Las nuevas plagas

Nos cuentan que rebrotan las poblaciones de chinches, pulgas y garrapatas en España. Aumentan las plagas de mosquito tigre, cucarachas, ratas y palomas en ciudades. Por no hablar de los topillos del verano pasado.

EFE

El aumento del transporte de mercancías, personas y equipajes desde zonas donde los hábitos higiénicos no son los nuestros, favorece la llegada de estos seres, pero no de sus depredadores, auténtico desastre para el equilibrio de cualquier medio. Otras veces no quedan depredadores en el medio, lo que constituye una de las razones de la rápida extensión de plagas como la de topillos del pasado año.

El cambio climático nos lleva a convivir con las cucarachas viejas y con las nuevas, como la americana, que va extendiendo su área de distribución con el aumento de temperaturas; se observan rebrotes de chinches de cama en barriadas pobres y en las zonas turísticas preocupa más el mosquito tigre que amenaza con espantar al turista.

Las ratas salen a la luz con los grandes movimientos de tierra y buscan nuevos lugares para refugiarse. Si no las viéramos sería ideal, ya que solucionan el problema de nuestras basuras y restos en alcantarillas, descomponiéndose y produciendo gases, metanos y obstrucciones en el alcantarillado. Es decir, vivimos en una simbiosis y nos guste o no las ratas son necesarias. Hay entre 4 y 10 por persona.

Algunas especies muy vistosas, como las cotorras argentinas y otras aves exóticas, son invasoras: tras su compra y disfrute, acaban anidando con nuestras especies, o lo que es peor, en su lugar.

Las palomas a las que nuestros abuelos tiraban migas de pan se han convertido en una pesadilla, y se recurre incluso a la cetrería para su control. En ciudades como Barcelona, aunque no son su hábitat natural, se han introducido rapaces dada la abundancia de alimento, las palomas. Se introduce así un depredador en la ciudad.

En verano se habla de plagas. El año pasado las noticias se repetían con las imágenes de miles de topillos corriendo por Tierra de Campos. Se llegó a decir que los topillos se crían para después soltarlos por los organismos oficiales para dar de comer a las rapaces, que los ecologistas los tiran desde helicópteros en grupos de tres para que sobreviva el de en medio (al caer, se sobreentiende) y los agricultores acusaban a los técnicos de la administración y a los naturalistas de la plagas, sin darse cuenta de que los campos que les sirven de sustento son inmensas áreas de monocultivo, regadíos y zonas agrícolas muy intensificadas donde los topillos encuentran tanta comida como quieren y prácticamente ningún predador, ya que el hábitat natural ha quedado reducido a mínimos. Desaparecidos los setos, los sotos de ribera, y con áreas naturales no conectadas entre sí, los predadores escasean y los topillos encuentran el paraíso del roedor.

Estos animalitos desaparecieron porque los ciclos de la especie se comportan así naturalmente, del mismo modo que se sabe que la plaga resurgirá de nuevo en el futuro, dentro de tres o cinco años. La plaga provocó pérdidas económicas por valor de 20 millones de euros y fue tratada con venenos por valor de 24 millones de euros, venenos que también afectaron a espacios y especies protegidas, y que no sirvió de mucho ya que, como comprobaron investigadores del CSIC, los topillos desaparecieron por igual en zonas no tratadas.

Cuando la explosión demográfica de un ser vivo produce grandes pérdidas económicas en nuestro medio ambiente (o problemas sanitarios) le damos el nombre de plaga. Curioso que en Castilla y León la cosecha de 2007, según la propia Consejería de Agricultura, y pese a los topillos, fue una de las mayores de los últimos 20 años, con unos precios prácticamente desconocidos hasta la fecha: más de un 80 % de diferencia con el precio de los últimos años.

Todos estos desequilibrios surgen al hablar de la convivencia de las especies. Las plagas son enfermedades del ecosistema, indican que algo no funciona bien, y en muchas ocasiones son consecuencia directa de la gestión que hacemos de nuestro medio ambiente. La creciente pérdida de biodiversidad genera desequilibrios como el ejemplo ilustrado con las plagas. Queda claro que no resolveremos el problema matando moscas a cañonazos.

* Amanda del Río es ambientóloga y trabaja en la Fundación Global Nature

(Las conclusiones y puntos de vista reflejados en este artículo son responsabilidad únicamente de su autor y no representan, comprometen, ni obligan a las instituciones a las que pertenece).