¿Por qué las clales y plazas deben llevar el nombre de personajes históricos que siempre incomodan a alguien? La última propuesta del alcalde de Zaragoza, Juan Alberto Belloch, conocida ya por todos, es sustituir el nombre de la calle del General Sueiro por el de Escrivá de Balaguer. A muchos les indigna que el fundador del Opus Dei tenga una calle; otros justifican el cambio diciendo que hay que eliminar de forma progresiva cualquier mención al franquismo en las ciudades. Yo estoy de acuerdo con los dos bandos.
Marcelino Iglesias, Juan Alberto Belloch y la Iglesia
No me gusta que haya calles con el nombre de militares que desobedecieron su mandato constitucional. Y no me gusta que haya placas con el nombre de iluminados fundadores de sectas. Entre Sueiro y Balaguer, la verdad, no sé cuál me parece peor.
No quiero entrar en las razones del alcalde para elegir precisamente este nombre como sustituto. No me interesan. Sí quiero, en cambio, proponer desde aquí un cambio general de nomenclatura de las calles. Estamos demasiado acostumbrados a vivir en el Paseo de Sagasta, a ir al restaurante de Isabel la Católica o a quedar en la plaza San Miguel (por poner ejemplos cercanos).
No reparamos en que Sagasta fue un militar metido a político que gobernó durante la Restauración, alternándose el poder con Cánovas del Castillo para manejar entre ambos partidos el cotarro durante un periodo de la historia de España caracterizado, como dijo Juan Costa, por la oligarquía y el caciquismo. Tampoco caemos en la cuenta de Isabel la Católica (su apodo ya demuestra que la fe es, para muchos, un elemento a destacar) expulsó a los judíos y a los musulmanes (causa en buena parte de la carencia tradicional de clase media en España y, si llevamos las consecuencias hasta el final, de la Guerra Civil), e instauró la Inquisición. Ni en que San Miguel es, como mucho, un personaje de ficción que, al parecer, protege a la Organización No Gubernamental más poderosa del mundo, la Iglesia.
Lo más sensato sería desterrar de las calles toda mención a reyes, políticos, batallas, países, santos, mártires, guerreros... Es decir, desterrar la historia de nuestras calles. A muchos les parecerá una exageración, dirán que es una forma de recordar nuestro pasado. Pero está comprobado que, en demasiadas ocasiones, no se conoce bien quién fue el tipo que aparece en nuestro DNI.
Se me ocurren varios temas con los que renombrar las calles y plazas: escritores, cantantes, películas, flores, canciones, libros, estrellas, animales... Hay quienes se negarían a vivir en la calle Pulp Fiction o en la plaza Kind of Blue. La solución lógica, entonces, es imitar a Nueva York y numerar las calles. Eliminaría cualquier connotación religiosa, política o de cualquier tipo y facilitaría su localización. Es más fácil saber dónde cae la avenida 19 que la calle Sevilla.
Sé que es un deseo casi imposible. Hasta que la razón entre en las cabezas de nuestros políticos, seguiremos discutiendo por los nombres de unos cuantos tipos muertos.
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