Todo aquel que no haya asistido a un macroconcierto al estilo Madonna, Rolling Stones o Bruce Springsteen no sabe lo que es pasar penurias. Si bien te compras tu entrada de tres cifras con la mayor felicidad del mundo, sabes que sufrirás aglomeraciones, horas de espera y la más flagrante masificación, aunque siempre terminas repitiendo. Es una especie de masoquismo fan que te lleva a desplazarte a kilómetros de tu casa y a vivir condiciones que no soportarías ni en la peor hora punta del metro, y encima pagando. Anoche se repitió esta experiencia en Valencia, en el circuito de Cheste y con la misma Madonna, superando todas las expectativas de padecimiento conciertil y marcando todo un hito en estas lides.
Mucha gente abandonaba el recinto maldiciendo a Madonna en todos los idiomas, pero en realidad no podemos echarle la culpa del desastre a una persona que está a años luz de la vida real. Además, ella sólo quiere optimizar recursos: quiere una gira en la cual haya un mínimo de conciertos realizados en sitios de ingente capacidad. El Circuito de Cheste lo era, podía albergar a 60.000 personas, pero desde luego que no había una infraestructura para que toda esa gente pudiera entrar, estar y salir con dignidad y, lo peor, con garantías de seguridad. Pero no todo fueron desgracias en esta última parada del 'Sticky and Sweet Tour' de Madonna... Veamos si el balance queda positivo.
Ventura. Lo primero que llamaba la atención según entrabas al circuito eran las dos enormes letras M que colgaban a ambos lados del escenario brillando gracias a sus miles de cristales de Swarovski. Este detalle había caldeado mucho el ambiente previo porque se supone que los cristalitos habían costado un millón de libras, aunque luego en la realidad parecían más bien cortinas con purpurina. En cualquier caso, da una idea del despliegue de lujo y tecnología que circulaba por allí. Muy destacables también sus inmensas pantallas para las proyecciones, una de ellas un espectacular cubo que se desmontaba y se redistribuía por el escenario.
Desventura. Daba la impresión de que tanto despliegue desviaba la atención de las carencias de la propia Madonna, por todos conocidas y nada novedosas aunque en este tour más acentuadas. Además de haberse escuchado sonoros desafines, la diva no dio tanto espectáculo coreográfico como suele hacer habitualmente. Sí, son 50 años, pero en el Confessions Tour solo tenía 2 menos y su puesta en escena fue simplemente brillante. Lo más llamativo y agotador que hizo fue saltar a la comba durante un buen rato, una tarea que dejaría sin aliento a cualquiera... que no tenga un entrenador personal y un gimnasio en su propio domicilio, el caso concreto de Madge.
Ventura. Retomando el tema de la edad, hay que reconocer la buena forma física de Madonna recién alcanzada la cincuentena. Bien es cierto que ya no hacía las cabriolas del Confessions, pero los shorts le quedaban como a nadie. En las distancias largas parecía una cría.
Desventura. Y en las cortas daban pánico sus brazos cuajados de venas como cables, y sus manos extremadamente huesudas. Además, esos shorts que lucía continuamente eran el resumen del vestuario de esta gira, muy chandalero y bastante macarrónico comparado, de nuevo, con la elegancia del Confessions. Puede que haya encargado dos de los cambios a Givenchy, pero el resumen de sus estilismos fue pantalones rockys con tacón, algo de un gusto ciertamente dudoso.
Ventura. ¡Qué emocionantes los hits del pasado! 'Like a Virgin', 'Like a Prayer', 'La Isla Bonita', 'Music', 'Ray of Light'... Ahí el público enloquecía totalmente y ella hasta manifestaba alguna emoción.
Desventura. Se centró demasiado en 'Hard Candy', algo comprensible por ser el trabajo que está promocionando, pero que tampoco llegaba a encandilar del todo al respetable. Quizás un poco más con '4 Minutes', y yo creo que era por unas pantallas móviles en las que aparecía (el guapísimo) Justin Timberlake con el que hacía un dueto virtual. Además, fue una pena que destrozara el Hung Up en versión metalera (palabra, era puro heavy, nos hacía pensar que el próximo dúo lo terminará haciendo con Marilyn Manson) muy alejada de su espíritu disco original. También sorprendió bastante poco gratamente el grupo de folklore rumano que tocó una canción mientras Madonna daba palmas y animaba desde un rincón haciendo corrillo. En Confessions le dio por la música sufí, y ahora por los zíngaros; cosas de divas del pop.
Ventura. No nos olvidemos de Robyn, su artista invitada, que ofreció un conciertazo de poco más de media hora con el que definitivamente se consiguió meter al público en el bolsillo. Su curiosa forma de bailar, su excelente corte de pelo y su cierre espectacular con 'Every Heartbeat' dejó al público a puntito de caramelo (sticky and sweet) para lo que se avecinaba.
Desventura. El otro artista invitado, el DJ Wally López, no apareció por allí porque sólo estaba invitado al concierto de Sevilla. Bueno, al menos Madonna comenzó híper puntual a las 10, cosa que no sucedió en su parada de Londres, que provocó el caos total a la salida por la falta de transporte.
Ventura. Dado que Valencia está sólo a tres horas de Madrid, te puedes medio permitir ir y volver en el día, aunque tengas que dormir durante el viaje. Además, si no tenías coche propio, siempre podías acceder a Cheste (a 20 kilómetros de Valencia) con unos autocares que había fletado la organización que, por 14 euros ida y vuelta, te acercaban al circuito durante el día y te sacaban de él desde las 12.
Desventura. Si bien todo fue extremadamente puntual y a las doce en punto todos nos dirigíamos a nuestros transportes, nada funcionaba como estaba previsto. En los autocares había colas de hasta dos y tres horas para poder meterte en uno, y además iban llenos hasta la bandera, por lo que los euros que habías pagado por ellos ni siquiera te garantizaban ir sentado. Los coches no corrieron mejor suerte, ya que se vieron atrapados en un embudo a la salida del aparcamiento, que los tuvo alrededor de tres horas hasta que alcanzaron la carretera. Mucha gente se iba andando y luego hacían auto stop a la salida del atasco. Todo ello envuelto en una polvareda descomunal porque el párquing era de arena y, además, había una cementera no muy lejos. El ambiente más deseado para pasar tres horas de espera.
Ventura. La climatología fue benévola con los fans de Madonna, y no llegó a llover ni a hacer un calor excesivo. Hablando de benevolencia, los guardias de seguridad no ponían ninguna pega para entrar con bocadillos, bebidas o cámaras de fotos.
Desventura. Los guardias de seguridad sabían lo que se hacían, ya que comprar comida y bebida dentro del recinto era toda una odisea. En las barras había que pagar con tickets, que se adquirían a la entrada en una única zona; si te quedabas sin tickets a mitad del concierto tenías que atravesar por todo el público para comprar más. Además, si tenías la suerte de estar cerca del escenario te tenías que conformar sin comer ni beber porque no había nada medianamente cerca. Claro que mejor, porque había una alarmante escasez de lavabos que mucha gente suplía echándose al campo o con ingeniosos sistemas de botellas de plástico que no explicaremos aquí.
En definitiva, todo un espectáculo el Sticky and Sweet, un poco light comparado con la gira predecesora pero sin duda un lujo. Lo de quejarnos porque Madonna no baile lo suficiente es un poco de talifán, pero insistimos en lo grande de su show. Eso sí, a la promotora, Music Community, un rotundo suspenso por la mala organización y, en general, por la mala elección de un recinto sin preparación para asumir esta afluencia de público. Espero que casi 24 horas después no quede aún algún rezagado pululando por las afueras del circuito buscando la salida... De vergüenza.
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