Hay poquitas cosas que a los Glotonios no nos gusta comer. Seguramente una de las excepciones más llamativas es el puto canelé, un pastelito francés que no hay Dios que lo trague, a pesar de la fama que tiene en Galia y de lo caro que es en la pastelerías. Hemos hablado de ello en un par de entradas.
No, el canelé no nos gusta y nadie nos convencerá de que es una exquisitez. Sabemos que es muy laborioso hacerlo, que es un dulce cargado de historia, que hacen falta aparatos complicados y procesos largos para su elaboración… Pero no. Ni pa Dios. Además, este pastel de los demonios, nos persigue obsesivamente.
Anoche hubo cena familiar en casa de uno de los glotonios para agasajar a parientes franceses que pasan por aquí unos días de playa. Diez a cenar, y este glotonio de cocinero: ensalada mixta, jamón del bueno, chistorra frita, pimientos del piquillo, tortilla de patatas como Dios manda (había niños), quesos y gateau basque con mermelada de cerezas de Itxasu, un rioja estupendo, que compramos al amigo Julián, café y licores, pacharán hecho con frutos de casa…
Hete ahí que la educación francesa impide presentarse a los lugares con las manos vacías. Ellos, que eran cinco, dos adultos y tres niños, tocaron el timbre con un paquetito bien moñoño en las manos. Cuando lo abrí retirando el lacito rosa, casi grito de horror: 15 putos canelés, 15, ni más ni menos. Pero en lugar de gritar, me salió una amplia e hipócrita sonrisa a la manera de ellos: magnifique! Merci. Qu’est que c’est bon!
Y se ha pasado media cena contándome al oído cómo lo hace, mientras los demás comensales hablaban de temas mucho menos interesantes. Y, además, me lo ha contado en francés. Casi me muero, de asco y de agotamiento.
Y para más inri, ella, Christine, impresionada por la alta estima que adivinaba en mi proceder, me dijo que los putos canelés los había comprado en no sé qué pastelería, pero que ella sabe hacerlos tal y como se lo enseñó su abuela, que era una artista como nadie. Que ella, Christine, tiene ahora todos los aparatos necesarios y que conoce los secretos para su elaboración. Y que, si le permitía contar toda la verdad, sinceramente, ella ha heredado muy buena mano para ello. Que la próxima vez me traerá una tonelada de putos canelés. Y pasó media cena contándome al oído cómo lo hace, mientras los demás comensales hablaban de temas mucho menos interesantes. Y, además, me lo contó en francés, pues no sabía otra cosa. Casi me muero, de asco y de agotamiento.
Cuando se fueron los invitados, lo primero que hice con los 14 que sobraron en el paquetito —pues fui el único que se sintió obligado a tragar uno de aquellos putos canelés—, fue dárselos a los perros de casa, a Santa y Tximi, auténticos cocodrilos omnívoros disfrazados de perritos. Evidentemente, ni los tocaron, guardando su voracidad para mejores asuntos. Son listos estos chuchos. No se parecen en nada a su amo. Afortunadamente.
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David de Jorge y Hasier Etxeberria, autores del libro "Porca Memoria" (Ed. RBA), publican y guardan aquí sus inspiraciones gastroliterarias. O algo así.
Me quedo con las ganas de probar el canelé este, será tan asqueroso como decís? Es que a mi Francia me queda muy lejos. +
A mi me pasa con el ladrillo-bizcocho que prepara mi suegra. Buena cara eso si, pero vomito sólo de pensar en su ladrillo semanal. +
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