Si bien la penicilina cura a los hombres; el vino les hace felices. Alexander Fleming
El mundo del vino ha sufrido en España una radical transformación en los últimos años. La total modernización, racionalización y puesta al día, ha alcanzado todos los ciclos del trabajo vitivinícola. Empezando por la cepa y el terruño, mimados como nunca, siguiendo con las propias bodegas, a cuyas asépticas instalaciones se ha incorporado lo último en maquinaria y conocimientos enológicos; y terminando por las propias botellas y la imagen de marca en general, con etiquetas de diseño vanguardista, publicidad rutilante, presencia en medios, webs, etc.
El sector en su conjunto ha sufrido una auténtica revolución.
A ello se debe añadir la paradoja de que si bien cada vez bebemos menos vino, somos más entendidos en el tema. La cultura del vino se ha incorporado, con su específico vocabulario incluido, a nuestra cotidianidad. Cualquier mindundi que se precie maneja y diserta con vehemencia sobre conceptos como cata, crianza, denominaciones de origen, tipos de roble, que si tempranillo o cabernet. ¡Y pobre del que no lo haga! ¡Estará fuera del selecto club! No será ni cool, ni in. No será digno portador de todos esos ridículos epítetos a los que nos obligan los caprichosos dictados de la moda de turno.
Desde luego ,nada tienen que ver nuestros flamantes y afamados vinos actuales, alabados en el mundo entero por gurús y enteraos dispensadores de gloria, con aquellos rústicos tintorros de antaño. Aguachirlados unos, directamente oxidados y alcohólicos los otros. De norte a sur y de este a oeste. Desde Rías Baixas al Penedés, desde La Rioja a Jumilla, pasando por Ribera del Duero, La Mancha, Rueda, Navarra, Méntrida, Utiel-Requena
En todas partes se elaboran caldos excelentes, bien trabajados, modernos, pero sabiendo guardar las peculiaridades que los diferencian enriqueciendo la oferta.
Así que somos, según el sumo sacerdote Parker desde su Wine and advocate, la reserva vinícola de occidente. Su futuro más prometedor. Y usted que lo vea y lo saboree, oiga.
Y, como remate, hemos descubierto las gratas prestaciones que nos procura el enoturismo.
Spas, museos del vino, restaurantes fetén, tiendas con la más original imaginería báquica para vestir cuerpo y hogar, enotecas reputadas, concursos, rutas a pie o en los más variados medios entre viñedos de ensueño, tratan de seducir la cartera del enópata, ya lo sea éste por convicción o por mero esnobismo, al amparo y reclamo de visitas a bodegas diseñadas por los más admirados arquitectos.
Nada que objetar.
En un entorno globalizado, sujeto a inextricables vaivenes económicos, todos tenemos derecho a rentabilizar al máximo aquello de lo que vivimos. En esto, como en todo, serán la propia formación, capacidad, necesidades y exigencias del adocenado turista-consumidor las que finalmente decidan y filtren el alcance real del boom. Si optan por simples parques temáticos de débil huella emocional, o prefieren una verdadera experiencia cultural y sensorial que les enriquezca y amplíe sus horizontes. Que de todo hay en la viña del Señor.
Ahora que todo el mundo bebe crianzas y maneja con desparpajo y soltura las añadas a tener en cuenta de las principales regiones vinícolas, yo, con el punto quisquilloso que me caracteriza, me atrevo a sugerirles el redescubrimiento de los vinos jóvenes o de cosechero (que, además, son los más razonablemente asequibles y eso es hoy valor añadido). Y de eso saben mucho en La Rioja.
Sitúense, Rioja Alta y Rioja Alavesa, Haro en el extremo occidental y Laguardia en el oriental. El caudaloso río Ebro culebreando y quebrando estas bellas y adustas tierras de suelos arcilloso-calcáreos. La majestuosa Sierra Cantabria al fondo, resguardando de los húmedos vientos del norte un viñedo que se antoja infinito. Estamos en la tierra matriz, en el pálpito primigenio, del que han nacido los vinos que tanta y tan merecida fama han dado a esta región. Un puñado de pequeños y coquetos pueblos, arracimados todos en torno a imponentes y pétreos campanarios, en los que toda la vida gira en torno a las nobles labores de elaboración del vino. Äbalos, San Vicente de la Sonsierra, Briones, Labastida, Baños de Ebro, Samaniego, Elciego Villabuena, Navaridas, Paganos
A sus acogedoras y silenciosas calles se asoma la historia desde innumerables palacios blasonados. Esta zona, por su situación estratégica como paso y frontera, fue eterna disputa entre los reinos de Castilla y de Navarra. Sus nobles casonas guardan, al amparo ocre de sus piedras, mil anécdotas de señores y de batallas. Pero también de humildes y sabios campesinos que han sabido conservar y perpetuar una forma de hacer y de entender el vino, y por ende el mundo: sus céleres vinos de cosechero, elaborados en calaos y pequeñas bodegas familiares sin apenas variaciones desde hace siglos. Una forma de producción que convive hoy con esa revolución del sector a la que aludía al comienzo del artículo.
La uva, una vez vendimiada, es transportada a las bodegas y volcada a unos lagares de cemento. Una vez allí, sin despalillar (gran diferencia con los modernos usos), es pisada, dejándose que el propio peso de los racimos inicie una fermentación intracelular (maceración carbónica), soltando una capa de mosto en el fondo. Este mosto libera anhídrido carbónico que desencadenará la fermentación de las bayas enteras. El contenido es removido y remontado. De ahí pasará a unos tinos, también de cemento (ni madera, ni acero inoxidable), donde se reposará y redondeará. Y
a embotellar .Nada de robles eslavos o franceses. A la botella y a la mesa. Vinos hechos para ser bebidos jóvenes, de consumo inmediato y mínima producción. Tintos no citados en listas Parker, ni ofrecidos desde las pizarras de las enotecas más concurridas en Madrid o Barcelona. Vinos con el brío de la juventud, concentrados, astrigentes, afrutados, violáceos. Viriles, fogosos y perfumados, con el cosquilleo del carbónico haciendo travesuras en la punta de la lengua. Vinos que no han conocido madera que los dome, ideales para el poteo tan habitual en la zona. ¡Y muy baratos!
Aprovechen uno de los próximos puentes, o fines de semana, y acérquense a visitar esta tierras de áspera belleza y cordial trato. Llamen a la puerta de alguna de las pequeñas bodegas de cosechero, convenientemente señalizadas, y prueben. Me lo agradecerán.
Abundan los alojamientos rurales y los pequeños hoteles con encanto.
Cosecheros recomendados: Luberri (Bodegas Luberri, Baños de Ebro), Peña de la Rosa (Bodegas Peña de la Rosa, Äbalos), Solana de Ramírez (Bodegas Solana de Ramírez, Äbalos), Zaldívar (Bodegas Zaldívar, Labastida), Albíker (Bodegas Altún, Baños de Ebro, Gontés (Bodegas González Teso, Labastida).
Oficina de turismo de Laguardia: tel.945 600 845
Www/laguardia.com
Oficina de turismo de Haro: tel.941 30 33 66
Turismo Gobierno de La Rioja: 941 29 12 60
Www/lariojaturismo.com
Por Ginés
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