Mónaco-París. 21 días. 3.500 kilómetros. Y la fama eterna como recompensa. Hoy, arranca una nueva edición del Tour de Francia, la carreta más prestigiosa dentro del ciclismo. La misma competición que contribuyó a encumbrar a Federico Martín Bahamontes hace justamente cinco décadas, a proclamar al Águila de Toledo como el primer español en conquistar la Grand Bouclé (1959). Cincuenta años después, un descendiente del toledano, Alberto Contador afronta un triple desafío: apuntarse su segunda ronda francesa, desquitarse de la injusticia de hace doce meses, cuando fue excluido sin argumentos razonables, e imponerse a la veteranía de Lance Armstrong, compañero y enemigo de escuadra.
Suficientes argumentos que sitúan a este Tour de Francia como uno de los más prometedores de la historia contemporánea. Lo reúne todo. Favoritos, con la excepción de Alejandro Valverde, en cantidades industriales: Contador, el máximo candidato al éxito; Sastre, defensor del trono y aspirante a convertirse en el ciclista de mayor edad (con 34 años, tres meses y cuatro días más viejo que Bartali) que gana esta carrera desde 1948; el reciente ganador del Giro, el ruso de Pamplona, Denis Menchov, el tercer espada del Astaná, el estadounidense Leipheimer; los siempre combativos hermanos Schleck; y el australiano Evans, candidato a suceder a Poulidor como eterno segundo, tras dos veces consecutivas escoltando al maillot amarillo. Luego hay grandes dosis de morbo centradas en el Astaná con Contador y el reaparecido siete veces ganador de esta carrera, el estadounidense Armstrong; un recorrido fabuloso para los aficionados y dantesco para los ciclistas; la globalización del ciclismo, pues este Tour discurre por seis países (Príncipado de Mónaco, España, Andorra, Suiza, Italia y Francia), a una sola nación más de alcanzar el récord que ostenta la edición de 1992; y, cómo no, una nueva oportunidad de redimirse ante los más escépticos, ante aquellos que están agazapados y dispuestos a desplegar todo su arsenal de improperios al ver el mínimo resquicio de noticias sobre dopaje. Y en esta colectera nunca falta hueco para aquellos esforzados que se hacen un sitio dentro del pelotón. Dentro de 21 días, incluso antes, conoceremos su identidad. Apunten, un español: Luis León Sánchez, vencedor esta temporada de la París-Niza.
La evolución sobre ruedas
Nada es descartable. Nada es seguro, exceptuando a Contador, quien se presenta en las calles de Mónaco con los dientes afilados, dispuesto a morder la yugular a todos sus adversarios en cuanto se empine la carretera. Como hacía el maestro de los maestros. Como hizo Bahamontes hace cincuenta años. Porque si algo une a Contador y Bahamontes es su capacidad de marcar diferencias en cuanto aumentan los porcentajes de las carreteras. Pero con un matiz entre ambos. El profesionalismo experimentado en el ciclismo. Las comodidades o la preparación, por ejemplo. Contador basa su puesta a punto en obtener una adecuada resistencia física, en controlar todos los efectos externos que rodean a la contrarreloj, en dosificar esfuerzos o en descansar cómodamente en hoteles de máximo confort. Todo lo contrario a los tiempos de Bahamontes. Ganó su Tour sin avituallamiento, con un maillot y un coulotte de lana, con un par de bidones, rellenos con sabrosas dosis de coñac, durmiendo con la bici en la habitación de la pensión... y oyendo el rugir de sus tripas. El hambre era, como el calor, otro enemigo siempre presente en aquellos años. Tremendas diferencias, pero con un nexo en común entre ambos: el talento que portan los genes de Contador y Bahamontes.
No todo ha permutado en estas cinco décadas. En los tiempos de Bahamontes, por ejemplo, convivían varios gallos dentro del pelotón. Famosas son las pugnas entre el Águila de Toledo, Charly Gaul, Jacques Anquetil, Louison Bobet o Roger Rivière. Tampoco eran una excepción las informaciones sobre dopaje. Las anfetaminas era el EPO de aquella generación. Y, no duden, habrá casos de dopaje. Y muchos rumores, especialmente centrados en la figura de Lance Armstrong.
Españoles como reyes
Ayudas externas aparte, hoy más fácilmente detectables, el talento será, nuevamente, el factor que decante la carrera. Porque sin este elemento genético no hay alternativa para sobrevivir a este Tour de Francia: 7 etapas de alta montaña, con 3 llegadas en alto, 2 etapas contra el crono (55 kilómetros, el segundo kilometraje más corto desde 1967, cuando hubo algo más de 52), una contrarreloj por escuadras (formato ausente desde 2005), victorias carentes de bonificaciones (mala noticia para los sprinters como Freire o Boonen) y un broche de órdago en las cercanías de París: la ascensión a la mítica cima del Mont Ventoux. Terrorífico. Pero el premio es obtener la fama eterna, y porqué no decirlo, una recompensa cercana al medio millón de euros. Aquí estriba la última diferencia entre los tiempos de Contador y los vividos por Bahamontes. Porque está claro que esta edición hablará castellano, después de tres años con Pereiro, Contador y Sastre como reyes del Tour de Francia.
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