El buzón se ha convertido en un elemento gris de nuestra vida. Lo normal es abrirlo y toparse con facturas, con las aburridas cartas del banco o con un panfletillo que otro de publicidad. Sin embargo, persiste la sensación de incertidumbre, e incluso de algo parecido a la ilusión, al girar la llave, antes de ver lo que hay dentro. Eso es porque en tiempos, el buzón no era un mero receptor de correspondencia administrativa, sino que en él, a veces acechaba una carta inesperada, o mejor, la más romántica de las misivas: una postal.
La repentina llegada de una postal de un lector nos ha puesto a reflexionar. Las despedidas ya no son lo que eran sin el mítico "¡mándame una postal!". Ahora las tarjetas son digitales y llegan directamente a la bandeja de entrada del correo electrónico o, con un poco de suerte, a la del spam. Hemos ganado en comodidad y rapidez, pero hemos perdido en encanto. Nos hemos olvidado de lo bien que queda una estampa de la Torre Eiffel, del Taj Mahal o el Cristo del Corcovado firmado por un amigo pegado en el corcho o en el espejo de nuestra habitación. Y sobre todo, ya no hace ni pizca de ilusión encontrarse con el cartero en el portal. Nueve de cada diez veces, lo máximo a lo que puedes aspirar es a llevarte un susto.
Según Correos, 22 millones de cartas circulan diariamente en nuestro país, pero sólo el 10% es correo personal. El servicio postal reconoce que, desde hace unos años, el tráfico de este tipo de cartas ha descendido considerablemente. En concreto desde hace cinco años, cuando comenzó a generalizarse el uso de internet y los mensajes a móviles. Son cosas que tienen que pasar, dicen en Correos, pasos inevitables. De hecho, aseguran que si tuvieran que señalar un hito fundamental que marcó el descenso de la correspondencia personal, éste sería en los años sesenta, cuando el teléfono pasó a convertirse en un electrodoméstico más de todos los hogares españoles. "En aquellos tiempos descendió enormemente el volumen de cartas personales entre las que se encuentran, por supuesto, las postales", señalan.
Si este fuera el final, corta habría sido su vida. Las postales nacieron en Austria en 1869, aunque su éxito llegó más tarde, cuando comenzaron a comercializarse en color en Alemania, y la gente descubrió que costaba la mitad enviar una tarjeta postal que una carta ordinaria. Unas décadas más tarde se pusieron de moda, y su ocaso no llegó hasta hace pocos años.
Carlos Rivas lo sabe. Es el gerente de Savir, una empresa que fabrica postales. Si tuviera que decir el día en que comenzó el declive, Carlos se muestra convencido: "Fue el 11 de septiembre de 2001, tras los atentados de Nueva York". Según él, después de esa fecha se notó que la gente comenzó a viajar menos. El binomio postal-viaje es inevitable. Además, fue justo por esos años cuando internet se convirtió en una herramienta fundamental, tanto de trabajo, como de ocio, en gran parte del planeta. Así, el mundo que gira en torno a estas tarjetas, comenzó a resentirse y, en el caso de la empresa de Carlos Rivas, la producción de postales cae hasta un 40%. "Ahora es el turno de fabricar otro tipo de souvenirs, como imanes", explica Carlos, que no cree que los jóvenes de hoy compren alguna postal en el futuro.
¿Qué esperanzas hay entonces? "Nunca se sabe", dice Carlos. Según él, éstas cosas muchas veces se rigen por las modas. "A veces hay productos que parece que se mueren y de pronto resurgen", asegura esperanzado. Lo importante es que "la gente se dé cuenta de que "mandar una postal por internet o un mensaje por el móvil cuando estás de viaje es mucho más frío". No en vano, "la postal hay que ir a una tienda, elegirla, comprarla, comprar el sello, molestarte en escribir unas líneas y buscar un buzón para enviarla", comenta Carlos que opina que esto es "algo mucho más cercano y que al destinatario le hace más ilusión".
Nosotros, que vivimos colgados de internet y enamorados de todas las posibilidades que nos brinda la red, lo reconocemos: no podemos resistirnos al romanticismo de enviar una tarjeta desde cualquier rincón del mundo, y mucho menos a la ilusión de recibir una postal de alguien que se ha acordado de nosotros (como la de nuestro lector).
¿Y tú qué opinas? ¿Crees que la extinción de las postales es inevitable? ¿Eres de los que envían tarjetas a los suyos cuando está de viaje? ¿Recuerdas cuándo fue la última vez que recibiste una postal?
Cuéntanos tu opinión en los comentarios y, ¿por qué no?, mándanosla en una postal. Nos gustaría que este verano nos enviaras una tarjeta (en unos días te daremos más detalles).
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No me gustaría tener que contar a mis hijos: "hubo un tiempo en que la gente se escribía en el reverso de fotos de cartón" +
¡Que romantico las postales! quizá deberíamos también dejar de usar el teléfono y volver al telégrafo o incluso a las señales de humo o hablar a gritos con el vecino. +
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