3 de diciembre de 2005 amanece un día triste y lluvioso de otoño en Belfast, la estampa de un coche fúnebre que recorre el corto trayecto entre Cregagh Road, Belfast, y el Parliament Building of Northern Ireland, conocido como Stormont, rompe el silencio gris que envuelve el cielo irlandés. Un coche arropado por una muchedumbre (100.000 personas) dispuesta a despedir a su héroe, ese vehículo final en el que tras sus cristales se pueden observar cinco coronas de rosas con forma de letras que descansan sobre el féretro y dibujan en flor el nombre de George.
Aquel día en el que un hombre llamado Dickie Best sintió tristeza y orgullo se ponía el punto final a esta historia humana que envolvió al héroe, una historia que comenzó en esa misma casa de Cregagh Road a la que George llegó con año y medio. Esa casa en la que su padre Dickie se percató de que el pequeño George había nacido para ser futbolista. Aquel al que le fascinaba cualquier pelota y que instintivamente parecía saber que tenía que darle patadas.
Por ello y con solo 16 meses de edad quiso captar esa imagen y con una vieja cámara kodak fotografió a su hijo con un balón. Una instantánea en la que como decía su padre ya se podía ver que su pose era muy natural, el equilibrio, la concentración, la cabeza inclinada hacia la pelota, en definitiva una instantánea que he podido ver y me resulta tremendamente impactante para un bebé de 16 meses. Desde ese mismo instante en el que el objetivo captó al genio, Dickie no dudó en ejercer como su primer maestro aconsejándole que chutara con ambos pies para llegar a ser algún día futbolista. Este fue el primer gran reto de George que pronto eligió el descampado situado al final de su calle para cruzarlo de un lado a otro de forma incesante, pie derecho, pie izquierdo, regates, malabarismos con el balón y la meta constante de ser mejor, de superarse a sí mismo.
Un George Best que llegó a probar con el Rugby en la escuela secundaria de Grosvenor Grammar School, pero al que le gustaba más el balón esférico por lo que comenzó a faltar a clase y se marchó al Lisnasharragh Secondary School, donde sacó sus estudios y pudo centrarse en el fútbol.
Y fue en aquella época cuando fue descubierto por Bob Bishop, cazatalentos de la zona y ojeador del M.United. Ese cazatalentos que mandó el siguiente telegrama al United Hemos encontrado un genio. Un genio que acudió a una prueba en la que deslumbró, pero una prueba de la que el joven Best salió corriendo porque echaba de menos su hogar, su familia. Esa familia que ante una nueva llamada del United le dejó decidir y que acabaría disfrutando con el genio, el ídolo, pero que sufriría enormemente con todo lo que le rodeó.
Así comenzó la leyenda de este genial futbolista, el mejor regateador británico de todos los tiempos al que Matt Busby no tardó en abrirle las puertas del primer equipo. Ya en su debut con el United en 1963, en la victoria 1-0 ante el West Bromwich Albión, Best ridiculizó a Graham Williams, un veterano defensor inglés. Aunque muchos puedan pensar lo contrario en esos inicios su meta era ser el mejor, por ello era el que más fuerte entrenaba, el más veloz y como demostró, el de mayor talento.
Con la camiseta de los Red Devils fue uno de los tres integrantes de la tripleta que pasó a la historia como The Holy Trinity. Una tripleta compuesta por Charlton, Law y Best, con la que conquistó 2 Campenatos de la Liga inglesa y 1 Copa de Europa.
Best el héroe, el ídolo, aquel chico de melena larga considerado como el Quinto Beatle, que se convirtió en mediático y marcó una moda, una tendencia en el fútbol británico. Ese mismo que recibía unas 10.000 cartas semanales y que temió por su vida cuando en Lisboa tras finalizar un partido ante el Benfica un aficionado saltó al campo con un cuchillo, no para matarlo, sino para pedirle un mechón del pelo. Un genio que dejó momentos inolvidables en un terreno de juego, como aquel 14 de marzo de 1965, cuando en el mítico estadio La Luz de Lisboa, en el que el Benfica llevaba 19 partidos europeos sin conocer la derrota. 'Bestie', de solo 18 años que al igual que sus compañeros, tenía la consigna de su técnico de contener y hacer valer el 3-2 de la ida, hizo dos goles en los primeros 12 minutos. Una exhibición que tuvo su contestación cuando a la finalización del choque el sabio técnico inglés le dijo lo siguiente: "Es obvio que usted no ha escuchado mis instrucciones. Gracias". Otro gran momento lo vivió en la final de la Copa de Europa disputada el 29 de mayo de 1968, ante el Benfica, cuando en la prórroga Best hizo una jugada de antología y dejó sentado al defensa y portero luso, abriendo el camino de la victoria para un Manchester que acabó venciendo 4-1. Su peculiar personalidad se puso de manifiesto una vez más cuando a la finalización del partido declaró lo siguiente: "En aquel gol estuve a punto de arrodillarme y marcar el gol con la cabeza. A mi entrenador le hubiera gustado. Aunque dejó una incesante estela de genialidad allá por donde pasó, un 7 de febrero de 1970, regaló a los Red Devils otra de esas mágicas tardes. George llevaba seis semanas sin jugar por una suspensión y decidió anotar el mismo número de goles. El Manchester venció en el feudo del Northampton por 2-8 con una memorable actuación de Best, "Simply The Best"...
Ese mismo genio que nos regaló aquella acción en Windosr Park, cuando con la camiseta de Irlanda osó arrebatarle en el aire un balón al mítico Gordon Banks y anotar un gol de pillo, de bandera.
No cabe duda de que nació con el talento y el apellido adecuado pero quizás todo llegó demasiado rápido, con 22 años tocó la cima del mundo, entonces todos le halagaban, le idolatraban. Todo fue así hasta que un día tomó la senda equivocada y ataviado con su disfraz nocturno sucumbió al alcohol, ese mismo día en el que decidió dejar de ser futbolista. Un hombre que a los 26 años entró en una inestable vorágine de destinos, de equipos, de delirio personal. Cuando murió el futbolista comenzó a sucumbir la persona, una curiosa paradoja puesto que ese balón que tanto amó acabó devorándole.
Ese fue George Best, un talento grandioso, ágil, rápido y goleador del que Pelé llegó a decir que era el mejor jugador del mundo. Un extremo zurdo extraordinario que jugaba con ambas piernas, un jugador que además de hacer todo lo que hacía un extremo poseía una calidad innata para el gol, por lo que podía jugar en cualquier posición de la línea de ataque.
El primer y único irlandés en conseguir ser coronado mejor jugador Europeo del año, cuando en 1968 y con solo 22 años fue elegido Balón de oro. George Best, el héroe, el ídolo que dejó una estela de doce años en rojo del United en los que anotó 137 goles en 361 partidos.
Su hermana Barbara en cambio recuerda al niño, al joven que un día se marchó, ese chico bromista que tan feliz le hizo en su niñez. Ese era su recuerdo vital más intenso, por encima del héroe, aquel al que un lluvioso y triste día de otoño se dirigió en su discurso final con un mensaje de amor, amor al hermano. A ese hombre, que como Anne (su madre), sucumbió al alcohol, pero también a aquel que derrochaba tanto carisma que cientos de desconocidos, aún a día de hoy presumen que fueron amigos de Best habiéndolo visto un solo día de sus vidas.
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