El deshielo de los polos está causando estragos en la cadena trófica marina, desde las especies más microscópicas hasta los grandes cetáceos. Así lo muestra el libro "Impactos del calentamiento global sobre los ecosistemas polares" que el investigador del CSIC, Carlos Duarte, ha presentado en Madrid.
Pingüinos adelia en la Antártica
El impacto del calentamiento global en la megafauna antártica no es tan perceptible como en el Ártico, donde la pérdida acelerada de hielo marino afecta a la supervivencia de especies como el oso polar. Sin embargo, una de las regiones australes donde ya se detectan cambios similares en la fauna es la Península Antártica.
Si bien la comunidad científica está sobre todo preocupada por la desaparición de la banquisa del Ártico en verano, en la Península Antártica la placa de hielo se está perdiendo a un ritmo de 152 kilómetros cúbicos al año, lo que equivale a un aumento global anual del nivel del océano de aproximadamente 0,4 milímetros.
El libro, publicado por la Fundación BBVA, detalla que "los efectos del calentamiento sobre la megafauna son múltiples, pero destacan dos tipos principales: los relacionados con la pérdida o ganancia de hábitat crítico, sin el cual la megafauna no puede vivir, por ejemplo, el medio físico necesario durante la época de cría de algunas aves y mamíferos marinos; y los que modifican las redes tróficas y tienen repercusiones directas sobre el alimento de los animales".
El krill es un eufausiáceo que constituye el 'menú' favorito para focas, lobos marinos, ballenas, pingüinos y otras aves marinas como albatros y petreles. Este crustáceo se alimenta de plancton marino y depende del hielo para sobrevivir, porque es precisamente ahí donde el krill encuentra algas de las que alimentarse y refugio frente a depredadores, sobre todo durante su estado larvario.
"Las densidades de krill características del primer tercio del siglo XX son difíciles de creer si se comparan con las cifras actuales", asegura Victor Smetacek, profesor de Bio-Oceanografía de la Universidad de Bremen (Alemana). Este investigador estudia una curiosa paradoja: ¿Cómo es posible que las reservas de este crustáceo hayan disminuido un 80% durante las tres últimas décadas tras la matanza de ballenas y la consiguiente disminución de la presión sobre este alimento? Smetacek se plantea él mismo la siguiente hipótesis: la propia actividad alimentaria de las ballenas influye en la productividad del fitoplacton y la biomasa del krill al favorecer el reciclaje del hierro (que ejerce como fertilizante). Y, se pregunta: ¿es el declive del krill antártico resultado del calentamiento global o del exterminio de las ballenas?. Este oceanógrafo reconoce que hay un poco de ambos, aunque le otorga un mayor peso a la desaparición de las cetáceos.
El deshielo polar tiene otra consecuencia directa: el aumento de agua dulce al océano. Este es otro factor que "ha repercutido directamente en las redes tróficas mediante la alteración de la dinámica del hielo [...] el descenso del hielo marino en invierno modifica la variedad y composición regional del fitoplancton, lo que favorece la proliferación de salpas y perjudica al krill", explica Jaume Forcada, científico del British Antarctic Survey (Reino Unido).
Esquema de la cadena trófica atlántica
Como ya hemos visto, el krill es uno de los eslabones de la cadena trófica, y su reducción afecta negativamente a aquellos animales que dependen de este crustáceo como fuente de alimento. Ante la escasez de esta especie, algunas aves marinas, como los pingüinos y los petreles, se ven obligados a permanecer más tiempo en el mar buscando alimento, lo que repercute en sus ciclos reproductivos. "Para las especies que no dependen directamente del hielo marino, como los albatros de ceja negra, las anomalías ambientales relacionadas con cambios climáticos tienen un efecto menor", explica Forcada.
De entre los pingüinos antárticos, el de Adelia (Pygoscelis adeliae) y el emperador (Aptenodytes forsteri) son los más afines al hielo, y junto al petrel de nieve (Pagodroma nivea) su dependencia del hielo le limita el acceso al alimento. Por otra parte, la paloma antártica, única ave sólo terrestre, se alimenta principalmente de los huevos de los pingüinos, con lo que si éstos modifican sus ciclos productivos, la paloma antártica también se verá afectada.
La dieta principal de algunos mamíferos, como el lobo marino, se compone principalmente de krill antártico y de peces, lo que supone otra especie afectada por la reducción de este tipo de eufausiáceo. No es el caso de la foca de Weddell, la más adaptada al hielo marino y cuya alimentación se basa en grandes peces bentónicos que no parecen haber disminuido con el retroceso de los glaciares.
La foca leopardo es otro de los depredadores antárticos. Este animal puede alimentarse tanto de krill como de crías de otros pinnípedos. Sin embargo, "los efectos en cascada que ocurren en las redes tróficas con el cambio climático puede alterar negativamente la disponibilidad de muchas de sus presas a la vez, dificultando con ello su obtención de alimento", señala Forcada. A pesar de que no se han establecido con claridad las repercusiones del cambio climático sobre los cetáceos en la Antártida, sí se ha percibido que la ballena franca austral ha disminuido su productividad y éxito reproductor con el aumento de la temperatura global.
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