Cuando Gulliver volvió a Inglaterra de la tierra de Houyhnhnm, encontró que nada era tal y como lo recordaba. Nada lo percibía igual. Su trabajo de médico, su mujer, sus hijos; eran elementos extraños que se le antojaban innobles después de tanto tiempo con los Houyhnhnms, caballos dulces con una perspectiva idealista de la vida. Caballos que habían esclavizado a los humanos, que ellos llamaban Yahoos, por ser violentos, desconsiderados, primitivos e incapaces de vivir en armonía. Incapaces, también, de sentir el amor; aunque todo esto no forma parte del tema que nos ocupa.
El regreso de Lance Armstrong sigue suscitando debate. Foto: BBC
La cuestión es que, una vez regresado, Gulliver empezó a sentir asco por todo. No quería que nadie se acercara a él porque ya no veía humanos sino Yahoos. Desconfiaba de lo que había sido su familia, lo que había su entorno, en parte también porque percibía que muchos de ellos le miraban con recelo. Como preguntándose por qué volvía después de varios años perdido por el océano, sin dar señales de vida, de los que regresó contando alucinantes historias que más tarde servirían a los que las oían para hacerse un poderoso esquema mental que incluso les situara por encima de los demás.
Lance Armstrong volvió al ciclismo profesional en enero del año pasado y da la sensación de que no volvió como se fue. Lógica deportiva: después de no dar una sola pedalada en competición desde julio de 2005 (si exceptuamos sus triatlones), era absolutamente normal que le costara recuperar sus cualidades. Incluso que las hubiera perdido. Además, el considerable tren superior que tuvo que adquirir precisamente para el triatlón supone un lastre terrible a la hora de escalar cualquier puerto. Por tanto, no debería ser noticia verlo a cola del pelotón. No debería ser noticia que perdiera tiempo.
Sin embargo, esperábamos que Gulliver volviera de Houyhnhnm y se pusiera a ejercer como médico. Lo esperaban, más bien, esos medios generalistas que no entienden por qué es positivo para las fuerzas de un ciclista ir a rueda, y si lo entienden es por compararlo con el rebufo de la Fórmula 1. Este rosario de segunditos que se ha ido dejando etapa a etapa, kilómetro a kilómetro, es sin embargo para el aficionado especialista pura lógica, ya que su confianza es que la fortaleza mental del texano le hará dejarse ver por orgullo aunque la fortuna deportiva siga (seguirá) dándole la espalda.
Tal vez el texano no la busque. Desde que anunciara su 'comeback' en septiembre de 2008 (desafortunada fecha que coincidió en plena lucha de su coequipier Alberto Contador por la Vuelta a España), se ha venido especulando con si la naturaleza de su regreso es deportiva o mediática. ¿Es el interés de Lance Armstrong engrandecer su leyenda? ¿Puede serlo más? Siete Tours consecutivos le colocan ya en los anales de la historia, sin necesidad de hacer nada más.
La posibilidad de un regreso deportivo es incluso una falta de respeto a actuales ciclistas profesionales. Lance habría presupuesto que podría ganarles aún después de tres años y medio parado. Gulliver se pasó de listo, los enanos intentarán aplastar al único gigante uniendo sus pequeños rencores, que diría Sabina. Los Yahoos que Gulliver veía en los humanos se unirían contra él, le tacharían de loco. Algunos le tacharon, de hecho. Pero no hizo falta ir más allá: Gulliver no estaba dispuesto a volver a ser médico, su reino... ya no era de este mundo.
Seguramente el regreso de Armstrong sea puramente mediático, y desde esa perspectiva debemos entenderlo. No quiere un reinado deportivo porque ya lo tuvo; sólo quiere contar sus historias, beneficiar a su Fundación Livestrong contra el cáncer. Y, mientras lo hace, otros podrían aprender de él. Podrían escuchar su historias de caballos que viven en armonía e intentar calcarlas. Podrían aprender de su ejemplo mediático, de cómo atraer todos los focos hacia ti mediante una personalidad atractiva, una historia personal bonita explotada sin llegar al hartazgo, la explotación de canales de comunicación hasta ahora indómitos en el ciclismo y casi la totalidad del deporte, como su famoso Twitter.
Pero no se hace, porque se prefiere señalar las vergüenzas deportivas de un Gulliver al que posiblemente le traen sin cuidado esas consideraciones. Por qué volverá después de tres años y medio sin estar aquí, dicen los enanos. Si ahora podemos ganarle, somos mejores médicos y mejores humanos porque nosotros sí sabemos como funciona esto ahora y a él le falta costumbre. Señalemos a Gulliver y hagámonos los sorprendidos por su debilidad sobre la bicicleta, a la par que nos relamemos heridas de cuando nos humillaba en tiempos pasados.
Y no recordemos cómo, con él sobre el escenario, los focos de la atención general nos iluminaban con fuerza. Cómo no va a tener Gulliver cierto asco a los Yahoos. Como no los va a mirar, incluso, por encima del hombro. Si resulta que es el que comprende todos los aspectos del juego mediático, igual que Gulliver comprendía al final del valiente libro de Jonathan Swift todos los sistemas políticos y la condición humana. Y nadie le escucha.
Lance Armstrong es un gran deportista, pero por encima de todo es un gran personaje. No queramos comprender su regreso como un asunto competitivo, igual que los regresos de Michael Jordan eran posiblemente un intento de relanzar la marca Air Jordan y no de ganar otro anillo más para la colección. Los corredores deben aprender de él; ahora la fuerza mediática es la que distingue a los grandes campeones y futuros leyendas de los grandes deportistas que no trascienden más allá.
Aprendamos de él, que es puro personaje. Que, por orgullo, igual nos regala alguna gesta sobre la bicicleta de aquí a final de año. Pero que, sobre todo, nos habrá regalado el retorno del ciclismo a la primera línea de atención, y una guía práctica de cómo mantenerlo en ella.
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