La sonrisa espontánea le hizo ser querido, su cuerpo achacoso guardaba un corazón tan inmenso como delicado y sus vivencias, muchas y de enorme valor, jamás le pasaron factura anímica, siendo sustento eterno de su entrañable personalidad. Disfrutaba cada día recordando lo bien que lo había pasado en una vida llena de anécdotas. Primero gozó la juventud con el balón en los pies donde su ingenio le dio para ser un profesional reputado e internacional. Más tarde su figura creció, la pelota se convirtió en pizarra, las carreras en mandatos y su mirada profunda dio paso a la de un auténtico emblema del fútbol inglés. Como tal, se coló en muchos de los momentos más impactantes y legendarios de la historia de un deporte rey que acaba de perder a su distinguido caballero: Sir Bobby Robson.
Sé que voy a morir más pronto que tarde, pero todo el mundo debe morir algún día y yo pienso que he disfrutado cada minuto de mi vida. He aceptado lo que me han dicho los doctores, y estoy concienciado para disfrutar al máximo el tiempo que me queda. Esas palabras, admirables desde el punto de vista humano pero tremendas desde el ojo de cualquier persona que se sabe superada por una enfermedad imbatible, fueron las más estremecedoras de Robson en sus últimos meses de vida. Los médicos, que trataban con máxima dedicación su cáncer desde 1991 (nada menos que 18 años de continuos problemas de salud), intentaban frenar el quinto brote consecutivo de una plaga cancerígena que se ha llevado una parte irremplazable del fútbol. Amor y humildad en estado puro.
Inglaterra estaba sobradamente preparada para una noticia tan dolorosa pues durante años su malestar fue in crecendo, sin oposición definitiva, aumentando su intensidad día tras día y obligando al bueno de Sir Bobby a ceder, algo que jamás había tomado como opción. Su enorme iniciativa le llevó a evitar una vida complicada en los carros de mineros que, como su padre, poblaban el condado de Durham, al norte de Inglaterra. Y es que cuando el niño apuntaba para electricista en la nave empresarial de un ricachón de la zona, una pelota atravesó su mente y no le dejó pensar más allá de aquél esférico que dominaría su vida durante casi seis décadas. El Fulham le dio su primera oportunidad seria y apenas a los 17 años Robson debutaba en el vetusto Craven Cottage, que le colocó como la perla de los 50 y le abrió camino (previo paso por el West Bromwich) hacia la selección inglesa que participaría en el Mundial de 1958 en Suecia.
Con casi 600 partidos a sus espaldas y más de 100 goles celebrados, su chispa deportista se había renovado, su capacidad de liderazgo buscaba nuevas metas y su cerebro exigía un patrón de mayor responsabilidad, con lo que cambió la pelota del pie a la cabeza y se pasó a los banquillos. Tras una primera experiencia exótica en el Vancouver Royals canadiense, el Ipswich le dio confianza para capitanear su proyecto con tan sólo 35 años. Con los Tractor Boys rompió las estadísticas más optimistas y colocó a los de Portman Road (donde tiene desde hace años una estatua en su honor) en Europa por primera vez en su historia. En un largo trayecto, muy del estilo británico, luchó el título en 1975, ganó la FA Cup de 1978 y levantó la Copa de la UEFA en 1981, lo que acabó de redondear los sueños de un equipo humilde que se hizo mítico y atrayente en Europa de la mano del gran Bobby.
Situado ya como el técnico del momento en Inglaterra y un nombre propio en un país necesitado de alegrías en su fútbol, la Federación Inglesa le colocó como seleccionador nacional. Se encargó de los pross durante ocho años y vivió momentos tan mitológicos como la Mano de Dios o el slalom del barrilete cósmico ante Maradona en México 1986. Cuatro años más tarde, sin embargo, planto a Inglaterra en las semifinales del Mundial de Italia 90 tras un gol formidable de David Platt. Los penaltis ante Alemania le echaron de la final pero desde entonces Inglaterra nunca ha vuelto a estar tan cerca del éxito, lo que glorifica mucho más aquella gesta que le colgó para siempre la etiqueta de hombre reservado, carismático y querido por el pueblo. Un refranero constante.
Tras ello, volvió a los banquillos y comenzó su particular éxito guiado siempre por una estrella que centralizaba los focos de sus proyectos. El PSV de Romario le colgó dos Eredivisies, el Oporto de Jardel otras dos coronas portuguesas y en Barcelona, en una apuesta exclusivamente promovida por Nuñez, logró un triplete con Ronaldo como estrella. Cogió a los blaugranas tras la etapa Cruyff y pese a que todos sabían que su periplo era sólo de un año, logró la Recopa, la Copa del Rey, la Supercopa y se quedó a solo dos puntos del primer Madrid de Fabio Capello en Liga. Pese a ser considerado un trasvase entre etapas, Robson, siempre con Mourinho como traductor (¡qué poco se parecen!), jamás se quejó por el trato recibido y aunque no todos apoyaron su fichaje, nadie pudo increparle tras su aventura en la Ciudad condal. Su sonrisa, modales y profesionalidad hacían de él un personaje querido y bonachón que supo entender cuál era su único propósito y lo ejecutó brillantemente. Así le recordarán los culés.
Un pequeño respiro de regreso a Eindhoven y la última pincelada dirigiendo al Newcastle, donde su huella ha sido imborrable y donde se despidió del fútbol el pasado domingo. Un Robson ya deteriorado, en un estado delicadísimo y reflejando todas sus penurias, sacó orgullo desde su silla de ruedas para saludar desde el césped a las 33.000 personas que lo idolatraban en Saint James' Park en la previa de un partido entre ex jugadores de Inglaterra y de Alemania para recaudar fondos para la fundación contra el cáncer que él mismo abrió hace unos años. Una enfermedad que se lleva al último caballero británico (fue distinguido como tal en 2002 junto a Mick Jagger y al Premio Nobel Harold Pinter) y que arranca de un plumazo la historia más brillante del fútbol inglés en los últimos lustros. Como ayer dijo Mourinho, él es inmortal. Goodbye dear Sir Bobby Robson.
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