La cultura ancestral del agua en los Andes

BOGOTÁ (COLOMBIA).-  Hace muchos años, en los Andes colombianos, surgió una cultura del agua con epicentro en la laguna de Iguaque. Todavía hoy esta laguna es objeto de respeto y motivo de peregrinación para el pueblo Muisca. En Colombia es reconocida como uno de los lugares emblemáticos dentro del sistema nacional de espacios naturales protegidos, ya que combina valores culturales ancestrales con unos ecosistemas que son reducto de la naturaleza primigenia de los Andes.

P. MARTÍN

El Macizo de Iguaque, que en lengua chibcha significa "montaña vigorosa", fue un eje cultural de las colectividades indígenas asentadas en la región y su territorio es considerado hasta hoy sagrado. La razón: que la laguna de Iguaque, ubicada en pleno páramo andino a unos 4.000 metros de altitud, es según esta cultura el lugar de origen de la humanidad, el corazón del mundo.

La montaña es una representación simbólica de la Madre y la laguna sagrada es su vientre. De ella, emergió Bachué, la encarnación de la Gran Madre, acompañada de su compañero niño con el que se casó cuando éste alcanzó la edad adulta, dando así origen al género humano que se propagó con extraordinaria rapidez, según la tradición muisca.

En una de las zonas más intervenidas por el desarrollo de la cordillera oriental de los andes colombianos, se preserva hoy en día un santuario de flora y fauna, con 6.750 hectáreas, que forma parte de la red nacional de espacios naturales protegidos. Un bosque de nubes que culmina en altura en un páramo andino. Una pequeña joya de la conservación de los valores naturales de estos dos ecosistemas.

Lo que resulta más importante, y muestra una de las razones clave para la preservación de este territorio –a muchos no les habrá sido obvio concluir en ello– es que en estos bosques nace el agua que abastece a gran parte de los municipios del departamento de Boyacá: Sachica, San Pedro de Iguaque, Santa Sofia, Gachantivá, Arcabuco...

De la montaña, de la laguna, fluye la energía vital: el agua. Un universo en continua regeneración: nacimiento, fecundidad, fertilidad e iniciación. Este territorio vive y permite la vida, y además es asiento de una memoria histórica y cultural que cohesiona al pueblo muisca. De ahí, que peregrinar a la laguna sagrada limpie el alma y purifique el espíritu. Es difícil imaginar una actividad más simbólica que marchar en comunidad a la laguna sagrada en noches de luna llena para recordar la importancia de esos recursos que permiten la vida de las poblaciones aguas abajo.

El aire que se respira es fresco y limpio. La niebla va dejando entrever las lomas hasta que, al alzar la mirada se descubre una montaña empinada cubierta de densa vegetación entre la que se distingue una gran variedad de formas y colores. Las aves campan a su antojo, así como los venados. El trazado del camino es más o menos sinuoso para aliviar el ascenso, primero a través del bosque y luego del páramo que circunda la renombrada laguna, una de las ocho que se forman en este lugar de nubes y misterio.

A medio camino, se ve una casita en ruinas. Hasta hace relativamente poco tiempo la "suna" –el recorrido que siguen los muiscas para llegar hasta la laguna en sus peregrinaciones– tenía una guardiana. A medio camino a la laguna, en pleno bosque vivía Mamarramos, una anciana que alguna vez fue joven. Ella era heredera de una tradición, vigilante ancestral, desde nadie sabe qué edad, del arroyo que naciendo en la laguna abastece las poblaciones locales. A ella se visitaba y rendía respeto en las peregrinaciones.

De ella se conserva todavía la casa en la que habitaba y que la comunidad muisca de la vereda rural está pensando en restaurar ahora que ganaron el concurso público para hacerse cargo de las instalaciones del santuario: el centro de interpretación, el albergue, el restaurante, las aulas. Porque el santuario es también visitado por miles de turistas al año que se acercan allí motivados por muy diversos intereses pero, sobre todo, por la unicidad de un territorio que es a la vez patrimonio histórico, cultural y ecológico vivo de una cultura del agua nacida hace miles de años y que todavía se mantiene y marca la sociedad de nuestros días. Una lección desde la antigüedad de respeto y protección de los recursos naturales para un mundo moderno con una grave crisis del agua.

*Piedad Martín es especialista en desarrollo y medio ambiente y trabaja en el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) en Colombia.

(Las conclusiones y puntos de vista reflejados en este artículo son responsabilidad únicamente de su autor y no representan, comprometen, ni obligan a las instituciones a las que pertenece).