SHANGAI (CHINA).- Con la llegada de los turistas y los Juegos Olímpicos la picaresca china se agudiza en numerosas ciudades. Íbamos el otro día caminando por la calle, cuando se nos acercaron tres chinos y nos preguntaron de dónde éramos y qué hacíamos aquí. Eran los primeros chinos que hablaban inglés que encontrábamos desde que empezamos a viajar hace un mes.
Eran unos médicos de Xian que estaban en Shangai en un congreso. Después de un rato hablando, llegamos al punto en el que nos teníamos que despedir, pero nos invitaron a acompañarles a una zona de callejones antiguos que no conocíamos y que estaba cerca. Nos pareció buena idea y aceptamos la invitación.
Al llegar allí y dar una vuelta, uno de ellos nos propuso ir a tomar un té y descansar del frío. Casualmente estábamos delante de una casa de té donde una chica en la puerta nos invitó a pasar. Nos preguntaron si nos parecía bien el sitio y asentimos. Entramos en una preciosa sala de té, decorada al más puro estilo tradicional. Los botes transparentes albergaban hierbas y flores y los vasitos de cerámica estaban perfectamente alineados cerca de las teteras. Parecía la mesa de un alquimista. Mientras charlábamos, ella preparaba las mezclas contándonos las propiedades curativas de cada una de las hierbas: jazmín, té verde, té de flores... cada uno tenía un olor, un sabor, un color, una preparación especial. Era un espectáculo fascinante.
Acabamos probando 8 tipos diferentes de té. Poco después llegó la cuenta y con ella una sensación muy extraña. La factura estaba en chino, los médicos empezaron a sacar billetes y a decir que "las degustaciones de té son algo muy caro y que lo mejor es repartirse la cuenta". No entendíamos nada y sobre todo no entendíamos cuánto teníamos que pagar. Al final, uno de ellos se animó a decirnos que tranquilos, que sólo teníamos que pagar 800 yuans (80 euros, 10 veces más de lo que pagamos por una habitación doble en un hotel).
Todo pasó muy rápido y no entendíamos cómo podía ser tan caro, pero al mismo tiempo no queríamos quedar mal y menos insultarles. Les dijimos que no teníamos suficiente dinero y nos informaron de que se podía pagar con dólares o tarjeta de crédito. Les repetimos que no teníamos dinero y sacamos los escasos 70 yuans que teníamos en el bolsillo.
Ellos estaban nerviosos y acabaron aceptándolo repitiendo que no nos preocupáramos y que ahora éramos amigos, así que que "una vez pagan unos y otras otros". Salimos ansiosos e incómodos. Bastó recorrer unos metros juntos para que se despidieran con una excusa. Sin duda había sido un timo.
Y entonces voltereta mortal a lo 'Nueve Reinas', sorpresas de viajar con un argentino. Mientras yo estaba en el baño, Ricardo trató de ir a buscar la tetería, pero era imposible. Un edificio más en una calle gris. Pero en el camino se encontró con nuestros timadores de guante en blanco que debían tener poca experiencia y volvían a por su botín. Les siguió y se les plantó delante: "Señores vengo a felicitarles. Muy bueno el truquito. Pero devuélvanme los 70 yuans. Bueno, denme 50 porque el timo ha estado bien. Mi novia esta con la policía. Yo no quiero problemas y supongo que ustedes tampoco."
Y así recuperamos los yuans y experimentamos uno de los timos más comunes en la china preolímpica. Hay varias versiones: estudiantes que quieren practicar el inglés y te llevan a un restaurante para no pagar la cuenta o atractivas chicas que quieren tomar unos tragos. Y visto lo tranquilos que son los timos chinos, concluimos recordando que el miedo a no salir de casa es mucho más perjudicial que cualquier estafa.
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