El fútbol se tiñe de salmón

En estos días, la única diferencia entre un periódico deportivo y un diario económico es el color salmón. En plena escena deportiva ha irrumpido un nombre íntimamente asociado a la élite económica del país, todo un pez gordo: Juan Villalonga. El ex presidente de Telefónica va a tomar las riendas de la gestión de un Valencia que pedía a gritos una reforma.

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Juan Soler (en la imagen) cederá la gestión del Valencia a Villalonga.

Igualmente, en las páginas de los diarios, la presencia del presidente barcelonista Joan Laporta se ha multiplicado, debido a su posible dimisión. De hecho, en el seno blaugrana se escuchan últimamente más nombres de empresarios que de futbolistas. Las informaciones sobre aspectos organizativos y de gestión han relegado a un segundo plano las noticias puramente deportivas y han reavivado el debate sobre las relaciones entre el poder económico y el fútbol: ¿metástasis o bendición?

A un lado del debate se sitúan los románticos del balón, los puristas del juego, como el dicharachero técnico argentino Ángel Cappa, quien en una reciente conferencia llegó a asegurar que "el fútbol no tiene nada que ver con las empresas", o que "el placer de jugar ha sido reemplazado por la obligación de ganar a cualquier precio". Al otro lado, se sitúan, por ejemplo, los seguidores del Chelsea, el equipo inglés al que el magnate ruso Roman Abramovich ha ascendido al olimpo balompédico. O los aficionados del Manchester United, ganadores de la última Liga de Campeones, y cuyos directivos son millonarios estadounidenses.

Vicente Martínez Orga, director de un máster en dirección de organizaciones deportivas, cree que la incursión del dinero en el mundo del balón es algo inevitable: "Un socio de base, sin grandes cantidades de dinero, no podría llegar muy lejos como presidente de un gran club". Y, entonces, ¿qué es lo que tanto atrae a los personajes de la economía? ¿Será el amor a los colores de un equipo determinado? ¿Qué ocurre, por ejemplo, en el caso de Villalonga? ¿Es acaso más valenciano que las fallas? Meses atrás, cuando empezó a rumorearse el desembarco del empresario en la orilla del Turia, el diario 'El País' recogió las declaraciones de una prima del empresario, histórica valencianista, en las que reconocía que el propio Juan Villalonga no era una persona "muy futbolera", pero que se trataba de "un gestor inmejorable". ¿Entonces?

Normalmente, según Vicente Martínez, los grandes personajes de la economía, "especialmente los constructores", coquetean con el mundo del fútbol por dos razones. La primera, en busca de "reconocimiento personal". Sería el caso de Joan Laporta, de quien se dice que su aspiración última es la de convertirse algún día en presidente de la Generalitat o en alcalde de Barcelona. La segunda razón es la de "establecer contactos, fomentar relaciones empresariales y buscar salidas profesionales". Así, tal y como reconoce Vicente Martínez, la presidencia de un equipo de fútbol es un escenario idóneo para impulsar negocios personales.

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Laporta, en el alero.

En ocasiones, la fórmula presidente-súper-empresario funciona a las mil maravillas. En otras ocasiones, no tanto. En todo caso, parece una operación bastante arriesgada, por aquello de poner todo el prestigio personal o los cimientos de un emporio constructivo a los pies de once chicos escasamente alfabetizados y que persiguen una pelota en calzones. Sin embargo, según se deduce de las declaraciones de Vicente Martínez, presidir un equipo de fútbol debe ser algo así como regentar un casino: la casa nunca pierde. Y es que, aunque los resultados se muestren esquivos, el reconocimiento personal y el establecimiento de contactos, por lo general, siempre funcionan: "Por mucho que digan, a la larga, siempre sacan beneficios", asegura el profesor de la Universidad Politécnica de Madrid.

Lo cierto es que el poder financiero ha ido afilando sus garras y sobrevolando en círculos a esa gallina gigante de los huevos de oro que es el fútbol. Las estrategias de máximo beneficio y rentabilidad, las claves de la gestión empresarial, se han ido apoderando del deporte (los equipos que compiten en la Liga inglesa han triplicado sus ingresos en la última década, según revela el último informe hecho público por Deloitte sobre las finanzas en el fútbol). No en vano, hace ya algunos años, el Real Madrid se convirtió en el primer equipo de fútbol, y una de las pocas empresas españolas, objeto de estudio por parte de la prestigiosa escuela de negocios Harvard Business School. En Inglaterra, algunos estadios de fútbol han adoptado incluso nombres de empresas. El Arsenal echó el cerrojo al mítico Highbury Park y se mudó al moderno Emirates Stadium, tras un acuerdo alcanzado con Emirates Airlines. Ahora, la Liga inglesa ha llegado hasta el extremo de debatir la posibilidad de celebrar íntegramente una jornada del torneo en el extranjero, para captar potenciales consumidores en los mercados emergentes.

De momento, la intención de Juan Villalonga parece ser la de devolver al Valencia a la élite del fútbol, esa de la que lleva algún tiempo apartado (un pesar aliviado a duras penas por la última Copa del Rey). De momento, la cima del fútbol europeo está ocupada por los equipos ingleses, como demuestra el hecho de que, en la pasada Liga de Campeones, tres de los cuatro semifinalistas fueron británicos. Curiosamente, en el último estudio de Deloitte, se dio la circunstancia de que, por primera vez, tres equipos del mismo país, Inglaterra, se encontraban entre los cinco clubes con más ingresos del mundo: Manchester United, Chelsea y Arsenal. La correspondencia entre buena salud deportiva y buena salud económica, ¿será casualidad? ¿o es que si un equipo pretende ser competitivo no tiene más remedio que plegarse a las exigencias mercantiles?