Entre las obsesiones de los arquitectos y urbanistas encargados de los grandes desarrollos de vivienda de las ciudades pioneras en la Revolución Industrial, estaba el generar un mayor intercambio entre las estancias interiores de las viviendas y el ambiente exterior.
En la película Sunshine, un astronauta de la nave Icarus II se recibe un baño de luz solar.
No sólo se trataba de evitar la inhalación nociva de los humos de cocinas y chimeneas, sino también de impedir la propagación de epidemias en condiciones de máximo hacinamiento, como las que se daban en las ciudades. En aras de una mayor salubridad, el sol jugó un papel muy importante al identificar los médicos soleamiento con salud.
No es que la arquitectura de épocas anteriores hubiera permanecido ajena a los aspectos volumétricos y espaciales de la luz natural, sino que, desde ese momento, el sol en todas sus facetas se convirtió en objeto central de la arquitectura, muchas veces sin quererlo.
Cuántos análisis sobre arquitectura y luz ha dado la crítica de arquitectura desde el movimiento moderno. Tantos como estudios sobre la obra de arquitectos cuyas construcciones podían ser leídas a través de la luz, penetrando por sus huecos, o qué carácter le confería la iluminación ambiental que lo rodeaba. En definitiva, odas a la luz difusa nórdica y epopeyas de la intensa luz mediterránea.
En todos estos escritos, daba la impresión de que la arquitectura se adaptaba a unas cartas ya repartidas, las de las propiedades de su propio sol. El arquitecto proponía y el sol disponía. La luz eléctrica o luz del hombre poco tenía que decir al respecto... hasta el siglo XXI.
El motivo por el que comencé a reflexionar sobre el tema surgió al investigar, por pura casualidad, diversas informaciones y propuestas todas ellas relacionadas con la luz del sol y la arquitectura.
'Tomando el sol' bajo la luz abstracta del Proyecto Perpetual (Tropical) Sunshine, instalado en Lyon, 2005-2008.
Por un lado, preparando una conferencia sobre Cine y Arquitectura, decidí analizar las ambientaciones de la película del británico Danny Boyle Sunshine (2007), una cinta de ciencia ficción con grandes dosis de verosimilitud. En esta película, un grupo de astronautas realizan una misión suicida para hacer estallar una carga nuclear en un sol moribundo, con el fin de salvar a la humanidad de un mundo glacial. Más allá de cualquier otra moralina pseudo-ecológica, la cinta ponía de manifiesto la dependencia psicológica y fisiológica de los rayos del sol para el ser humano.
Por otro, en un artículo del dominical de El país del pasado 28 de septiembre, los científicos vaticinaban como terminaría nuestro planeta dentro de miles de millones de años, con un sol gigantesco que engullirá a una tierra ya yerma por la ausencia del CO2, (sí, sorpresa, moriremos cuando se nos acabe el dióxido de carbono, cuyas concentraciones a pesar del efecto invernadero, son bajísimas si las comparamos con los periodos anteriores a la aparición del primer homínido).
Según todas las previsiones, el sol ha incrementado su energía en un 33% y la tendencia es que se haga cada vez más caliente.
Y si esto ya se sabe, ¿por qué se siguen realizando propuestas de futuro que anuncian la agonía de nuestro sol? La respuesta no puede ser otra que el miedo.
No es sólo que nuestra existencia dependa de él, sino que no podemos concebir una vida en la que se nos racionen ciertas dosis mínimas de soleamiento.
Acerca de este tema, nos llegan desde Suiza dos reflexiones en forma de propuesta arquitectónica. La primera es el proyecto Diurnisme del arquitecto Philippe Rahm, presentado en 2007 en el Centro Pompidou de París. La segunda, de la mano del equipo suizo Fabric, se titula Perpetual (Tropical) Sunshine, y se plantea como una instalación de arquitectura en espacio urbano.
Proyecto Diurnisme, del arquitecto suizo Philippe Rahm & Associates. Centro Pompidou de París, 2007.
El proyecto Diurnisme se plantea como la reproducción de las condiciones nocturnas en presencia de luz artificial perpetua. Resulta muy interesante la reflexión de partida que realiza el arquitecto para desarrollar su propuesta y que nos devuelve a la Revolución Industrial.
Rahm se basa en los estudios sociológicos que se realizaron cuando, a lo largo del siglo XIX, se instaló la luz eléctrica en las ciudades.
El principio generador del alumbrado eléctrico pretendía 'crear día durante la noche'. Pero un proyecto que a priori sólo habría de traer ventajas, ocasionó nuevas patologías a sus habitantes, como el insomnio, a la vez que motivó nuevos comportamientos que hoy perduran, como el noctambulismo.
En este sentido, Rahm se propone reinventar la noche como una extensión artificial de la mañana, reproduciendo físicamente las condiciones de la noche durante el día solar. Esto se consigue en una sala con luz artificial con longitud de onda superior a 600 nanómetros, que es percibida por los ritmos de la melatonina como niveles de noche real.
Proyecto Perpetual (Tropical) Sunshine, del equipo de arquitectos Fabric. Instalación en Lyon, condiciones nocturnas, 2005-2008.
En contraposición a esto, el equipo Fabric, plantea en su proyecto Perpetual Sunshine una arquitectura climática temporal que emite luz y calor. Mediante una pantalla compuesta de varios cientos de luces infrarrojas, son capaces de recrear las condiciones lumínicas y de temperatura de los rayos del sol situados en el paralelo 23 del hemisferio sur.
Este proyecto se define como una arquitectura desplazada en el espacio, en términos de tiempo y clima, que permite a sus usuarios disfrutar de un viaje virtual por el Trópico de Capricornio. Mediante instalaciones como ésta, se permite recuperar los espacios comunes de la ciudad y la ocupación de las terrazas de los cafés en situaciones de clima adverso.
El sol vuelve a estar presente como protagonista en estas propuestas. Sin embargo, ambos proyectos, a pesar de ser arquitecturas que convierten el sol en sujeto de su planteamiento, ya no dependen de él. Se valen de sus propiedades para encontrar nuevas vías de experimentación ambiental, de nuevo se recupera el control.
*María Asunción Salgado de la Rosa es doctora en Arquitectura.
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