetas y que se muestra como un eterno parado ejemplar; Susan, la hermana pequeña, estudiante de medicina que ruega por un futuro mejor que el de Charles; la ex novia lesbiana de Charles (Pamela) que llena su casa de libros feministas que él no se atreve a leer; y Tod, su padrastro, atado a la locura de Clara y cuyo único interés es comprarse un coche y la calidad de una determinada marca de cera para la carrocería del coche.
Portada del libro.
Una generación sin ídolos que pasan el día encendiendo la radio del coche para dejarse sorprender por lo que suene y esperando lo nuevo de Bob Dylan.
El día a día de estos personajes pasa entre las canciones que suenan en la radio: Janis Joplin, el citado Dylan, Billie Holiday, Donovan, Elvis Presley, George Harrison, Lennon, Ry Cooder, The Rolling Stones, Keith Jarrett…(por cierto, completamente de acuerdo con Fresán, al decir que uno de los más célebres descendientes de Postales de invierno es la sobrevalorada 'Alta fidelidad' de Hornby).
El vacío existencial, y el aburrimiento de la sucesión de días donde todo es predecible, se trata de llenar de —magníficos— diálogos donde apenas se habla de nada y se repiten constantemente las mismas obsesiones y preguntas: el suflé de naranjas que Laura preparaba, ¿se lo preparará también a su marido?; la imposibilidad de Sam para entrar en la universidad para estudiar derecho, ¿debe comprarse o no un perro?...
Diálogos que en más de una ocasión rondan el absurdo. "-¿Te acuerdas que me llevaste al zoo y de que me enfadé cuando te pregunté qué hacían las jirafas para divertirse y tú me dijiste ¿Cómo van a hacer algo?". O la recurrente pregunta sobre el rumor de si Rod Stewart ha muerto o no, que hacen de la inseparable pareja formada por Charles y Sam una especie de Estragon y Vladimir que esperan su futuro como al desconocido Godot, sentados en casa o conduciendo por las calles de la ciudad con la radio puesta.
¿El final? Parece un final feliz que no termina de acabar (como dice Fresán en el prólogo), como si Ann Beattie hubiera decidido eliminar unas cuantas páginas del final, que inevitablemente imaginamos triste, completamente helado, como hizo con las primeras páginas de la novela, que empezamos a leer como si ya hubiera empezado sin nosotros.
* Una curiosidad: Libros del Asteroide abrió en myspace un lugar dedicado a Postales de invierno donde puede escucharse mucha música de la que aparece o hubiera podido aparecer en la novela. Un complemento perfecto para su lectura y una buena iniciativa, ¿no?
* Sobre Ann Beattie: si después de leer esta novela tienen más ganas de "suflé de naranja" hay una traducción de un relato de la autora rondando por internet: 'Janus'; y en la 'Antología del cuento norteamericano' que editó Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores en 2002 también puede rastrearse algo más.
Por cierto, en esta antología también puede encontrarse un cuento del gran y también apenas traducido Richard Yates, cuya 'Vía revolucionaria', autopsia del fracaso del 'sueño Americano', ya es inencontrable y bien podría seguir engalanando el catálogo de Asteroide (éste y otros títulos, ya puesto a imaginar, empezarían con prólogo de Fresán).
Y si no olvido algo más: eso es todo. Leed 'Postales de invierno' y reclamad más novedades editoriales como ésta.
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Me da un poco de vértigo: La desesperanza, el desencanto, la decada de los 70, el hippismo... Lo leeré. Disfruto con la contradicción. +
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