El hermano Glotonio se queja de su cosecha de tomates: la roña se lo ha comido todo. Pero no dice que allá donde ha emplazado las matas, no da el suficiente sol como para que maduren los frutos. El muy bandido, coloca las plantas justo a la entrada de su casa, para dar la bienvenida con arrogancia y sepa el viento y quien sea, que en esa casa, la suya, el tomate es sagrado, que nunca toca nevera, y que con un buen aceite y un poco de sal, (y si te descuidas, unas láminas de atún recién cocidas y unas anchoíllas y cebolla y vinagre suave de sidra), la felicidad es lo que aguarda al visitante.
En nuestra casa tampoco hay suficiente sol en la entrada. Por eso colocamos la huerta en la parte trasera, donde, a pleno Sur, los tomates reciben el sol cada vez que emerge de entre estas nubes norteñas. Aún así hemos tenido problemas de roña, allá por Julio, con tanta lluvia. Aplicamos un par de días un poco de caldo bordelés a las matas, y vimos cómo cuatro plantas de entre veintitrés en total morían de pena. Réquiem por ellas.
De la experiencia de años anteriores tomamos decisiones dolorosas: tuvimos que talar avellanos fértiles, para que no hicieran sombra. El desalmado Salomón ( o sea, yo) decidió, que entre los tomates y las avellanas, prefería las primeras.
Luego tocó aguardar con paciencia, y ayudar a las plantas con la escarda, regarlas cuando el tiempo era seco con agua de lluvia recogida en el pozo; y capar las ramas chuponas; y amarrar cada mata por tres o cuatro lugares en los tutores... Y aguardar y aguardar y aguardar. Sin desesperar.
Las plantas de la casa del hermano Glotonio y las de nuestra huerta, son hermanas. Nos las procuró nuestra querida musa Sonia, llamada también La Divina. Al igual que en nuestra huerta, en su jardín maduran ahora los tomates, pues incluso en esto de la horticultura es ella avezada, la muy puñetera.
Los tres habitamos en una línea recta que, vista desde Google Earth, no abarca ni 5 kilómetros, aunque por medio exista toda una frontera y un río que lo marca todo: El Bidasoa. Sin embargo, la fortuna de los tomates ha sido diversa a ambos lados de la ribera.
Algún día el Gran Glotonio —a quien algunos llamamos también Pequeño Saltamontes— cederá, y se dará cuenta de que los tomates no maduran allá dónde su capricho anida. Que cada cosa tiene su aquél, y más en el caso preciso del tomate. Que incluso él, a pesar de su grandeza, ha de plegarse a las leyes de la Naturaleza.
Además, !qué coño!, menos lloriqueos, que organice funerales y despedidas, y las grabe en vídeo, si así le gusta, pero a sabiendas de que la mitad de nuestra cosecha, es suya.
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