Como todas las cosas buenas de este mundo, los DVD de 'Amélie', de Jean-Pierre Jeunet, habitan ahora, polvorientas, en el fondo de las estanterías con pedigrí. Hubo un tiempo en que la crítica le dio una amable palmadita en la espalda saludando su optimismo como si de un milagro cinematográfico se tratase. Una crítica de 'Fotogramas' en el mes de su estreno hablaba del gran mérito que tenía una película capaz de contener una idea en cada plano. Eran los momentos de sana ebullición y efervescente bienvenida, los momentos previos al hartazgo, al ocaso al que se refiere Sick Boy en 'Trainspotting', en el que todo, inevitablemente, deja de molar.
El fenómeno de la bella parisina es equiparable a uno que está por llegar, concretamente este viernes, el de Poppy, la protagonista de 'Happy, un cuento sobre la felicidad' ('Happy-go-lucky' en la lengua natal de su director Mike Leigh, que se aleja del tono serio y trascendental de su cumbre 'Secretos y mentiras').
Esta actualización del buenrollismo cosmopolita europeo tiene como pivote central a una profesora de guardería en la treintena, desgarbada y parlanchina que es incapaz de prescindir de la terapéutica sonrisa incluso cuando se da cuenta de que su nada curvilíneo cuerpo y su atosigante locura la hacen candidata a solterona perpetua. Pero ahí es donde reside su encanto, porque el faro que prende con su actitud sirve como promesa de bienestar para todos los desheredados de la tierra.
Trailer de 'Happy, un cuento sobre la felicidad'
Es toda una declaración de principios la escena inicial de la película que valió el Oso de Plata a la muy oscarizable Sally Hawkins, en la que pretende arrancar una palabra amable al más saborío bibliotecario del mundo. Poco después, irreductible en su tarea mesiánica de esparcir la felicidad por doquier, se da cuenta de que le han robado la bicicleta que la lleva a todos lados y ella sólo logra articular al cielo sin enfado, y huérfana de transporte, un: "Qué lástima, ni siquiera me pude despedir de ella". Esa es Poppy, el reflejo pop (perdóneseme la redundancia) de la alegría vital, no en forma de casamentera, como fue la criatura que encarnó Audrey Tautou, sino de profeta de la felicidad a tiempo completo. Habrá quienes interpreten la pureza de su alma como sinónimo de ignorancia en un mundo en crisis, pero lo cierto es que de vez en cuando nos hacen falta espejos alegres como el Roberto Benigni de 'La vida es bella' o como la novicia María de 'Sonrisas y lágrimas'.
El despliegue publicitario de la película de Leigh (en forma de estuche de lápices de colores y tijeras de pretecnología como obsequio para los periodistas en el pase de prensa), sin duda convertirá a Hawkins en el icono 'groupie' de la temporada, al modo de la Scarlett Johansson de ‘Lost in translation’ o los bichitos medio repugnantes, medio adorables de la 'burtoniana' 'Pesadilla antes de Navidad'. Al principio la amarán, y después vendrá el inevitable olvido, fraguado con frases como la que me dijo el crítico Mateo Sancho al amparo de un café: "No sabes cuánto daño ha hecho Amélie a los modernillos de este mundo". Mateo, va por ti, necesitas ración doble de 'Happy'.
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