De Tirso de Molina. Con: Beatriz Ortega, Alex Tormo, José Bustos, José Carrasco , Alicia González, José Maya y Chiqui Maya, alternativamente, y Ana Alonso. Músico: Toni Madigán. Dirección: José Maya. Guindalera Teatro, 10 de junio de 2009.
Cartel del montaje de Mujer por fuerza.
Finea se ha enamorado secretamente del Conde Federico -a quien apenas si ha entrevisto un par de veces durante la breve estancia de éste en la casa familiar con ocasión de su viaje a Hungría- y decide convertirse a toda costa en su mujer, sin saber que Federico, por su parte, está rendidamente enamorado de la noble dama napolitana Florela, a quien ha dado prendas de casamiento. Para conseguir su objetivo de convertirse en mujer del conde por fuerza no dudará en disfrazarse de hombre, entrar a su servicio como escudero, seguirle hasta la corte de Nápoles e idear y ejecutar toda una serie de ingeniosas estratagemas que está a pique de volver loco al bienintencionado Federico.
Se trata de una de las comedias más sabrosas y disparatadas de Tirso, que en la adaptación de Amaya Curieses, alcanza tintes rocambolescos, convirtiéndose en una hilarante parodia de los valores más conspicuos de la factoría calderoniana, como la fidelidad, el honor, la fe, o la lealtad al Rey; así, el pobre Federico, se verá injustamente repudiado por Florela que le acusa de infidelidad; tendrá que defender su honorabilidad ante las tan graves como infundadas sospechas de Alberto, hermano de Finea; y por obediencia al Rey, en fin, se verá obligado a reconocer que ha seducido y raptado a una mujer a la que no ha visto jamás.
Salvada la frialdad inicial, así como una cierta extrañeza ante la inusual distribución del espacio -escenario central, con los actores permanentemente obligados a girar sobre sí mismos para no perderle la cara al respetable-, la obra se encarrila y los intérpretes consiguen conectar con los espectadores, que se entregan encantados a este juego de simulacros y de travestismo que tan caro le resultaba a nuestro fraile mercedario (y que, dicho sea de paso, le costó más de un disgusto con la jerarquía eclesiástica). El resultado es un más que notable ejercicio de genuina teatralidad sustentado sobre todo en el trabajo de los actores. Su dicción es cuidada y el ritmo del verso no menoscaba, salvo excepciones la libertad de movimientos, ni la transmisión de sentido, ni el flujo natural de las emociones, que el público percibe casi siempre con nitidez encomiable, desde la cercanía y la proximidad que una sala como ésta propician. Cabe destacar la tremenda naturalidad con la que Florela (espléndida Alicia González) evoluciona desde la confianza a la decepción, pasando por la sospecha o por los celos, hasta la cándida credulidad en las promesas de un inexistente Don Alonso de Aragón. El resto de los personajes hacen gala de incontables recursos de la comicidad en el gesto y en la expresión, y en particular, José Bustos y Alex Tormo; el primero, en un perplejo Conde Federico, pasmado ante el cúmulo de despropósitos y sin sentidos a los que tiene que enfrentarse; y el segundo, en un sorprendente doblete, transitando como la cosa más natural del mundo del enérgico Alberto, ora amigable y complaciente, ora impetuoso e iracundo, al obsequioso y pusilánime Marqués de Ludovico, demostrando en todo momento un riguroso control de las emociones y una admirable madurez artística.
Gordon Craig.
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