Las monarquías corruptas del hormiguero

MADRID.-  Las hormigas son una caja de sorpresas. Las conocíamos pacíficas o belicosas, implacables o clementes, esclavistas o laboriosas, carnívoras o vegetarianas; y siempre un modelo de cooperación. Ahora nos sorprenden con una nueva habilidad social: ¡son tramposas! Pero aún más: la corrupción campa a sus anchas en los estamentos más altos del hormiguero, advierten los entomólogos, que hablan de una "corrupción real".

D.R. Nash

Hormiga reina junto a obrera.

¿Cuáles son esas malas artes? Tengamos en cuenta que un asunto crucial en la vida del hormiguero pasa por decidir a qué larvas (hembras) les tocará en suerte convertirse en reina procreadora y a cuáles en obrera estéril (los machos los produce la reina en ocasiones puntuales, cuando hace falta crear nuevas colonias). La división del trabajo se decide en la guardería, por así decir.

Hasta ahora se creía que las monarcas provienen de larvas nutridas con alimentos especiales. Un principio igualitario gobierna el destino de las larvas: cada una de ellas podría alcanzar la máxima jerarquía del nido; que lo logre o no dependerá de factores ambientales (como por ejemplo la necesidad de obreras en un momento dado).

Pues bien, Bill Hughes, de la Universidad de Leeds (Inglaterra), y Jacobus Boomsma, de la Universidad de Copenhague, afirman que algunos machos burlan al sistema, asegurándose que sus crías (nacidas de reina fecundada por ellos) se vuelvan monarcas en lugar de simples currantes. El bien de la colectividad se ve así desvirtuado por el favoritismo.

Con un trabajo de hormiga –nunca mejor dicho- los científicos recogieron muestras genéticas en cinco colonias de hormigas segadoras, con el objetivo de seguir las ramificaciones de su descendencia. Los resultados los dejaron a cuadros: "Hemos descubierto que la progenie de algunos machos cuenta con más posibilidades de devenir reina. Dichas larvas poseen un gen ‘real', que les otorga una ventaja injusta y les permite robar a muchas de sus hermanas altruistas la oportunidad de llegar a reinas", dice Hugues en Proceedings of the Nacional Academy of Sciences.

O sea: las posibilidades de una larva de alcanzar el trono dependen de quién sea su padre, vale decir: del enchufe que les consiga. Y no se trata de conductas aisladas. Por lo menos un quinto de las hormigas estudiadas sabotea el principio igualitario, estiman los expertos, que todavía no han desentrañado el truco mediante el cual los machos consiguen colar sus genes entre las larvas seleccionadas para reinar.

De confirmarse el hallazgo, la aureola virtuosa que distingue a las hormigas se vendrá abajo. Los autores del estudio advierten que la impresión de cooperación que dan seres gregarios como hormigas, abejas y termitas, se debe a que, de cara a la galería, exhiben una apariencia de armonía social; pero cuando se los observa de cerca se descubre el conflicto y la trampa. "Como en nuestra sociedad humana", ejemplifica Hugues.

Qué notable. Las viejas fábulas hacían de las hormigas el ejemplo del trabajo duro y la conducta previsora. Cuando yo era pequeño, se veía en el hormiguero la viva imagen del comunismo: autoritario, trabajador, colectivista (la película Antz sigue esa línea al pintar el nido como un orden aplastantemente conformista). El cuadro que ahora nos pintan se asemeja mucho al de nuestras sociedades de bienestar: en teoría, cooperativas y respetuosas de la igualdad de oportunidades; en la práctica plagadas de gorrones, enchufados y tramposos. La fábula se ha invertido: las hormigas se comportan como la cigarra. ¿Tanto nos parecemos? A mí se me ocurre que más bien sucede otra cosa: de ser verdad que todo depende del cristal con que se mire, la lupa de los entomólogos refleja tanto el mundo de los insectos como la sociedad a la que ellos pertenecen.