Hay cosas que uno no se espera. Como que exista un Instituto de la Felicidad, pagado por una multinacional de los refrescos. Tampoco se espera uno que el tal instituto haga un estudio sobre la felicidad de los españoles, y resulte que los más felices tienen pareja, pasta, salud y menos de 35 años. Qué sorpresa, señores. Aún más insólito: los menos felices tienden a ser pobres y viejos, y a andar regular de salud. Increíble.
¿Qué hace felices a los españoles?
En la presentación del informe, el científico pluriempleado Eduard Punset afirmó que los estudios de la Universidad de Harvard palidecían al lado de éste. En fin, habría que ver esa palidez. Lo curioso, la verdad, es la clasificación por grados de felicidad de las regiones, naciones, nacionalidades, comunidades nacionales y unidades de destino que componen España. Podría pensarse que en las comunidades gobernadas por el PP, que lo ve todo tan negro, habrían de ser desgraciados, mientras en las del PSOE, el partido del optimismo circunflejo, tendrían que estar todo el rato con la sonrisa boba.
Sí, pero no. O no, pero sí. Resulta que donde se sienten más desgraciados es en Asturias, gobernada por el PSOE. Y donde mejor se sienten es en Navarra, gobernada por una filial del PP. La cosa cambia si se miran las siguientes. Porque Madrid y Murcia, donde arrasa al PP, siguen a Asturias en el ranking de los cenizos. Y Extremadura, Aragón y Cataluña, todas con gobierno socialista, van detrás de Navarra en el «top» de los encantados de haberse conocido.
No sé, no sé. Me parece poco científico. Entre los criterios para medir la felicidad, dicen, están el ir de compras, celebrar la navidad, cuidar la naturaleza, dormir la siesta, dar cariño y ser agradecido. Y esas cosas, ¿cómo las averigua el Instituto de la Felicidad? ¿Hacen encuestas? A mí no me han preguntado, pero si me preguntaran, no creo que dijera que no compro nunca nada, que si encuentro a un Papa Noel le pateo los higadillos, que contamino todo lo que puedo, que no soporto la siesta, que desprecio a mis semejantes y que nunca doy las gracias. Aunque todo eso fuera verdad, que más bien sí.
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Anatoli es extranjero y célibe. Está dotado de una poderosa ignorancia, lo que le convierte en un polemista temible. Le gustan el fútbol, los membrillos y los sucesos truculentos. Nunca ha escrito un blog. Parece improbable que le permitan intentarlo de nuevo.
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