Edén Hotel - Argentina. Así llegaban las cartas del extranjero. En el membrete no hacía falta poner nada más. El majestuoso Edén se bastaba del nombre propio. Hoy es un puñado de ruinas ancladas entre los cerros La Banderita y El Cuadrado, en la profundidad de La Falda, provincia de Córdoba. Ahí, donde el 19 de septiembre de 1897 empezó la historia de esta ciudad serrana: cuando Roberto Bahlke, un militar alemán, compró las 900 has. de la Estancia e imaginó un hotel. Paradisíaco.
Por allí pasó, entre las décadas 20 y 40, lo más encumbrado de la oligarquía argentina y la alta sociedad europea. Las personalidades que llegaban a la Argentina eran traídas al Edén, dice Verona Ceschi. Así fue como, seducidos por el lujo, visitaron sus instalaciones: Albert Einstein, Berta Singerman y Ruben Darío. Y los músicos Hugo del Carril y René Cospito. Cuentan que algún coterráneo ilustre se dejó atrapar por el clima seco y el sol pleno, huyendo de la tuberculosis. Que durante la Segunda Guerra Mundial fue un reducto del nazismo, y que luego alojó a los marineros del Graf Spee y cónsules japoneses.
Pero también dicen que lo dejaron caer, casi moribundo. Se lo dejó a este grado de destrucción porque una de las maneras de destruir la verdad histórica es que no quedara rastro del Hotel, explica el historiador Alfredo Ferrarassi, quien por estos días trabaja en su nuevo libro Edén Hotel, palimpsesto de la historia. Esta es la historia de un Hotel que fundó un pueblo en el Valle de Punilla, a 70 kms de la capital cordobesa. Un Hotel que, por su magnitud, fue considerado en su época, el más importante de Sudamérica. Pero que terminó fagocitado por su propia oscuridad. Por su propio misterio. Y por eso tal vez, pocos quieran saber qué fue del Edén de aquellos años. Que es saber sobre su ciudad. La que caminan todos los días. Mientras, el elefante dormido, como lo llamó el mozo del Hotel Atilio Pereira, espera que la noche se lo trague, lleno de misterio.
La fundación germánica
En un viaje relámpago, Bahlke marchó a Buenos Aires en busca de inversionistas para su faraónico proyecto. A su vuelta, el grupo Tornquist aportaría parte del dinero. Mientras, se asociaba con María Herbert de Krautner, una empresaria hotelera y conseguía el apoyo económico del suizo Juan Kurt. El Edén iniciaba los cimientos. El 26 de diciembre de 1898 se registraron los primeros turistas. Siete años más tarde, Krautner timoneaba el Hotel en soledad. Lo regentearía hasta 1912. El 15 de mayo de ese mismo año los hermanos Walter y Bruno Eichhorn, venidos desde Sajonia, se hicieron cargo de la Estancia La Falda y el Edén Hotel, como se conocía al predio. Ambos venían casados. Pero sería Ida, la mujer de Walter, la que se convertiría en símbolo y referente del Edén. Era una mujer hermosa y temible. Tenía unos ojos azules profundos y una cara redonda y su presencia imponía respeto, recuerda el médico Héctor Montoya en un documental realizado por la televisión alemana.
El siglo exigía cambios. Fue entonces cuando los Eichhorn iniciaron una serie de reformas, en esa especie de ciudad art-noveau que brillaba en las sierras. La modernización fue abrupta. Luego de las ampliaciones el Edén contaba con: 80 habitaciones (algunas con baños privados) y suites presidenciales donde se alojaron: Julio Argentino Roca, Figueroa Alcorta y Roberto María Ortiz. Un salón comedor con capacidad para 250 personas, un salón de fiestas con parquet esloveno, un Teatrino en el patio interno donde actuaron Berta Singerman y René Cospito. Se incorporó una Orquesta permanente que debía tocar, mientras los huéspedes comían, para silenciar los ruidos provenientes de la cocina. Se amplió la cancha de golf hasta 18 hoyos. Además, tanto niños como adultos, podían utilizar la de tenis, criquet y una pileta semi olímpica. Pero eso no era todo. Del cerro El Cuadrado (propiedad de La Estancia, al igual que La Banderita) bajaban leche, queso y manteca. Había producción propia de embutidos, carnes y verduras. Si hasta tenía un generador de electricidad importado desde Alemania. Nada se compraba afuera, salvo el vino, recuerda Atilio Pereira. El vino se guardaba en la bodega subterránea. Pero frau Ida tenía otro gustos. La vegetación que bordeaba el Edén, había sido traída, por ella misma, desde Transilvania y plantada por una cuadrilla de hombres.
Para ese entonces el Edén se autoabastecía. La noche costaba 8 monedas de oro y la estadía mínima era de tres meses. Las familias más castas de la sociedad argentina y europea llegaban con sus choferes, criadas e institutrices. Por allí pasaron los apellidos locales de Anchorena, Blaquier, Bunge, Rocha y Alemann; como así también el Príncipe de Gales y el Duque de Saboya. Aunque no todo fue realeza. En 1954 el cuerpo de bailarinas del Folies Bergere de París, realizó un puesta para los más íntimos. Para ese entonces el Edén ya había perdido brillo y sus paredes comenzaban a impregnarse de hollín. Otra de las personalidades excluyentes llegó en 1925. Einstein se paró sobre las escalinatas de mármol de carrara e inmortalizó un tiempo. Fueron sólo dos horas, que alcanzaron para vestir al mito y transformarlo en una visita de días. Ese mismo año los Eichhorn desembarcaban en Alemania. Pero esa es otra historia: una de la más oscura del Edén Hotel.
La amistad
Los Eichhorn regresaron de Europa con una nueva variedad de árboles, unas cajas de vino Rin y la incipiente amistad con el nuevo líder alemán Adolf Hitler, que perduraría por años. En la plenitud de la década del 30, La Falda era cada vez más la prolongación de una comunidad germánica. Habían adaptado el paisaje. Ahora era el tiempo de las ideas. Mis abuelos estaban muy entusiasmadas con las ideas del führer, como toda la Alemania. Más tarde nació una gran amistad, dice Verona Ceschi, nieta de Ida. Las internas del vínculo con el führer dispararon las más extrañas conjeturas. Cuentan que una antena ubicada en el techo, retransmitía las arengas de Hitler desde Alemania y que luego eran reproducidas por los altoparlantes internos del Hotel. Que parte de la campaña electoral fue aportada por los Eichhorn. Que Ida y Walter realizaron dos viajes más, anteriores a 1933. Lo cierto es que después del triunfo de Hitler, los Eichhorn recibieron un diploma que los involucró directamente. En El Edén Hotel de La Falda, el historiador Carlos Panozzo reproduce el texto fechado el 14 de mayo de 1937: Por encargo del Führer y cancilleres del Reich otorgo como muestra de agradecimiento y por servicios especiales a Frau (Sra.) Ida y a Herr (Sr.) Walter Eichhorn la Condecoración de la Cruz de Honor de Alemania.
Hitler dominaba Alemania a su antojo. Y los nazis comenzaron a llegar. Según la revista ATP, publicación faldense, Adolf Eichmann, miembro de las SS retozó un verano en La Falda. Años más tarde uno de sus hijos se casaría con Elvira Pummer, hija del jardinero del Edén. Pero no fue el único. En 1939 fue alojada parte de la tripulación del acorazado Graf Spee, hundido por su capitán Hans Langsdorff, en las costas del Río de la Plata. Como así también la aviadora Hanna Reitsch. El cruce de cartas entre los Eichhorn y Hitler se repitieron. Al tiempo que se proyectaban imágenes de los encendidos discursos del führer, una foto autografiada de Goebbels dormía en la mesa de luz de Ida.
En 1945 todo cambió. La caída del régimen dividió las aguas. Y los grupos antinazis aprovecharon la hora señalada. Algunos pintaron con una V negra los frentes de las casas adscriptas al Eje y otros barrieron con el águila del frontispicio, que flaqueaba entre las letras E y H. La realidad cambiaba de dueño. Y de idioma. Creo que se quiso haber podido ocultar cosas de la época del nazismo pero creo que lo más significativo es que no se lo investigó. Se jugó mucho con la tradición oral. Y no todos vemos los mismo del mismo suceso, concluye Ferrarassi. En poco tiempo el gobierno argentino incautó el Edén. Los Eichhorn cerraban así una época de gloria y oscuridad. Alemania empezaba a quedar cada vez más lejos.
El elefante dormido
En 1947 las tres K: Emilio Karstulovic, Constantino Kamburis y Ascher Kutscher, asumieron la conducción del Hotel. El país era otro. Perón presidía la Argentina y el movimiento obrero había ganado terreno. Al ver el fenómeno que se estaba produciendo la oligarquía cambio su lugar de descanso. Y el Edén perdió las visitas ilustres que desembolsaban una gran cantidad de dinero. Un año antes el descubrimiento del antibiótico barría con la tuberculosis y ya internarse en las sierras por temor al contagio o buscando sanación, no era negocio. La firma mantuvo el Edén hasta 1958. Después vinieron una sucesión interminable de sociedades anónimas, apoderados y firmas de hojaldre que intentaron ponerlo de pie. Pero fue en vano. El Edén Hotel comenzaba un silencioso deterioro.
El 9 de septiembre de 1988 fue declarado Monumento Histórico Municipal. Sin embargo fue saqueado. Hoy, en lo que antiguamente se conoció como El salón chino por su arquitectura oriental, funciona el bar Einstein. Y nada más. Dentro del Hotel queda parte de la Usina, un secador de ropa, una máquina de hacer helados y los pisos hexagonales belgas que aún no han podido despegar. El Edén, que alguna vez fue un paraíso, un reducto fastuoso de la oligarquía, que supo albergar artistas, que coqueteo con el nazismo, pero que por sobre todas la cosas fundó un pueblo, hoy es un viejo que respira un aliento pesado. Lento. Acaso como si no quisiera saber más nada con la vida y se le fuera durmiendo cada extremidad de su cuerpo. Hasta desaparecer. Los unos creen que con firma inocente/pasarán de seguro a la posteridad/los otros confían que musa clemente/no los mate al ver tanta barbaridad, escribió Ruben Darío en 1901. Las firmas perduraron. De la barbaridad sólo queda el recuerdo de los que quieren recordar.
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