La comida en la India, sólo para estómagos fuertes

NUEVA DELHI (INDIA).-  Cuando uno se va a vivir a India surgen tres preguntas inmediatas: Bollywood, la espiritualidad y la comida. Me centraré en esta última. Y es que la gastronomía india es como el Real Madrid: o la adoras o la detestas, pero no deja indiferente. De todas formas es peligroso generalizar, en un país tan vasto, con una variedad tan grande de razas, culturas y paisajes, que por supuesto se trasladan a lo culinario. Y además, porque el gusto en la comida es tremendamente subjetivo.

NIMBOO (FLICKR)

Puesto callejero de 'Jalebis' en la India.

De entrada se trata de una cocina elaborada, colorida, compleja, especiada y muy picante. Al menos para quien escribe esto, que a lo más que se ha arriesgado es a comer enchiladas en Guanajuato, patatas bravas en la Granja y los Chaburres de la calle Alcalá de Madrid (lo que no es poco, por otra parte). Y además siendo cántabro de origen, estoy acostumbrado a pocos condimentos. Aquí, sea por gusto, sea por motivos higiénicos o profilácticos, sea por la calidad de la materia prima o simplemente porque les da la gana, cuando miras un plato ya sabes que es mejor tener a mano la cantimplora.

La comida que no tenga algún tipo de especia, por mínima que sea, es considerada un plato indigno. Aunque eso sí, la presentación de los platos es fastuosa, una maravillosa mezcla de colores, texturas e ingredientes. Pero luego hay que saber a lo que uno se arriesga si no está acostumbrado, porque a los neófitos se nos ve a kilómetros, por los aspavientos, abriendo la boca como los dragones pero al revés (inhalando aire en vez de exhalando fuego), agitando la muñeca mientras estiramos el otro brazo hacia el vaso. Y aquí llegamos a otro de los puntos clave de la comida india: ¿con qué diablos la acompaño yo?

Si intentamos calmar la lengua con bebidas gaseosas resulta un sabor derivado de la mezcla del picante con las burbujas francamente desagradable para mi gusto. Comer con vino es una opción hacia la que los latinos siempre tiramos, pero el desastre es aun mayor, puesto que aparte de que el maridaje se hace imposible (al menos con los vinos australianos que por aquí proliferan, aunque me haré con un racial cartón de Don Simón, que todo lo cauteriza), en la cuenta te arrean un bofetón de a 7 – 9 euros el vaso. La opción más inteligente me parece el agua, con dos premisas: mínimo dos litros para apagar los ardores; y que sea mineral para minimizar riesgos innecesarios de colitis y análogos.

Y es que a todo hay que acostumbrarse, digo yo, y más cuando en todo plato te va a aparecer el picante, aunque uno se decante por comidas extranjeras: rollitos de primavera que deberían llamarse rollitos de verano tórrido; 'dim sum' demoníacos; carne con salsas de aspecto asesino, o incluso ‘fish and chips’ aderezados con hierbas.

En definitiva, y respetando a los muchos devotos de esta comida, aún no me 'pirro' por comer en los puestos callejeros, pero imagino que el tiempo y la necesidad me harán adaptarme, y quizá hasta llegue a disfrutarla. Mientras tanto, sueño con un viaje que tengo previsto en febrero a Santander, y las alubias rojas que tengo apalabradas con mis amigos Geluco y Toño. Eso sí, aderezadas con mucha guindilla....