Siempre he sentido una especial predilección por las personas que tienen pasión por contar historias. De pequeño me gustaba quedarme en la puerta del bloque en las noches de verano a escuchar las voces de los vecinos contando historias antiguas, hasta que mi padre me reclamaba desde el balcón con su vozarrón de autoridad.Algo similar viví ayer cuando, acomodado en la primera fila de un auditorio expectante, escuché a Ramón Lobo describirnos que el periodismo no es otra cosa que descender del avión y tratar de encontrar gente que te cuente cosas.
Ramón Lobo, corresponsal de El País
La charla versaba sobre los avatares del corresponsal de guerra 2.0, o algo así, pero Ramón se aferró, como a un clavo ardiendo, a que las nuevas tecnologías no van a cambiar para nada la esencia del periodismo, porque el periodismo de calidad sigue consistiendo en lo mismo: hablar con la gente, contrastar las fuentes y escribir buenas historias. Es el periodismo cercano, apegado a la vida y a las miserias humanas, porque son su balón de oxígeno existencial, la única garantía de pervivencia futura.
Ramón lo admite sin contratiempos, cuando cuenta que en Bosnia estuve con el pack satélite como gran novedad y casi todo el trabajo consistía en buscar un sitio para transmitir la información. Formaba parte de su labor, había que contar las cosas y había que hacerlo bien.
Reconoce, desde la humildad que caracteriza a un buen periodista, que para no ser analfabeto siempre he tratado de estar al día en las nuevas tecnologías y las valora como un cambio positivo, porque desde que tiene blog, ha encontrado en el lugar donde escribir despacio. Algo que me recuerda aquella sensación de orden irreconocible arreglado con el preciosismo vicioso de un soltero empedernido de la casa de Abrenuncio, el médico de Del amor y otros demonios de García Márquez, que afirmaba sin contemplaciones que cuanto más transparente es la escritura más se ve la poesía.
Ramón reivindica que escribir bien es algo que debiera ser obligatorio para el periodista y que el lema de la profesión tendría que ser aquel viejo axioma de quién diablos se va a leer el primer párrafo. El primer párrafo es el que crea la adicción necesaria para que se produzca la complicidad.
A pesar de su amplio bagaje, es un férreo defensor de las nuevas tecnologías porque sirven para crear esas complicidades con los lectores y, aunque cree firmemente que no verá la desaparición del papel, sabe que las nuevas tecnologías te ofrecen una capacidad extra de trabajar a varias velocidades y se siente algo molesto con que la tendencia que se está imponiendo sea no salir a la calle, sino mirar en Internet, llamar por teléfono, y no ir al sitio, cuando esto último es la esencia del buen periodismo. Por eso es partidario de establecer nuevos códigos de seguridad que garanticen la veracidad de la información que se ofrece en la red.
Para Ramón el periodismo es como un castillo al que llegas y llamas, porque está cerrado a cal y canto. Cuesta un mundo romper la barrera y entrar. Es como una carrera larga, una maratón. Y son las nuevas tecnologías las llamadas a derribar esa barrera, hacer que desaparezca como por ensalmo, porque con ellas tú puedes crear el medio.
Está convencido que el papel se va a tener que transformar radicalmente, porque es de obligado cumplimiento volver al gran reportaje, y reinventar la prensa, pero el periodista tiene que saber que si renunciamos a la calidad, la gente nos abandonará.
Se alinéa en el bando de los que no ven Internet como una amenaza, sino como el periodismo del futuro, pero sin prisas, porque la prisa genera peligros y el periodismo sigue siendo una profesión tan apasionante que es mejor tomar a sorbos pausados.
Nunca como ahora los periodistas han tenido más instrumentos para poder hacer un periodismo sin dueños de periódicos, un periodismo sin corbatas que expulse a los políticos declarativos de los medios. Porque si quitamos todo el periodismo declarativo de un diario nos encontraremos con un espacio enorme para las historias.
Fiel defensor de que detrás de las cifras siempre hay gente y es necesario contar su historia, opina que el periodismo es un oficio que vas aprendiendo de la gente que conoces y que los periodistas sólo somos buscadores de contexto, porque sin contexto no hay historias.
Él, que es como quien dice un recién llegado a las nuevas tecnologías, explica cómo éstas han trasladado al tercer mundo nuestra forma de vida y le ha hecho ser consciente de su pobreza, porque la mayor tragedia del mundo subdesarrollado es que no tiene voz y somos nosotros quienes debemos dársela.
Sabe que el buen periodismo no va a morir nunca; se va a transformar, se va a contar de otra forma y que es necesario entrenarse para ver las cosas que nadie ve pero que están a la vista de todos, ese es vuestro trabajo. Porque los periodistas trabajamos para tres grandes sectores; los lectores, las compañías de los otros medios y tus propios compañeros del periódico.
Y yo le escucho como un niño embobado y atónito ante un cuento fantástico, un cuento que narraba de hombres intrépidos no por valientes, sino por coherentes con una visión propia del mundo y un convencimiento arraigado en lo más profundo de su ser; que contar historias puede ser la mejor manera que conozcamos de cambiar la mierda de mundo que nos rodea.
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