Los estereotipos dicen que las personas mayores no ven de lejos (muchos tampoco de cerca) o tienen problemas de movilidad por culpa de los huesos cansados y los músculos atrofiados. Eso es justamente lo que nos quieren hacer pensar.
Mientras los fax de las oficinas arden y los taxis colapsan el centro urbano, mientras las pulsaciones de la ciudad aceleran el ritmo de quienes las habitan, 'otros' se lo montan de una manera diferente. Cualquier parque de cualquier rincón sirve. Este artículo se escribe en el de Aluche, un barrio obrero de Madrid. Un mundo paralelo que conviene echarle un vistazo.
Le denominan 'El Chito'. Uno de mis jubilados me lo explica pacientemente mientras se apoya en la verja que separa el 'recinto de juego' de la 'grada de espectadores'.Todo en mitad del parque, en la arena y puntualmente en torno a las 11 a.m. Mientras la Gran Vía se colapsa en este jardín también es hora punta. Por otros motivos.
Los protagonistas no bajan de 70 años. Todos visten atuendo oficial de jubilado. A saber: gorra de una Caja Rural donde guardan sus tímidas pensiones de sus no tan tímidos parientes; pantalón corto que dejan desnudas las pantorrillas blancas y la circulación dificultosa y amoratada. Algunos apuestan por la sandalia y otros por la zapatilla de suela gorda; aunque todos eligen en función de la comodidad. Mientras uno apunta los tantos, el resto se bate en duelo. El juego tiene su miga.
Se coloca un palo sobre la tierra de manera vertical. Es el llamado 'chito'. El objeto se asemeja mucho al que utilizan los atletas en las carreras de relevos. Pequeño, muy delgado y de color rojo. No supera los 15 centímetros. Los jubilados se preparan para, desde aproximadamente 20 metros (sin exagerar un ápice) lanzar un disco de hierro que ellos mismos llaman chapas. Nada de aluminio ligero sino hierro puro y duro, del que pesa. Y cada jugador dispone de dos lanzamientos. El tipo de lanzamiento es estándar: arquean el brazo con un semicírculo y lanzan con fuerza la chapa. Objetivo: derribar el palo. La dinámica del juego establece que si se golpea el palo, se suma 1 punto, lo cual te da derecho a lanzar una segunda chapa y acercar al máximo la chapa al lugar vacío donde estaba colocado 'el chito'. Si es así, dos puntos más; si el segundo lanzamiento se queda largo o corto no hay puntuación adicional. Una modalidad mucho más compleja del deporte jubilado por excelencia: las bochas.
No exageraré. Lo raro era ver a alguien que fallara un lanzamiento. Los jubilados de más de 70 años, con sus achaques de edad, lanzaban una chapa de hierro con forma de disco pequeño (no más que un cd) desde más de 20 metros y derrivaban el palo. Increíble. La puntería que uno tiene que tener para hacer puntos en este juego tan especial me resultaba imposible el acierto de los abuelos. Y, además, el juego era continuo y casi sin pausas, lo que les obliga a estar en continuo movimiento. Ir a recoger la chapa, agacharse, levantarse, caminar de nuevo al punto de lanzamiento y nuevamente 'disparar' al objetivo. La diversión y el entretenimiento combinado perfectamente con el ejercicio físico es fundamental a ciertas edades.
"Cuando se tienen 75 años la honrilla es importante, pero más todavía ganarse unos euros" comenta uno de los jubilados. Y es que no se trata de echar la mañana si no de sacarle los cuartos al vecino de toda la vida. El pique y la rivalidad en 'el Chito' son primordiales.
Me aparto y dejo tranquilos a los jubilados olímpicos. Todavía con sorpresa por la habilidad de los abuelos menos abuelos que jamás he visto. Y me dirijo a otro punto neurálgico: las mesas. Ahí es donde se juega la modalidad de las cartas. Otro mundo interior digno de observar.
La primera norma que todo 'mirón' tiene que saber es que, si te pica un ojo o tienes alguna especie de tic nervioso, te puedes estar jugando la vida. ¿Por qué? - no se fían de nadie. Tu ojo puede estar delatando sus cartas. Su jugada está perfectamente estudiada para que no venga nadie de fuera a estropearla con sus gestos.
La mesa está oxidada de estar al aire libre. Ellos tienen todo pensado. Juegan encima de unos cartones perfectamente cortados y que les hace las veces de tapetes. Además, no hay una o dos mesas sino más de 15. Todas con los jugadores y todas con jubilados alrededor. Los que han llegado tarde y tienen que esperar turno. Y no menos importante es llegar temprano a la zona: elegir mesa es fundamental. No por jugar (que también) sino porque el sol a partir de las 12 salva las sombras de los árboles. En ese momento muchos comienzan la 'mudanza' y buscan sitio habilitado para jugar sus briscas y ganar sus perras.
El de la gorra verde oliva golpea con fuerza la mesa cuando se hace una baza, cosa que no gusta al que está situado a su izquierda que, aunque sonríe, le tiene muchas ganas. Seguramente ayer le ganó y quiera recuperar. Fuera de la partida siempre hay un 'catedrático' que no ha podido entrar a jugar y que da lecciones a todos. Los humildes atienden sin hacer excesivamente caso, pero los que tienen personalidad fuerte (casi todos) contestan agresivamente. A los 75 años pocas lecciones se pueden aprender. Cuando unos van, ellos están de vuelta. "Los de fuera no dan más que fuego", se oye en una mesa lejana.
Merece la pena acercarse a estos jubilados. Entretienen más que cualquier 'Noria' en Telecinco. Y una vez estás cerca, desde dentro, aprendes que a sus setenta y tantos tienen mucho que decir todavía. El mundo del jubilado, su mundo, es más curioso de lo que pueda parecer. Y además te das cuenta de que normalmente nos acercamos a los mayores haciéndoles un favor y, en cualquier parque, entiendes que ellos necesitan el cariño de los jóvenes (al igual que los jóvenes el cariño de los mayores) pero que tampoco somos fundamentales para su vida: sobre todo si te sitúas en una mesa donde están jugando a las cartas. Te puede salir caro si haces cualquier gesto fuera de lo normal.
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