No me gusta Karim Rashid

La vida según Karim Rashid (El Cairo, 1960) es de color rosa. A mí me gusta el rosa. Incluso lo veo al alza. Algunos dicen que es el nuevo negro. Seguro que no es para tanto, aunque las pasarelas de hombre para el verano de 2009 están llenas de él. Pero, a mí, el mediático Karim Rashid no me interesa. Su obra es gris.

Con más de 2.500 piezas en el mercado —y eso que él mismo reconoce que su forma de vestir en rosa con las uñas pintadas en blanco, asusta a más de un posible cliente— me es difícil elegir una pieza que me atraiga. Para algunos críticos, su obra está llena de humor, pero está lejos de la ironía de Philippe Starck. Para otros, es un híbrido entre un diseñador y un artista, pero, ¿tiene alguna pieza que se acerque a la escultural de la tumbona de los Eames?

Cuando empezaba en esto, en el periodismo, alguien me dijo "cuando tengas que hacer un bodegón, pon siempre cosas de color. La foto llamará la atención". Parece que alguien le dijo esto mismo a él y así su obra es una apuesta por el color. "El color afecta a tu humor, a tu estado de ánimo, el ojo puede distinguir millones de tonos y colores. ¿Por qué tenemos que vivir en un entorno de negros y grises?", defiende. Pero su paleta de colores, sus formas parecen, me parecen, aptos para un mundo de Barbie . Un ejemplo, si el maestro Yves Saint-Laurent mezclaba el rosa y el naranja, la mujer era todo elegancia, si prolífero creador —se define así, como Starck— lo intenta, su obra se convierte en un juguete. Ver su sillón 'Loveseat' para Veuve Clicquot. ¿Lo mejor de este moderno 'Tú y yo'? El champagne (siempre delicioso).

De su discurso, aparte de su defensa del color, me apunto a otra de sus quejas:"Hay una extraña obsesión por aferrarse al pasado, nos hace sentirnos cómodos, pero el problema es que algunos siguen copiando lo que ya está hecho". Tiene razón.

Pie de blog: En su última visita a Madrid, para presentar su cubitera 'Globalight' —enfriador portátil con luz, edicción limitada, 2.800 € — para Veuve Clicquot, este amante de los libros, de la música —viaja con tres iPods— y del cine —Kubrick y Wenders— dio plantón a sus invitados. Una hora y media después de la cita seguía sin aparecer. Casi mejor. Tocamos a más rico, rico... champagne.