El caché en el mundo del fútbol se consigue en base a los títulos. El palmarés de un técnico es el mejor aval para sentarse en los banquillos más potentes del mundo y para marcar tendencia con un estilo que logre los elogios de tus propios jugadores. Posiblemente, el entrenador más valorado de momento haya logrado hasta la fecha levantar 1 Champions, 1 Copa UEFA, 2 Premier, 1 FA Cup o 1 Supercoppa italiana, pero no es suficiente para controlar el vestuario de un Inter con demasiados excesos. Y es que José Mourinho, hasta ahora rodeado de profesionales que acompañaban sus metas de la mano, se ha topado con un vestuario que le ha obligado a tomar decisiones complicadas que, al menos por ahora, no demuestran la inteligencia para quien alardea de superioridad.
Cuando Mou llegó este verano a Meazza, se encontró un equipo hecho a imagen y semejanza de su antecesor, un Roberto Mancini que había ganado dos Scudettos pero que era multi-criticado por su indolente estilo de juego. El portugués llegaba para revolucionar a un gigante dormido en Europa y apuntalar un estilo que, siendo bueno, reclamaba retoques para resultar imparable. En ese camino, como todo técnico de crédito inagotable, solicitó refuerzos a su medida (Mancini, Quaresma, Muntari ) tomó decisiones con algunos jugadores casi defenestrados (Suazo se marchó y otros como Jiménez, Dacourt o Figo están en la sombra) y hasta decidió mantener a aquellos que se habían ganado su sitio (Balotelli, Crespo, Cruz). Sin embargo, medio año después y siempre desde la firmeza del liderato, su juego sigue siendo deplorable y los cracks se le han sublevado.
Lo más decepcionante ha sido comprobar que aquella ley de orden y mano dura que hizo apología en el Chelsea, se ha vuelto caricaturesca como neroazzurri. El ejemplo más claro donde el luso ha actuado de manera errónea lo puede explicar a las mil maravillas Adriano o, mejor dicho, Balotelli. El brasileño ha sacado el lado altruista de su técnico, perdonándole varias salidas de tono como borracheras y desconsideraciones a sus compañeros, premiándole además con la titularidad en partidos clave. Mientras, Balotelli era restituido de sus galones, frenado en seco por su falta de minutos y hasta destituido al equipo primavera. El joven siciliano ha amenazado con marcharse ante la falta de coherencia de su técnico, empecinado en sacar lo mejor de un emperador con muchas ganas de fiesta. Por rendimiento deportivo, futuro, profesionalidad y hasta sentido común, resulta imposible mantener el crédito sobre alguien que no desea poseerlo.
Súper-Mario no es el único que ha visto como una decisión tan irresponsable se topaba ante sus ojos. El jardinerito Cruz, más acostumbrado a estas medidas leoninas y fuera de cualquier lógica deportiva, ha mantenido la serenidad que le otorga su experiencia pese a haber sido el centro de las críticas de su propio enterrador. También Crespo, algo más tocado por el irreparable lastre de las canas, mantenía el tipo mientras era cortejado por media Europa. Otros como Suazo, ahora en el Benfica, fueron mejores previsores y decidieron buscarse su éxito lejos del gobierno de facto en el que se ha convertido la casa de los Moratti.
Pero el desprecio hacia sus delanteros no ha sido el único fallo grosso que ha reflejado Mourinho en su corta estancia como interista. En la búsqueda de soluciones al estilo directo, ramplón y muy físico de Mancini, el luso propuso mayor presión, extremos bien abiertos a las bandas y laterales de gran recorrido. Por desgracia, el experimento selló su carpetazo en las primeras jornadas y, desde entonces, el Inter sigue tan falto de identidad como antaño. Quaresma ha sido el bluff del año en Italia, Mancini busca una salida desesperada para volver a brillar como en el Olímpico, Materazzi ha perdido definitivamente su puesto como titular y jugadores como Figo, Jiménez, Dacourt, Toldo o el propio Crespo, sólo se dejan ver como interistas a fin de mes. Toda plantilla que aspira a grandes metas tiene problemas con los reservas pero el Inter no puede tacharlos como tal porque la mayoría de ellos acaban de llegar al club o han sido renovados hace meses.
El único gran valor que se puede atribuir a Mourinho es el de haber dotado a Ibrahimovic de esa confianza y trabajo constante que lo colocan como un punta insustituible en el panorama actual. El sueco está logrando sus mejores registros, es clave en el juego de su equipo y brilla como de él se esperaba hace años. Sin embargo, si para que el escandinavo dé el do de pecho hay que eliminar del mapa a la mayor promesa europea, completar el banquillo con cracks en decadencia y apoyar a aquellos que encuentran en las excentricidades su bienestar particular, quizás Don José debería replantearse sus principios. Siempre que éstos no le hayan abandonado ya.
José David López (Redactor Diarios de Fútbol)
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