Tres sugerencias para esta calurosa semana, de la cual el cine y su aire acondicionado puede ser un refugio. Tres películas muy distintas para que cada uno elija la que más le gusta: una peli yanqui de futuro crepuscular; un documental sobre un pederasta y un filme sobre una familia mongola. ¿Con cuál te quedas?
Si mezclamos un futuro crepuscular, causado por un virus semejante al de '28 días después', con una mujer guerrera cortada por el patrón de la Milla Jovovich de 'Resident Evil', a la que apoyamos con comando de élite, que poco a poco va cayendo como una tropa de moscas, al más puro estilo 'Alien', y aderezamos todo con un par de pinceladas de 'Un yanqui en la corte del rey Arturo' (quien, para salvarse, ha de luchar en un duelo a muerte como el de 'Gladiator'), casi hemos acabado. Pero, (¡unch!) aún queda una persecución automovilística salvaje, rollo 'Mad Max'. La chica, cuyo corazón es tan frío y tan puro como el de 'Terminator 2', se da cuenta casi al final de que es una simple herramienta en manos de su Gobierno corrupto, y, al final, como es la última mujer justa, acaba mordiendo la mano que le da de comer. Creo que es la única parte íntegramente original de la trama, aunque puedo equivocarme.
Advierto ruidosamente de que los testimonios que contiene esta película no sólo son turbadores sino que pueden indignar, molestar y herir permanentemente al espectador poco informado de la sinopsis. Éste es un documental que habla de los actos pedófilos llevados a cabo por el padre Oliver O'Grady, quizá el ser humano más cercano al demonio que jamás haya existido. La directora Amy Berg consiguió, Dios sabe cómo, salpicar su impersonal (raro en tiempos de Moore y Spurlock) y académico trabajo con el testimonio del abusador, quien en los 70 y en los 80 intimidó a una comunidad estadounidense tras otra, siendo trasladado siempre, en vez de frenado, por la jerarquía eclesiástica. Se denuncian manejos y corruptelas por parte del estamento católico, con o sin razón, pero de manera, eso sí, muy contundente, escupiendo cifras escalofriantes. Películas como ésta son las que te roban un poco el alma y te hacen ver que este mundo es acaso más feo de lo que dice el telediario. Un consejo: si siguen queriendo verla, es requisito imprescindible hacerlo en ayunas. No por lo que se ve, sino por lo que se cuenta.
Trailer en versión original.
De pequeños, mi hermana tenía una plancha cantarina. La colocaba en posición horizontal y emitía entonces el siguiente soniquete: "Tralaralarita, limpio mi casita; tralaralarita, plancho mi ropita; y todos los días, la misma tarea, más lo hago contenta, porque hay quien lo vea". Aquel incunable juguete arrojadizo hablaba del orgullo de cuidar lo tuyo, de lustrarlo y de velar por su 'statu quo'. Es lo mismo que hace el protagonista de 'Sueños del desierto', Hungai, quien vive en un 'yurt' (tienda de campaña típica de Mongolia) que se resiste a abandonar, aún cuando su mujer y su hija parten a la 'city'. Para él es más importante plantar árboles y que el páramo donde vive no sea engullido por el desierto que estar al lado de los suyos. La carrera es contrarreloj. Si no cumple con su salvífica misión en defensa del verde césped, perderá su honor. Eso parece más importante que velar por su hija, que se está quedando sorda en esta película muda . Vaya mi ignorancia por delante y me excuso anticipadamente para llamar al noble Hungai "valiente imbécil".
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