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Vicente Romero: "Mantener en el olvido la desigualdad es una necesidad de nuestro sistema económico"

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comunicacion
Actualizado 12-06-2009 18:12 CET

Por Carlos Vilas. Desde sus inicios como reportero en la guerra de Vietnam, Vicente Romero ha asistido a los principales acontecimientos internacionales y se ha dedicado a desarrollar un periodismo comprometido con "los empobrecidos de la Tierra". Incansable viajero, en la actualidad trabaja como enviado especial para ‘Informe Semanal’ e interviene los martes en el programa ‘Asuntos Propios’, en RNE.

Vicente Romero / C. Vilas

Vicente Romero me atiende en la redacción de ‘Informe Semanal’, en las instalaciones de Torrespaña (RTVE). La recepcionista me permite pasar, pero antes estalla en una carcajada. Y es que cuando le comunica por teléfono mi llegada a Romero, éste pregunta con gracia si parezco terrorista. "Tiene pinta de buen chaval" responde ella.

Antes de comenzar la ronda de preguntas me alecciona sobre las virtudes del bloc de notas frente a la grabadora, y aprendo cómo la fidelidad de lo expresado no reside en el soporte, sino en la intención del entrevistador. "Si quieres manipular, lo harás igual con un bolígrafo y una libreta que con una grabadora". A pesar de ello, acepta sin problemas que lo grabe. Su voz envuelve las palabras en una parsimonia que, lejos de distraer, cautiva. Su mirada es escrutadora y en ocasiones se desvía buscando concentración. Sólo una  condición: debo tutearlo, nada de usted.

Pregunta: ¿Hasta dónde llega el poder de la información?

Respuesta: El poder de la información es enorme, lo que ocurre es que lo detentan los poderosos, que son en definitiva quienes controlan las sociedades y los aparatos de los estados. No es nada nuevo, Lenin describió al Estado como la expresión de las clases dominantes, y su definición se ha quedado vieja únicamente en una cosa: ya no son los Estados la expresión de las clases dominantes, sino que son los instrumentos de dominio de los grupos económicos y financieros que controlan y dominan el orden mundial.

La información forma parte, a su vez, de ese instrumental, y se basa en la aceptación sin discusión de la injusticia de base del esquema económico mundial. Nos puede contar mejor o peor cómo ocurren una serie de cosas, pero jamás llega al cuestionamiento del sistema, porque los medios de comunicación son una expresión, en definitiva, del sistema.

P: En este contexto en el que nos sitúas, ¿por qué existen tragedias y conflictos silenciados?

R: Hay conflictos que tenemos olvidados, porque los medios de comunicación tienen la obligación de olvidarlos por distintas razones. La paradoja reside en que si hay una familia que se muere de hambre en Tenerife, la noticia produciría un escándalo social de unas dimensiones colosales. Pero desde que hemos empezado a hablar hasta ahora, cada cinco segundos ha estado muriendo un niño menor de cinco años en una familia en el Tercer Mundo, sin que se escandalice ningún medio de comunicación.

¿Por qué? Porque forma parte del orden establecido. Y el orden establece que morirse en Somalia no es un escándalo; en Tenerife sí. Y aún más que en Tenerife, en Nueva York. Mantener en el olvido la desigualdad es una necesidad de nuestro sistema económico, porque de lo contrario se pondrían en evidencia las raíces del propio sistema.

P: Pero a pesar de todo, ¿no te parece alentador que puedas opinar sin tapujos en medios convencionales?

R: El sistema está obligado a admitir una serie de voces críticas, y éstas de hecho se expresan, porque demuestran lo democrático que es su funcionamiento. Pero lo de menos es que las exprese un periodista como yo. Se da importancia realmente a las discrepancias desde las altas esferas. Pero nada más, luego el sistema es endiabladamente hábil para engullir todas esas críticas, y para mantenerlas incluso como autovacuna. Forma por tanto parte de la esencia misma del juego del sistema. Eso no quiere decir que haya que dejar de pelear. Pero aunque podemos ganar algunas batallas, la guerra la veo perdida.

P: En tu libro "Palabras que se lleva el viento", cuentas historias concretas y cargadas de emotividad sobre conflictos o tragedias humanas, que bien pueden extrapolarse a una realidad más amplia. ¿Se trata de una cuestión de estilo o de una forma más efectiva de hacer denuncia social y de llegar al público?

R: Uno de los grandes errores en el Periodismo y en la enseñanza del Periodismo es el convencimiento de que debemos basar nuestro conocimiento de la realidad en la razón únicamente. Hay veces que las cosas se entienden mucho mejor con el corazón que con la cabeza. Por eso no debemos renunciar al conocimiento a través de las emociones, e incluso debemos buscar racionalmente que se desencadenen las emociones.

P: Precisamente tengo entendido que reniegas del concepto de la objetividad periodística…

R: Hay muchas veces que tratar de mantener la objetividad raya la complicidad. Ante situaciones injustas, ¿te sientes periodista o persona? Si te sientes persona, tratas de impedir que la noticia se produzca, en lugar de contarla. Cuando vas a Etiopía y ves millones de personas agredidas por el coloso económico que las condena a morir, tienes que tomar partido.

Y es que la neutralidad es otra mentira, porque no basta con retratar la injusticia. Hay que denunciar a quien beneficie esa situación, y tratar de contribuir mínimamente para combatirla. ¿Dónde queda ahí la objetividad? Es una droga creada para atontar al periodista, pero éste tiene que reaccionar como sujeto, como persona. Ésa es la verdadera objetividad, y no restringirse simplemente al hecho.

P: Has estado en muchísimos lugares del mundo. ¿Crea eso cierta sensación de desarraigo?

R: No, lo que pasa es que te das cuenta de que los nacionalismos son un producto pequeño-burgués y de que efectivamente perteneces a un mundo en el que tu riqueza se basa en la pobreza de otros. Es peligroso asomarse al exterior, porque descubres los límites de este mundo en el que te han puesto una visera para que no veas más allá; desarrollas conciencia, y aprendes a cuestionar. Todo esto, por supuesto, es tremendamente peligroso para el sistema.

P: ¿Hay algún lugar que te marcara especialmente o alguna tragedia que te sobrecogiera por encima de otras?

R: Una de las primeras cosas que hice fue cubrir la guerra nunca declarada de Camboya, en la que EEUU lanzó más explosivos que los que se utilizaron en toda Europa durante la Segunda Guerra Mundial. Eso te marca, como me marcó la guerra de Vietnam, las hambrunas a las que he asistido en África, la matanza terrible de Ruanda; el fin de los sueños e ilusiones de reforma política de un sistema que representaba el Chile de Salvador Allende, la constatación de la organización del crimen de estado en dictaduras como la de Argentina... Evidentemente hay una serie de piedras miliares en mi vida profesional.

P: Con 22 años fuiste como corresponsal del diario Pueblo a la guerra de Vietnam. Hoy en día, un joven periodista, ¿cómo puede avanzar tan rápido?

R: Es una cuestión de suerte, aunque la mía también era una época en la que madurábamos antes. Por otra parte, ahora mismo la entrada en el mercado de trabajo es mucho más dura y complicada. Las oportunidades no se dan como entonces, ni hay medios que actúen como escuelas de periodistas.

En mi caso se dieron por tanto una serie de factores que hicieron que aquello fuera una excepción, lo que me ha permitido, por otro lado, tener una vida profesional tan larga: tengo 61 años y llevo 40 de oficio. Pero ahora ya no existen medios así, y el enviado especial es algo que el propio sistema está favoreciendo que desaparezca.

Si nos remontamos a la guerra de Vietnam, advertimos que el periodista contaba desde su subjetividad y en primera persona lo que veía. Aquello produjo un revulsivo social en la retaguardia, pero últimamente se ha impedido que los periodistas accedan a los escenarios de las guerras, se ha rodado para ellos y se les ha facilitado la información ya elaborada. Se han llegado a colocar cámaras en las bombas, y se ha popularizado el oficio del embedded: periodistas empotrados dentro de los carros de combate estadounidenses en Irak, por ejemplo. Se trata de un periodista que da el punto de vista del tanque, no el del miedo que pasa la población civil que recibe sus bombas. Esa manipulación de la información ha impedido que se produzca un periodismo como el de entonces.

P: ¿Has denunciado alguna situación que encontrase después una respuesta y que te generase especial satisfacción por ello?

R: Sí, aunque se trata de esas reacciones que se producen muchas veces a nivel individual. Por ejemplo, recuerdo haber hecho una crónica cerca de la frontera con el Congo, donde en un hospital alguien había enviado incubadoras para los niños, pero no funcionaban porque no había energía eléctrica. Al emitir esa crónica, hubo una empresa española de paneles solares que mandó a una persona a Nemba para instalar allí los paneles que necesitaban. Fue una reacción de conciencia, porque no querían publicidad alguna sobre ello. O cómo después de emitir un reportaje en Informe Semanal, sobre los esfuerzos de la gente que vivía en torno a un basurero en Guatemala, una empresa de reciclado de basura ofreció materiales para facilitarles la labor de reciclaje y darles un curso para enseñarles a hacerlo. Ese tipo de reacciones ante injusticias resulta siempre muy gratificante.

P: ¿Qué consejos darías a quienes aspiran a ser buenos reporteros?

R: Tal como están las cosas, es difícil. El único consejo que puedo  dar es tratar de seguir siendo persona, por encima de periodista. Actuar como un individuo que se enfrenta con determinadas situaciones y que tiene el privilegio de poder contarlo, y tratar de no renunciar de ninguna manera a tu punto de vista. Primero intenta defender tu propia parcela, y tragar lo menos posible. Se trata de ir ganándose poco a poco un lugar y un respeto, sin dejar de pelear constantemente, pero siempre ofreciendo el menor blanco posible. No se me ocurre mejor consejo que el de la supervivencia dentro de un sistema que no quiere periodistas ni planteamientos, sino agentes transmisores de contenidos, de una información muy sabiamente dirigida y absolutamente instrumentalizada.

Entrevista realizada por Carlos Vilas en mayo de 2009 y cedido a La Sonrisa de la Hiena

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