Un pequeño paso y bla, bla, bla...
Es el signo de los tiempos: aniversario redondo, expectación mediática. Se cumplirán dentro de unos días los cuarenta años de la llegada del hombre a la Luna, y asistiremos a un despliegue monstruoso de programas especiales, suplementos de prensa y toda la parefernalia acostumbrada en este tipo de eventos. Generalmente, soy bastante inmune a la influencia de estas mecánicas de funcionamiento, pero, como toda regla suele tener su excepción, he de confesar que aquí concurre tal circunstancia: y es que es tal la fascinación que este acontecimiento aún me provoca, que no voy a tener el más mínímo inconveniente en dejarme llevar por la corriente y sumergirme a conciencia en el aluvión que, a buen seguro, se nos va a echar encima en los próximos días.
No creo que se trate de una cuestión evocativa: sinceramente, soy incapaz de rescatar un recuerdo personal del acontecimiento -cuando se produjo, este humilde escribiente apenas contaba con cinco añitos-, del que apenas me queda un pequeño rescoldo en algún rincón de mi muy frágil y quebradiza memoria. Ese apasionamiento surgió muchos años después, y se nutrió, fundamentalmente, del campo de las imágenes, más que del de los relatos: esas fotografías de fondos metálicamente negros, negrísimos, sobre las que se recortan las figuras de blancura impoluta de unos humanos expuestos a la más brutal de las vulnerabilidades, en un medio ya no hostil, sino casi sobrenatural, aún, y a pesar de haberlas visto en miles de ocasiones, me encogen el corazón cada vez que las contemplo.
Más allá de todo lo que se ha dicho y escrito acerca del tema, de esas frases tan rotundas como grandilocuentes, y de todos los tópicos y lugares comunes, exprimidos hasta la médula, que siempre rodearon las observaciones sobre ese momento, soy incapaz de imaginarme lo que pudo sentir Armstrong al poner su pie sobre la superficie de la vieja amiga. Pero sí tengo una certeza rotunda, absoluta: tuvo que ser algo muy intenso, muy fuerte, algo que merece la pena ser vivido y sentido. O sea, que algunos -porque me consta que es algo que muchos compartimos- seguiremos soñando. Y quién sabe si llegará ese día en que el sueño, de alguna manera, y con todas las salvedades y distancias (dicho sea sin segundas intenciones...), se haga realidad; aunque no haya conexión inalámbrica capaz de superar ese océano de años-luz, no les quepa duda de que intentaría volver por aquí para contarlo. O inventarlo. Tanto da, es un sueño, ¿no...?
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