Envases

Tengo que hacer memoria para recordar la primera vez que vi un tetrabrick. Parece que este envase hubiera estado siempre conmigo, asentado en la puerta de la nevera. Si me pongo a pensar, no hace tanto tiempo que el tetrabrick está en nuestra vidas.

Cuando yo era pequeño, allá en el pueblo, la lechera llegaba todas las mañana a la puerta de mi casa. Aparecía en la puerta con un gran recipiente metálico. En él introducía uno más pequeño, que le servía para medir la cantidad de leche que ese día mi madre decidía comprar. Una vez hervida en casa, se guardaba en una botella de cristal en la nevera. No había tetrabrik.

Esperar la leche todas las mañanas -llegaba a eso de las once- se convertía todo  un acontecimiento. La leche se hervía con cuidado para que no subiera y se derramara sobre el fuego, y después se formaba una gruesa capa de nata que tomábamos con azúcar sobre una rebanada de pan para merendar.

El pan tampoco llegaba envuelto en bolsas de papel. También el panadero venía a traerlo a casa. Si a esas horas no había nadie, se dejaba una bolsa colgada en la puerta, con el dinero correspondiente (el repartidor sabía qué barra debía dejar en cada puerta). Y lo mismo pasaba con la leche: se dejaba un recipiente -una tartera- en la puerta de casa convenientemente tapado.

No hace tanto tiempo que fui niño. Por aquel entonces ya bebíamos gaseosa. Pero era una gaseosa de ida y vuelta. Se pagaba la primera botella de cristal -el casco- y se devolvía al establecimiento para que lo rellenara o, simplemente, te llevabas una botella llena y se pagaba solo su contenido: la gaseosa para la merienda o para el vino de mi padre. Los envases, aquellas botellas coronadas por un gran tapón como un anillo papal de color blanco, con una gomita roja, se pagaban solo una vez.

Hoy pagamos por un envase cada vez que consumimos un producto. O más de uno. Galletas envueltas en bolsas de plástico dentro de cajas de cartón. Yogures individuales en vasitos de plástico o cristal agrupados en blister de cartón. Hamburguesas envueltas de papel, dentro de una caja, con una cocacola en vaso de plástico, servilletas, cubiertos de plástico, patatas en cajitas de cartón... todo nos lo llevamos a casa en una bolsa de plástico y todo, o casi todo, acaba en la basura.

Es evidente que toda esta ingeniería del empaquetamiento -¡¡packaging!!!- encarece el precio final para el consumidor. La crisis que afecta al bolsillo de los usuarios y la necesaria apuesta por la sostenibillidad son dos buenas razones para replantearnos si realmente es necesaria esta desproporción de envoltorios.

Hace meses leí con agrado acerca de una iniciativa puesta en marcha por ganaderos de Tarragona, si no recuerdo mal. Se trataba de unos dispensadores de leche fresca en la vía pública. El usuario lleva su botella y, tras introducir el importe en monedas, seleccionaba la cantidad de leche que desea y que se vierte directamente en la botella que el usuario lleva. La leche esta perfectamente almacenada en depósitos frigoríficos, con total garantía.

La marca de perfumería Sanex acaba de poner en el mercado un gel de baño respetuoso con el medio ambiente. No solo se trata de que el producto carezca de compuestos contaminantes. Además, la marca se ha atrevido a poner en el mercado bolsas recambio del producto, de forma que el usuario puede adquirir el gel en su envase original en una primera ocasión e ir rellenándolo posteriormente con la bolsa de recambio, lo que supone un ahorro de un 70% en plástico. (También podemos rellenar la botella de gel de otra marca). Evidentemente, el precio de la bolsa de gel es inferior al de la botella original. Pagamos menos envase.

En países como Alemania la mayor parte de las bebidas se distribuyen en envases retornables. En España hace años que abandonamos la buena costumbre de devolver los "cascos" al establecimiento. Por cierto, casi siempre nos encargábamos los niños de esta tarea, lo que nos permitía participar en las labores de casa, sentirnos útiles y responsables.

Iniciativas como las de Sanex son, de momento, la excepción, pero quizá sea una propuesta para las tiendas del futuro, en las que no se comercie con envases, solo con lo que realmente necesitamos.