CALGARY (CANADÁ).- Un grupo de cowboys de ojos rasgados camina lentamente hasta llegar a lo que a primera vista parece ser una taberna del siglo XVIII. Dejarán pasar primero a una pareja de niñas estilo hip hop que van saliendo de ésta, ajenas a la pegadiza música country que aturde desde los parlantes. Un poco más allá, un señor recién llegado de su India natal, portador de un vistoso turbante y botas de rodeo, hace equilibrio sobre un toro mecánico que no se dejará domar facilmente.
Esta escena nocturna y surrealista sucede en Calgary, Alberta, ciudad de poco más de un millón de habitantes y ritmo de pueblo grande. Es que acaba el mes de julio, y con éste el Stampede, autoproclamado el espéctaculo al aire libre más grande del planeta, y enteramente dedicado a las tradiciones del Lejano Oeste Norteamericano.
Durante 10 días, Calgary se transforma en una inmensa y variopinta película Western. Serios gerentes de banco cambiarán traje y corbata por jeans gastados y sombreros de ala, las fachadas de los comercios y bares simulan campestres provedurías de otra época, y la enorme población inmigrante, que llega casi a un 70% de la ciudadanía, abrazará con frenesí una cultura que les resulta tan ajena como divertida para dar la bienvenida a un mar de turistas procedentes de todo el mundo.
Un resumen del Stampede de este año.
Poco importan el descontrol, las advertencias sobre el abuso de bebidas alcohólicas, las protestas de las sociedades protectoras de animales (varios caballos mueren por accidentes en las carreras de carretas, máxima atracción del espectáculo de Rodeo), o las miradas resignadas de los descendientes de aborígenes que deben revivir cada año parte de un pasado sombrío.
Durante casi dos semanas, todo es fiesta. Cada mañana, se sirven desayunos gratuitos en distintos puntos del casco urbano, consistentes en panqueques, salchichas y café, con largas filas de entusiastas e improvisados vaqueros que gritan 'Yahoo!!!' ante cualquier provocación. Lo bizarro llega también a los ámbitos formales, no es inusual la escena de una entrevista laboral en la que tanto entrevistador como aspirante al puesto de trabajo porten sendos disfraces, a cual más ridículo, sin que esto altere en nada la seriedad de la reunión.
Todo termina con festivales de música, comida y fuegos artificiales que paralizan la ciudad, y la promesa de lograr el año próximo un Stampede aún más espectacular si fuera posible.
Los sombreros y las botas se guardan cuidadosamente en el ropero para ser desempolvados, otra vez, durante las pocas jornadas de este hito tradicional del corto verano canadiense.
Para no perderse, fanáticos (y no tanto) del Wild West.
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Muy buena nota, interesante cultura! +
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