Los países enriquecidos no estamos permitiendo que se produzca el desarrollo demográfico que permitiría la transición económica en los países empobrecidos, pues se pretende reducir la pobreza matando pobres, en vez de cambiar el modelo económico. Sólo este punto de la reflexión de Ana Solano, profesora de Medicina de la Universidad de Sevilla, llama la atención por su rotundidad. Pues esperen a leer el resto.
La presión demográfica en los países empobrecidos es un problema para el expolio de su riqueza por parte de los países enriquecidos. Los países empobrecidos tienen (que no poseen) gran cantidad de materia prima: energética (gas, petróleo ), biológica (bosques, tierras fértiles, biodiversidad ), mineral (minerales y piedras preciosas ), además de condiciones políticas que permiten la explotación laboral hasta niveles de esclavitud y la depredación y contaminación ambiental; las empresas multinacionales evitan dificultades para su expolio por los conflictos laborales o desordenes civiles en una población hambrienta y desesperada.
De ahí la necesidad de ejercer un control demográfico que se ha convertido en un auténtico genocidio: millones de muertos, la mayoría mujeres y niños, es el balance anual de los más de 70 conflictos armados existentes en el mundo; 100 millones de niños abortados al año; 85% de la población mundial condenada al hambre y la miseria, muriendo por enfermedades superadas por la ciencia; 400 millones de niños trabajando en régimen de esclavitud con muy baja esperanza de vida; 1.500 millones de personas que, en este contexto, están desempleadas; torturas, pena de muerte Todo sin contar con las cifras que arrojan las campañas de esterilizaciones que, bajo el nombre de salud reproductiva, que se han podido conocer y denunciar.
Cualquiera de estas cifras tiene dimensiones de genocidio, así hemos llamado a los efectos de la II Guerra Mundial, que ahora multiplicamos anualmente.
En Europa, la transición demográfica de los dos últimos siglos, marcada por el descenso de la mortalidad, provocó un crecimiento vegetativo de la población hasta que las tasas de natalidad se redujeron espontáneamente antes de la última reducción drástica y artificial- y se reguló el equilibrio de la población con niveles bajos tanto de mortalidad como de natalidad.
Es esta transición la que no dejamos que se produzca en los países empobrecidos, porque va paralela al crecimiento en los niveles de desarrollo. No es que cuando se reduce la natalidad hay desarrollo, como nos quieren hacer creer; es que cuando hay desarrollo baja la mortalidad y consecuentemente la natalidad, aunque esta última se retrase algo en el tiempo y provoque un autolimitado crecimiento vegetativo de la población.
En España todos los partidos políticos han aceptado el aborto, y cada gobierno ha ampliado su uso, hasta convertirlo, en la práctica, en método anticonceptivo. Hoy hemos superado los 100.000 abortos anuales. Y es que pensamos como vivimos; disfrutamos de 23.000 euros de renta per capita, fruto del expolio al 82% de la humanidad, por lo que no es extraño que justifiquemos la implantación de una cultura de muerte. Hemos aceptado construir nuestro bienestar sobre la muerte de los empobrecidos.
Además, y por la misma causa, la cultura de la sociedad moderna ha expulsado los valores religiosos, los referentes filosóficos e históricos, incluso el pensamiento científico, dejando como único valor el pragmatismo tecnológico y, con él, el utilitarismo y la eficiencia como máximo valor. Este reduccionismo antropológico convierte todo problema humano en problema técnico y considera buenas todas las soluciones técnicamente posibles.
Por el otro extremo de la vida, encontramos que la población del planeta ha envejecido como consecuencia del último descenso de la natalidad, sobre todo en los países enriquecidos. La presencia cada vez mayor de viejos exige cambios estructurales y culturales que los integre; pero la cultura violenta, depredadora, utilitarista y salvajemente competitiva del imperio no lo permite.
Como en el caso de los empobrecidos, opta por eliminar a los débiles, por culpar a las víctimas. Igual que pretende reducir la pobreza matando pobres, en vez de cambiar el modelo económico; pretende resolver los problemas del envejecimiento de la población, matando viejos; y así con cualquier otro tipo de debilidad o limitación.
Afirmamos rotundamente que es una hipocresía oponerse al aborto o a la eutanasia, y aceptar el modelo económico y político que genera esta cultura de muerte sustentadora de todo atentado contra la vida. Estamos en realidad ante una objetiva conjura contra la vida, o nos encontramos en una 'guerra de los poderosos contra los débiles'. Es esta la verdadera magnitud del problema, y todo reduccionismo contribuye a mantenerlo y acrecentarlo.
La falsa izquierda, instalada en el poder, traiciona, a la vez que utiliza demagógicamente, la cultura de los pobres y obreros en su lucha histórica por la dignidad de toda vida humana.
En el mundo han sido muchos los regímenes supercapitalistas que han legalizado el aborto. Han sido hombres como Robert McNamara quienes han impulsado la aceptación del aborto, los que lo han impuesto como algo conveniente para el dominio del capital multinacional; Hitler lo negó para su raza aria que quería potenciar, pero lo impuso para los demás bajo su dominio.
Sin embargo son muchos los testimonios como el de Elizabeth Cady Stanton en 1868 en el periódico sufragista 'La Revolución', considerando el aborto como un infanticidio: "cuando consideramos que las mujeres son tratadas como propiedad, es degradante para las mujeres que tratemos a los hijos como una propiedad que se puede desechar como queramos".
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