En cuestión de formas, soy antiguo. Me gusta que las cosas se hagan con seriedad, con formalidad, como manda la tradición (va por ti, Mariano), porque acaban saliendo mejor y durando más. Ya han visto lo de Eurovisión: en cuanto se ha querido modernizar, a TVE se le ha plantado en casa el Chikilicuatre de La Sexta y se ha cerrado el paso a los artistas de verdad, como Raphael, o, forzando lo yeyé, Mocedades. Aquello sí eran cantantes.
Los mandamientos de Benedicto XVI.
Vale, de una televisión se puede esperar cualquier cosa. Y de Eurovisión también, porque yo opino, y no me gustaría pasarme de crítico, que el nivel de calidad ha bajado un poco estos últimos años. Pero del Papa… Uno espera del Papa un poco de 'savoir faire', ¿no?
Fíjense en los pecados mortales: esa lista la hizo Dios. Y Dios, además de estar en todas partes, está en todo. Por ejemplo, antes de entrar en materia, le dio a Moisés algún consejo práctico: «No subas a mi altar por escalones, no sea que al subir por él se te vean las partes» (Éxodo, 20, 22). Dios, como se ve, se estaba tomando muy en serio aquella reunión con Moisés en el Sinaí, y quería despejar esos detalles que parecen tontos y que, a la hora de la verdad, pueden arruinar una religión.
Luego repasó asuntos de mayor calado: «No oprimirás ni vejarás al inmigrante» (Exodo, 22, 20). Siempre está bien acordarse de esa orden. Y al final le dio las instrucciones, «escritas por el dedo de Dios»: «Las losas estaban escritas por ambos lados, por delante y por detrás; eran hechura de Dios y la escritura era escritura de Dios grabada en las losas» (Exodo, 32, 15). Máxima solemnidad y, a la vez, máximo aprovechamiento del espacio. Así se hicieron los Diez Mandamientos, con la lista de las cosas que no convenía hacer.
Como la gente israelita se entretuvo con un becerro de oro, en vez de esperar las órdenes en posición de firmes, Moisés, ya al margen de la reunión oficial con Dios, tuvo un momento de mosqueo. Y dijo a los levitas, o sea, a la tribu de los curas: «Ciña cada uno la espada al muslo, pasad y repasad el campamento de puerta a puerta matando, aunque sea al hermano, al compañero, al pariente. Los levitas cumplieron las órdenes de Moisés y aquel día cayeron unos tres mil hombres del pueblo». La letra, con sangre, entra.
Hace unos 15 siglos, el Papa Gregorio I, el Magno, un pontífice importantísimo (creador del ritmo de moda de aquel tiempo, el gregoriano), hizo una lista de siete pecados capitales. La lista de los pecados gravísimos no estaba escrita personalmente por Dios, pero era clara y muy fácil de aprender: lujuria, gula, avaricia, pereza, ira, envidia y soberbia.
Lo menos que se podía esperar, si el Papa Benedicto XVI quería ampliar por su cuenta la lista de los pecados, era un poco de solemnidad. Y que pensara en los que no tenemos mucha retentiva, y nos cuesta aprender las cosas. Pues no. Ni lo uno ni lo otro. Va un tal obispo Gianfranco Girotti, regente del Tribunal de la Penitenciaría Apostólica del Vaticano (la verdad es que el cargo sí acojona bastante), y da una entrevista de dos páginas, en letra pequeña, al 'Osservatore Romano'. Todos los nuevos pecados quedan desperdigados por el texto, confusos, sin aclaraciones.
Girotti dice que ser muy rico es pecado. Pero ¿cuánto de rico? ¿Como mi capataz? ¿Como el Pocero? ¿Como Bill Gates? Y lo de contaminar, ¿basta con mearse en la piscina, o hay que montar un carajal tipo 'Prestige'? Con una ley tan mal hecha, no hay quien vaya al infierno: apelas por defecto de ley, y como mucho te cae un año de purgatorio en suspenso.
Nada es lo que era.
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Anatoli es extranjero y célibe. Está dotado de una poderosa ignorancia, lo que le convierte en un polemista temible. Le gustan el fútbol, los membrillos y los sucesos truculentos. Nunca ha escrito un blog. Parece improbable que le permitan intentarlo de nuevo.
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