TOLEDO.- Todas las ciudades tienen sus misterios, sus romances trágicos, sus relatos sobre personajes célebres que los padres transmiten a sus hijos sin tener muy claro dónde acaba la historia y dónde empieza la fantasía popular. Pero pocas pueden igualar a Toledo, donde cada edificio, cada calle y cada rincón esconden un relato asombroso, de tal forma que uno puede recorrer entero su casco histórico saltando de leyenda en leyenda.
Una de las mejores formas de conocer la ciudad de las tres culturas es apuntarse a los paseos guiados que recorren a diario la ciudad, donde actores recrean muchas de ellas en los lugares donde ocurrieron, o simplemente preguntar a cualquier toledano, pues la mayoría son de dominio popular.
Estas son algunas de las leyendas relacionadas con los nombres de las calles, que forman un pequeño y romántico callejero, bastante útil para el viajero curioso. Según cuenta la leyenda...
Doña Sol y Don García eran dos enamorados que vivían en Toledo. Eran muy felices hasta que él fue llamado para ir a la guerra, y tuvo que partir hacia un futuro incierto dejando a su amada desconsolada. Doña Sol, con el afán de proteger a su prometido, acudía a rezar todas las noches a la imagen de la Dolorosa que había en una de las calles de la ciudad. Para evitar dormirse mientras pronunciaba durante horas sus plegarias, pidió al ama de llaves que la acompañaba que, cada vez que se le cerraran los ojos, le clavase un alfiler para despertarla.
Cuando amanecía, la joven recogía los alfileres que le habían atravesado la carne y los dejaba como ofrenda en la imagen de la Virgen. Pasados los años, Don García regresó sano y salvo, y se casaron. Desde entonces, muchas toledanas acuden a la hornacina situada en la calle de los Alfileritos, donde dejan un alfiler después de haberse pinchado con él para encontrar un hombre que las haga tan felices como lo era Doña Sol.
Don Felipe Pantoja estaba muy enamorado de Rebeca la Judía, la joven más guapa de la ciudad en aquella época. Pero ella no le hacía caso, por ser éste cristiano y por estar prometida a otro joven judío. Desesperado, el hombre acudió a una vieja apodada 'la Diablesa', que le hizo un filtro de amor. Esa misma noche, el novio de la joven murió inexplicablemente y, pocas semanas después, Felipe Pantoja había convencido a Rebeca para que se casara con él.
Pero en la noche de bodas ocurrió la tragedia. La joven murió inexplicablemente en los brazos de su esposo y un pavoroso incendio se desató en la casa de 'la Diablesa', falleciendo ésta también. La gente que vio el fuego, azulado y verdoso, juró que fue el mismo diablo quien prendió las llamas o incluso que con él "se había abierto la puerta del infierno". Como recuerdo a aquel suceso, el lugar donde vivía la vieja fue llamado el callejón del infierno.
Según cuenta la leyenda, en la calle del Hombre de Palo vivió, en el siglo XVI, un famoso relojero e inventor llamado Juanelo Turriano, que realizó grandes obras para la ciudad, entre las que se encontraba una ingeniosa instalación para subir al punto más alto de la ciudad el agua del río Tajo (una reproducción de este artefacto se puede ver en la Expo de Zaragoza, en el pabellón de Castilla-La Mancha).
Un día, que había quedado con unos amigos en la Catedral, apareció con un curioso acompañante: un ser de madera que caminaba a su lado con vida propia y apariencia humana. El 'hombre de palo' funcionaba con el mismo mecanismo de un reloj y durante sus primeros días de vida causó un gran revuelo entre los toledanos, que se agolpaban frente a la casa del inventor para verlo. Con el tiempo, se fueron acostumbrando a que el 'milagro de madera' se paseara de vez en cuando por las calles de la ciudad haciendo recados para Juanelo.
La iglesia de San Justo.
Dos familias protagonizan numerosas leyendas de Toledo por su encarnizada rivalidad: los Ayala y los Silva. En esta historia, que data del siglo XV, don Diego de Ayala se encaminaba a visitar a su amada, que vivía en la plaza de San Justo. Al llegar allí, se dio cuenta de que cinco de los hombres de don Lope de Silva la tenían apresada, y aunque le superaban en número, se enfrentó a ellos.
Sorprendentemente, logró arrebatarles a su amada, pero los espadachines eran muy hábiles, y era cuestión de tiempo que les dieran muerte. Se apoyaron los amantes en la iglesia de San Justo cuando, de repente, los sillares de ésta cedieron milagrosamente para que pudieran entrar en ella. Cuando los atacantes llegaron hasta esta pared, el hueco había desaparecido y la emprendieron con sus espadas contra el templo, sin lograr penetrar en él. Hasta que la iglesia fue restaurada, las hendiduras de las espadas podían verse en el muro.
Cuenta la leyenda que vivía en Toledo un zapatero cuya mujer murió, dejándolo sólo para cuidar a sus hijas y al frente de un negocio que iba cada día peor. Entró un día en la tienda un joven que le pidió que le fabricase unos zapatos que el zapatero realizó con maestría y rapidez. El cliente, que era estudiante y pobre, le dijo entonces que no podía pagarle pero que en cuanto tuviese dinero iría a saldar su deuda. El viejo zapatero, desconfiando de que aquello fuera verdad, le regaló los zapatos.
Pasados los años, el arzobispo mandó llamar al zapatero. Al encontrarse éste en su presencia se dio cuenta de que se trataba de aquel pobre estudiante. El arzobispo no sólo saldó su deuda, sino que le prometió mantener a sus hijas cuando muriese. Además, mandó construir el Colegio de Doncellas Nobles, que da nombre a esta calle toledana, en honor a las hijas del zapatero.
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