Desde que tengo recuerdos de mi infancia, viajar por el mundo era una de mis pasiones. De pequeño es muy fácil motivarse con la posibilidad de conocer cada rincón (fútbolístico, claro) del planeta. Una de las paradas obligatorias para mi ambiciosa colección de ideas se fijó en Praga. Casitas de cuento, cascos antiguos perfectamente conservados, calles estrechas sin final a la vista y, desde luego, esa sensación de misterio e incógnita que rodea a la región de Bohemia (que por algo recibe ese sosegado nombre).
Mi idea, aún latente en mis quehaceres, no se ha desvanecido pese a los continuos rumores de conocidos que solamente me animan a viajar a la República Checa para conocer a las chicas más guapas de Europa, que bien diría algún amigo mío, asegurándome que allí ha visto chicas de a pie que parecían modelos.
Yo, menos insigne en tales pensamientos, no quiero conocer a aquellas chicas rubias de ojos azules que parecen sacadas de un anuncio de perfume, sino la historia de un chico. Uno rubio, con ojos azules y larga melena pero que, al contrario que las modelitos, ha logrado su propia fama con un balón en los pies, rompiendo todos los prototipos y sacando a relucir su energía. La misma que ahora le pide un parón y aquella que, al agotarse, nos priva de un auténtico hombre de fútbol. Nos priva del carácter en estado puro. Nos priva de Pavel Nedved.
El Ángel azul nació en la citada región de Bohemia (en la humilde Ched de apenas 30.000 habitantes), aunque vivía con su familia en una pequeña casa en Skalná, un pueblo de apenas 1800 habitantes donde creció. Allí, olvidando el mundanal ruido, alejado de los problemas urbanos y escondidos de las riquezas del la capital, el joven Pavel empezó a interesarse por el fútbol y se enroló en el equipo del pueblo, el absolutamente desconocido Tatran Skalná. Tenía sólo siete años cuando conoció a aquella pelota que jamás le iba a dejar de lado y por la que bien merecía la pena apostarlo todo.
Así, decidido a intentar profesionalizarse, se alejó de aquella llamada a la serenidad y quietud, mudándose en cuanto le fue posible a la vida urbana de la preciosa Praga. Su pasión por el fútbol fue prosperando mientras se dejaba ver por las categorías inferiores de varios equipos como el HR Cheb, Skoda Plzen o Tabor. Justo al cumplir la mayoría de edad, el histórico Dukla de Praga iba a ser quien apostara por aquellas melenas alocadas que no paraban de corretear con frenesí. Los Vojáci le vistieron de corto en 1991 pero no llegó a la veintena de partidos y el gigante nacional, el Sparta Praga, ya le acechaba para llevárselo al AXA Arena y hacerlo explotar. Allí militó durante cuatro años más pero la gran oportunidad le estaba esperando a la vuelta de la esquina.
La suerte le acompañó cuando en 1996, con la edad perfecta para dar el salto, fue uno de los máximos referentes de la selección checa que rozó el éxito en la Eurocopa de Inglaterra. Aprovechando la mejor camada de jugadores de la Cesti Ivi, llegó hasta la mismísima final, donde sólo un gol de oro del alemán Bierhoff evitó que se completara el sueño más surrealista del planeta fútbol en los últimos años. Berger, Poborski, Nemec, Kuka o Kouba, tocaron el milagro peor fue Nedved quien más y mejor supo relanzar su carrera pues el Lazio no dejó escapar a aquella perla.
Con los celeste vivió el momento cumbre, los años más gloriosos de su historia y se convirtió en el estandarte de un equipo poderoso que ganó dos Coppas, dos Supercoppas e incluso un Scudetto, algo que no se ha vuelto a repetir desde entonces y que costó 26 años (el anterior fue en 1974). Un elenco de estrellas dirigidas como Simeone, Verón, Lombardo, Peruzzi, Almeida, Nesta, Salas, Stankovic o Vieri, dirigidas por Eriksson. Fue el segundo título liguero de un equipo que, además, cerró un pasaje épico al coronarse además campeón de la Supercopa de Europa y de la última Recopa (la famosa ante el Mallorca). En todas esas finales, sobre todo en la disputada ante los baleares, la aportación de Nedved fue clave, vital y tremendamente provechosa para sus compañeros.
Con semejante caché y tras haber dejado claro su nivel durante varios años en la Serie A, el gigante bianconeri llamó a su puerta cuando el proyecto laciale tocó a su fin producto de la crisis que le derrumbó. La todopoderosa Juventus no dudó en tirar la casa por la ventana con nada menos que 41 millones de euros, más que suficientes para que Pavel les jurara amor eterno y máxima implicación. El checo hizo más grande a la Vecchia y la signora le hizo más grande a él, porque a los dos años de haberse vestido de bianconeri, Nedved recibió el Balón de Oro en 2003 (segundo checo en lograrlo tars Masopust), lo que acredita que su campaña fue sencillamente sublime. Como juventino ha sumado dos Supercoppas y dos Scudettos pero su pasión y fidelidad se demostraron tras el descenso administrativo de 2006. Las estrellas (Ibrahimovic, Vieira, Cannavaro, Zambrotta) se fugaron y él, pese a haber pasado malos momentos y decidir sobre su continuidad o colgar las botas, decidió arrimar el hombro una vez más para colocar a su equipo y a su afición, donde merecían.
Dos despedidas anticipadas con una selección checa que siempre tiró de él en momentos clave, seis galardones al mejor jugador checo del año, un Golden Foot, dos veces incluído en el Dream-Team de Europa, elegido entre los 100 mejuores jugadores de la historia y nada menos que 91 internacionalidades, muestran el potencial y el entusiasmo que emana. Un jugador distinto, ambicioso, peleón, entregado y en cuento a rendimiento, sencillamente inigualable. Sólo le falta la Champions y va directo hacia ella. Es el último sueño de aquél Ángel azul nacido en Bohemia.
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