París.- Marina Ginestà tenía 17 años, un carné de las juventudes socialistas y el sueño de una revolución cuando en verano de 1936 posó orgullosa y desafiante en la terraza del Hotel Colón de Barcelona para el fotógrafo Juan Guzmán que tomo de ella una imagen simbólica que se convirtió en un icono de la resistencia.
Marina Ginestà en su apartamento de París (Francia) con una de las fotos, en la que aparece con su hermano Albert Ginestà (i), que el fotógrafo Juan Guzmán tomó cuando tenía 17 años, en el verano de 1936 en la terraza del Hotel Colón de Barcelona.
Vestida con un uniforme miliciano, con el cabello al viento, pertrechada con un fusil que portó por primera y última vez en toda su vida, la joven republicana sirve de primer plano a una imponente vista de la Ciudad Condal.
"Es una buena foto, refleja el sentimiento que teníamos en aquel momento. Había llegado el socialismo, los clientes del hotel se habían marchado. Había euforia. Nos aposentamos en el Colón, comíamos bien, como si la vida burguesa nos perteneciera y hubiéramos cambiado de categoría rápidamente", afirma Ginestà en una entrevista con la Agencia Efe en su domicilio de París.
Hacía poco que había estallado la guerra y el hotel, otrora símbolo de la burguesía catalana, había sido reconvertido en la sede de las recién creadas Juventudes Socialistas Unificadas.
Antes del inicio de la contienda, Ginestà y otros muchos idealistas preparaban la Olimpiada Popular como respuesta a los Juegos Olímpicos que ese mismo año organizaba la Alemania nazi.
"Éramos tan ingenuos que pensábamos que el levantamiento militar (del 18 de julio) era contra la Olimpiada popular", asegura la mujer que a sus 89 años desgrana con un dulce acento catalán recuerdos de unos años que marcaron su vida.
Hicieron falta muchos días para que aquellos jóvenes entendieran que afrontaban una cruenta guerra que acabaría con sus sueños.
Primero como traductora del enviado especial del diario soviético "Pravda" Mijail Koltsov y luego como periodista de varios medios republicanos, Ginestà vivió la guerra desde una retaguardia militante y afanada por mantener alto el ánimo de su bando.
"Éramos periodistas y nuestra profesión era que no decayera nunca la moral, difundíamos el lema de Juan Negrín 'con pan o sin pan resistir'. Y nos lo creíamos", afirma la mujer, convencida ahora de que los datos que contribuía a propagar habían sido falsificados para mantener viva la ilusión de la victoria.
De la mano de Koltsov asistió a la entrevista que el periodista soviético mantuvo en agosto del 36 con Buenaventura Durruti en la localidad maña de Bujalaroz, una conversación de alto nivel político que Ginestà asegura que costó la vida a ambos, porque Stalin les estaba espiando y no debió apreciar lo que se dijeron.
De su trabajo en la retaguardia también conserva recuerdos duros, como la visita a un hospital barcelonés para identificar cadáveres.
"Es el recuerdo más terrible que guardo de la guerra. Por primera vez tuve una idea de la muerte. Vi a una mujer muerta con su hijo en brazos...Todavía hoy me viene a la mente ese recuerdo", confiesa.
Pero los momentos más duros llegaron cuando tuvo que abandonar el país en busca del exilio francés, su patria de nacimiento.
En el paso de los Pirineos perdió a su novio, comisario político, pocos días antes de reencontrarse con sus padres. La llegada de los nazis les obligó a tomar un barco con destino a América.
La nave, que se dirigía al México de Lázaro Cárdenas donde los aguardaban con los brazos abiertos, se desvió para ganar tiempo a la República Dominicana. Ginestá pasó también por Venezuela.
Sólo entonces sintió que la guerra estaba perdida.
"La juventud, las ganas de ganar, las consignas,... yo me las tomaba en serio. Creía que si resistíamos ganábamos. Teníamos la sensación de que la razón estaba con nosotros y que acabaríamos ganando la guerra, nunca pensamos que acabaríamos nuestras vidas en el extranjero", rememora.
La decepción de la derrota, el recuerdo "de los compañeros que se quedaban atrás, muchos de ellos fusilados", se mezclaba entonces con el sueño de que las democracias europeas vencieran al fascismo en la recién iniciada Guerra Mundial.
"Esperábamos que ganaran la guerra, que en España volviera la República y que Franco fuera fusilado", asegura.
Marina Ginestà no conocía la foto del hotel Colón, ni el simbolismo que ésta ha adquirido con el tiempo.
La instantánea se encuentra en los archivos de Efe y un documentalista logró recientemente descubrir la identidad de la modelo y localizar su paradero.
Ginestá considera que la imagen tiene algo de artificial y prefiere otras, como la del reencuentro con su hermano Albert en el frente del Ebro, que no para de mostrar con orgullo.
"Dicen que en la foto del Colón tengo una mirada arrebatadora. Es posible, porque convivíamos con la mística de la revolución del proletariado y las imágenes de Hollywood, de Greta Garbo y Gary Cooper", afirma.
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