"¡Boyero, hijoputaaaaaaaa!", cantaba a las tres de la madrugada un coro de jóvenes cinéfilos apostado bajo la ventana de mi habitación. El analista cinematográfico y un servidor de ustedes reposamos, ya se lo habrán imaginado, en las mismas instalaciones hoteleras. Mientras recuperaba el sueño, una vez apagado el ardor de los vocalistas, me entregué a la reflexión. Y comprendí en qué consiste el glamour de festivales como el de San Sebastián: un crítico de cine pone a parir una película y un crítico de televisión paga el pato sin poder dormir.
Uno de los participantes de 'El coro de la cárcel'
Una forma tan sutil como ingeniosa de sugerirnos que la tele y el cine caminan de la mano. Se deben a un propósito común: entretener contando historias. Incluso historias que sucedan entre rejas. TVE programó la nueva edición de 'El coro de la cárcel' el mismo día que el festival de San Sebastián estrenaba 'El patio de mi cárcel'.
La película genera dudas y no despierta pasiones. Deja indiferente, que posiblemente es lo peor que le puede pasar a una película. ¿Lo mejor? El contraste entre la dureza de la cinta, rodada en el estercolero, con la elegancia que desprendían las protagonistas asistentes al estreno. Los espectadores pasamos en sólo unos segundos de ver las heridas que dejan las chutas en las venas, y las pústulas de la enfermedad, a quedar deslumbrados por el satén de los trajes de noche, los cardados galácticos y los tacones de charol pisoteando la alfombra fucsia.
En 'El coro de la cárcel' (TVE) todo es más real, aunque parezca imposible tratándose de un reality televisivo. No hay actores, sólo reclusos. Quince presos que se están comiendo marrones importantes en la cárcel de Mansilla de las Mulas (León), y que tratan de evadirse durante unas horas participando en un concurso que tiene su razón de ser, su sentido…
"¿Has cantado antes?", pregunta el profesor a una de las presas. "Sí, en el karaoke de Soto del Real", responde con toda la naturalidad la futura concursante. Frases definitivas pronunciadas por gente con fecha de caducidad: "¿Que cuánto tiempo llevo en la cárcel? Va a hacer ahora… aproximadamente… 11 meses y un día".
Televisión pública. Eso es la nueva edición de 'El coro de la cárcel', programa que, curiosamente, se emite inmediatamente después de '¡Mira quién baila!', antítesis de la televisión pública. ¿Diferencias entre ambos? Sencillo. 'El coro de la cárcel' resulta triste y deprimente, pero también entretenido, vitalista, real y hasta útil. Seguramente porque no refleja la realidad de un sistema penitenciario lamentable, incapaz de asumir su verdadera misión: la reinserción. En la tele no les contarán que entre el 35 y el 55% de los presos consumen drogas en el interior de las cárceles, o que el 20% están coinfectados de hepatitis C y SIDA. Pero al menos dan voz a hombres y mujeres que sobreviven a duras penas encerrados en «el hormigón de una paredes que tienen pena».
'¡Mira quién baila!' es apología del despilfarro, de la sandez, de la superficialidad.
Cambiando de tema… El Festival de San Sebastián ofreció ayer un documental muy interesante: 'Déjà Vu'. Crosby, Still, Nash and Young, veteranos músicos que en su día se enfrentaron a la guerra de Vietnam, vuelven a la carretera en 2006 para realizar una gira contra Bush y su guerra de Irak. Buena música, un montaje con ritmo y algunas imágenes para completar nuestra historia personal de la infamia. El próximo viernes se estrena en salas comerciales. Y hoy, el guitarrista canadiense repite en Donosti: Jonathan Demme estrena su nuevo documental, «Neil Young Trunk Show: Scenes from a Concert», pese a que aún no ha realizado el montaje definitivo.
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Javier Pérez de Albéniz es El descodificador.Tiene un blog, una parienta, una niña, un perro, dos caballos, un huerto, un libro de Walt Whitman, una Gibson acústica del 78 con las cuerdas nuevas, todos los discos de Mississippi John Hurt, una foto de Kipling junto a otra de Johnny Cash, un mapa del Kala Patar (5.545 m)… Y una tele vieja que se ve como el culo.
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