A veces entre el ajetreo del Metro te paras a contemplar los detalles que jalonan las estaciones madrileñas. Muchas veces me he preguntado por qué en el suelo de la estación de Guzmán el Bueno hay un puñal y una torre. La leyenda que hay detrás es más que interesante. La historia siempre está llena de pequeños e interesantes callejones.
Guzmán arrojando el cuchillo. La leyenda nace.
Alfonso Pérez de Guzmán gobernaba la pequeña ciudad cristiana de Tarifa en el año 1294. Su rey Sancho IV le otorgó ese cometido. Curiosamente su enemigo no era otro que el infante don Juan, tío del monarca, que por aquella época había forjado una alianza de civilizaciones con varias facciones árabes, algo muy del uso en esos tiempos. La ciudad de Tarifa fue sitiada y ante la rocosa defensa del Guzmán los sitiadores secuestraron a su hijo Pedro Alonso Pérez de Guzmán.
Cuenta la leyenda que el ejército sitiador llamó a Guzmán el Bueno a las murallas para negociar. La puerta de la ciudad a cambio de la vida de su hijo. Su proposición era sencilla y a la vez terrible. No es difícil imaginar, aunque no por imaginarlo tuvo que ocurrir, a Alfonso Pérez de Guzmán observando desde las almenas a su hijo. Tomándose unos instantes de reflexión. Observando las lágrimas de su esposa. Mirando la ciudad y al ejército enemigo. Una pausa dramática en cámara lenta propia de una superproducción de Hollywood.
Y repentinamente un cuchillo con el blasón del Señorío de Sanlucar cae desde las almenas. Ahí tenéis mi respuesta grita regio e implacable Alfonso. Su propio cuchillo arrojado desde la torre, los iconos que aparecen en el metro de Madrid, para acabar con la vida de su propio hijo. Evidentemente Tarifa nunca fue conquistada.
Más allá de la veracidad de la historia o leyenda lo cierto es que Guzmán el Bueno, para todos menos para su hijo por supuesto, fue una figura destacada en el peridodo medieval de la península, tan desconocido. A base de batirse el acerco contra los reinos de Marruecos, en plena descomposición interna, consiguió forjarse un señorío en las tierras del Alfarje, el Bajo Guadalquivir y Guadalete (incluían los actuales territorios de San Lúcar de Barrameda, Rota, Chipiona y Chiclana de la Frontera) que no tenía parangón en la época. De hecho el señorío de Sanlucar que inauguró Guzmán el Bueno se convirtió, con el paso de los años, en la Casa de Medina-Sidonia. Una de las casas nobles con más alcurnia de nuestro reino de España, que aún hoy en día suena altiva e imponente a nuestros oídos, por más que sean palabras o títulos que no tengan importancia.
Guzmán el Bueno, que sacrificó a su hijo por el rey y la plaza, murió, como no podía ser de otra manera, combatiendo en la sierra al Reino de Granada, el bastión más poderoso de los musulmanes en España en el año 1309. La historia particular de este guerrero, uno más en una época de hombres rudos y luchadores, pasaría a los anales por el sacrificio de su hijo.
Y hoy cada día, cientos de personas homenajean en silencio la leyenda de Guzmán el Bueno, mientras acuden a su cita con la línea naranja o con el circular en el metro de Madrid.
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