El fútbol se jodió cuando entró en un vestuario el primer secador de pelo. La frase no es mía, es de Don Alfredo Di Stéfano, el mismo hombre que años después tendría que presentar a David Beckham ante la afición del Real Madrid. Y si alguien sabe de secadores de pelo en el mundo del fútbol, ese es el inglés. Bueno, y de cremas hidratantes, anti-arrugas y toallitas desmaquilladoras.
Pero no sólo Beckham es un asiduo de las reuniones de amigas de los productos Avon. El futbolista del S. XXI es un hombre coqueto, preocupado por su look dentro y fuera del campo: guapetones y engominados mozalbetes que provocan suspiros (y desenfrenadas peticiones de descendencia) cuando atraviesan esos pasillos abarrotados de fans en el corto camino que les lleva del hotel de concentración al autobús. Ahí tienen a Helguera, que confiesa viajar a Italia de vez en cuando para pillarse algún Armani que otro. O ese Aitor Ocio, casado con la top nacional Laura Sánchez. Y qué decir de Cristiano Ronaldo el Deseado, modelo de admiración para millones de adolescentes post-Zara. Ahora, para lección de fashionismo avant-la-lettre, la selección nacional italiana, que lo mismo te gana un Mundial que te protagoniza un anuncio de ropa interior de Dolce & Gabbana.
Pero si el lector ambiciona con ser jugador profesional y sólo conoce de la existencia de los tónicos faciales porque están al lado de los tarros de Brummel en el supermercado, desde aquí le hago un llamamiento a la calma. El fútbol, afortunadamente, no discrimina a nadie. Basta con mencionar a algunos jugadores que están grabados en la memoria de todo buen aficionado y cuyos rostros distaban mucho de ser cánones de belleza grecorromanos: ahí tienen a Dertycia, Carmelo, Mauro Silva, Ivanov, el gran Tato Abadía u Onésimo, por citar algunos. Futbolistas que han militado en la Primera División, que han participado en Mundiales y que jamás se preocuparon por su pelo. Algunos no tenían ni de eso.
Aprovechando la celebración de la Euro 2008 me he atrevido a confeccionar un once de jugadores mal afeitados, con los dientes separados, miradas distraídas, barbillas flojas y caras de susto. Jugadores de elite que defienden con orgullo su enseña nacional y no reparan en si se han limado las uñas antes de saltar al campo. En la ilustración que acompaña este artículo pueden poner rostro a cada uno de estos nombres: de izquierda a derecha, Volkan, Spycher, De Cler, Liechstein, Karagounis, De Zeeuw, Ivic, Fernándes, Gomis, Cazorla y Ribery. Recuerden este once, lo recitarán de carrerilla con el paso de los años, cuando recuerden a sus hijos que el fútbol no se jodió con los secadores de pelo, porque, gracias a Dios, aún había calvos.
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