¿Es posible encontrar algún sentimiento mínimamente humano dentro de una tienda gigante de material de oficina? Esto plantea 'El ladrón de chicles', novela de Douglas Coupland, en la que sus protagonistas se preguntan lo mismo día a día. Roger y Bethany son dos trabajadores de la tienda Staples, que viven rodeados de tóneres de impresora, categorías inimaginables de bolígrafos y miles de post-its diferentes (como las tiendas Staples aún no han llegado a España, se puede revivir la desazón de los protagonistas con sólo querer comprar un mísero lápiz entre el maremágnum de posibilidades que hay en su web).
Roger es un cuarentón que arrastra un divorcio, varios trabajos basura y que intenta llevar un diario con sus deprimentes observaciones. Hasta que un día, Bethany, una veinteañera gótica en plena crisis de 'teenage-angst', lo encuentra y se anima a dejarle escrito un mensaje.
Comienza así una relación epistolar secreta en la que ninguno de los dos se habla durante el trabajo pero luego lo comparten todo en las cartas que se escriben. Ambos consiguen sacar de ello algo positivo: Bethany encuentra un adulto al que seguir algo más fiable que su madre alcohólica y a Roger le vuelve la inspiración que necesitaba para terminar su novela: Glove Pond, un drama sofisticado de título imposible poblado por escritores rivales y actrices en decadencia.
Douglas Coupland va alternando estas cartas de Roger y Bethany con extractos de la novela de Roger, añadiendo pedazos de escritos de otros personajes, hasta que realidad y ficción se confunden, se reflejan la una en la otra como en un caleidoscopio y llegas a dudar de quién inspiró a quién, si de verdad Roger tiene una musa en Bethany o si ellos se comportan como los personajes de Glove Pond creen que se comportarían unos dependientes de Staples.
La obsesión de Coupland con los trabajos basura, el consumo de masas y los entornos asépticos y deshumanizadores no es nueva. Este canadiense de cuarenta y siete años sabe perfectamente lo que es ser engullido por la maquinaria mediático-consumista desde que se convirtió en una etiqueta ambulante con su primera novela, Generación X (una categorización a la que ya acuden hasta los estudios sociológicos del CIS).
Capturar el sentimiento de una generación entera y convertirse en su emblema no le ha reportado ni más respeto ni mejores críticas, pero sí que le han asegurado de por vida la categoría de cita 'cool' en las revistas de tendencias. Los que además le leen, le encumbran a Santo Patrón, y es que gracias a El Aleph Editores descubriremos que sus novelas esconden pequeñas joyas cotidianas, que captan a la perfección el estado anímico que provocan los gigantes de cemento y demás leviatanes capitalistas de nuestra sociedad. Como mencionará Bethany en la novela, por muy deprimente que suene, el recuerdo de un aparcamiento también puede ponerte nostálgica.
El ladrón de chicles es una novela entretenida, rápida y altamente adictiva. Pero es también un ejercicio de estilo, un alegato literario que defiende las metáforas construidas con elementos tan cotidianos como karaokes y cámaras de vigilancia. La propia novela cita a Henry James como ejemplo de una escritura anacrónica, limitada por los escasos avances tecnológicos que podía usar como recursos literarios. Y sin embargo la crítica se empeña en exigir a los autores de ahora que escriban como autores del siglo XIX. Al igual que Roger y Bethany se preguntan sobre si es posible encontrarle sentido a la vida en unos grandes almacenes, el lector de ahora se pregunta si puede crearse literatura en un mundo en el que Youtube, Google o Starbucks son lugares comunes. La respuesta, en las páginas de El ladrón de chicles.
*Alfonso Tordesillas, Gonzalo Queipo y Francisco Llorca forman el colectivo literario 'Tipos Infames'. En este caso cuentan con la colaboración de Carlos Serrano Nouaille, lector incansable y, en contra de lo que se dice, Infame sólo a tiempo parcial.
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