RÍO DE JANEIRO (BRASIL).- 96,2%. Éste es el récord que Brasil posee en el reciclaje de latas de aluminio. Loable hazaña, sin lugar a dudas, y un bienvenido respiro para el medio ambiente: cada lata de aluminio reciclada ahorra recursos naturales como la bauxita y una cantidad de energía suficiente para alimentar la pantalla sobre la que aparece este texto durante unas tres horas.
Los países que quieran emular la proeza de Brasil tendrán que empezar por preguntarse cómo se hace para recuperar 9.400 millones de latas de aluminio cada año. ¿Puestos de entrega en cada esquina? ¿Sofisticados esquemas de recolección? ¿Convenios con las numerosas industrias? ¿Incentivos fiscales? No, nada de eso….
Un ejército de 500.000 hombres, mujeres y niños se encarga de la tarea a tiempo completo, día tras día, en toda la ciudad.
Recolectores en el vertedero de Jungurussu, en Fortaleza.
Actúan entre las bolsas de basura de barrios acomodados, en medio de fiestas donde se consumen bebidas envasadas, en las afueras de mercados y centros comerciales, o directamente en los vertederos incontrolados como el de Gramacho, en Río de Janeiro, donde viven, trabajan, y se alimentan 5.000 de estos recicladores, en condiciones ilegales y –sobretodo– inhumanas.
Éstas son las estimaciones del Movimiento Nacional de Recolectores de Materiales Reciclables (MNCR) de Brasil, una especie de sindicato de trabajadores que surgió para defender los intereses y derechos de esta clase obrera que, a pesar de prestarle un gran favor al medio ambiente y a la limpieza urbana, no recibe la debida recompensa por ello.
Y de haberla, ¿de cuánto sería tal recompensa? Todas juntas 75 latas de aluminio pesan un kilogramo. Una empresa capaz de reciclarlas en aluminio para revenderlo a la industria paga bien por ello: dos dólares/kg. Una fortuna en comparación con los otros materiales que los recolectores tampoco dejan desperdiciar.
Es el caso del plástico PET de las botellas de bebidas (0,44 dólares/kg.), del cartón (0,11 dólares/kg) o del vidrio (0,02 dólares/kg), según datos del Compromiso Empresarial para el Reciclaje (CEMPRE), el consorcio de empresas activas en el lucrativo mercado del reciclaje en Brasil, que sólo en el sector del aluminio mueve anualmente 900 millones de dólares.
Pero si esta industria mueve tanto dinero, ¿por qué los recolectores no se benefician de ella? Por un detalle nada despreciable. A las empresas recicladoras sólo les interesa comprar su materia prima en fajos de centenares de kilos de latas prensadas y transportadas por camiones que valen una cantidad de dinero que un recolector jamás conseguirá juntar en toda su vida.
"En realidad, los camiones que abastecen diariamente a las empresas pertenecen a una red de intermediarios, que en su gran mayoría operan en la ilegalidad", denuncia Severino de Lima Junior, un líder del MNCR, y recolector desde los 13 años en la ciudad balneario de Natal, en el noreste del país.
"No tienen licencia y tampoco tienen muchos escrúpulos con los recolectores que les aprovisionan, pues los tratan en condiciones que el código penal brasileño describe como análogas a la esclavitud", asegura.
"Los tratan en condiciones que el código penal brasileño describe como análogas a la esclavitud"
En esta esclavitud del siglo XXI, el trabajador debe alquilarle los materiales de trabajo a quien le comprará los frutos de su faena, con exclusividad y al precio establecido por el arrendador. En varios casos el pago no se da en moneda, sino en bienes como alcohol o alimentos, siempre después de haber descontado los gastos, situación que llega a generar endeudamiento.
De esta manera, el ejército de hombres que tan buen servicio le hacen al medio ambiente recibe – en el mejor de los casos– algunos centavos de los dólares que vale cada kilo de su faena, cuando no una botella de aguardiente, o un poco de comida si todo va bien.
Al otro extremo de la cadena productiva, la mayoría de las lucrativas fábricas de reciclados hacen la vista gorda y, conniventes, prefieren no preguntar de dónde viene la materia prima que sustenta sus negocios.
De esta manera un mercado tan lucrativo y beneficioso como el reciclaje, al mismo tiempo que genera un activo ambiental, agudiza un pasivo crónico en el que Brasil también disputa un lamentable título mundial: el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) informa que con un Índice de Gini de 0,53 este país es la octava sociedad más desigual del planeta, sólo por delante de Guatemala, Suazilandia, República Centro-Africana, Sierra Leona, Botsuana, Lesoto y Namibia.
*Federico Bellone Pavani está licenciado en Ciencias Ambientales y postgraduado en Tecnología Ambiental y Gestión de Recursos Hidricos. Vive y trabaja en América Latina desde hace cinco años.
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