Mis pasiones italianas

Italia es uno de los pocos países cuyas leyes se inundan de asteriscos cada dos veranos, concretamente cuando la ‘azzurra’ juega un torneo de enjundia. La Eurocopa y el Mundial paraliza el país y se genera una fragorosa ventolera de optimismo entre los ‘tifosi’.

Si juega Italia el tiempo se para, los exámenes finales modifican horarios, la gente deja de trabajar, el transporte se interrumpe y los ‘pizzaioli’ congelan la masa y guardan la pasta. Cada individuo procura ver los partidos en idéntico lugar, con la misma gente sentada en un orden semejante y, por supuesto, todos con la misma ropa del choque anterior. Estas pequeñas costumbres es lo que se conoce como ‘scaramanzia’, una concatenación de hechos que realizan los italianos para alterar el destino. Y los repiten sólo si los astros se aliaron de su parte la primera vez.

Este ritual tan minucioso es un tributo a la selección italiana. Y es que todo gira alrededor de ella. Se perdona llegar tarde a la oficina, que cierre la ‘Scala’ de Milán, que descansen los gondoleros, que la Fontana di Trevi deje de echar agua a borbotones e incluso que el Papa retrase su comparecencia de los miércoles en la Plaza de San Pedro, el núcleo central del Vaticano.

Cualquier hábito es susceptible de modificarse, salvo ver el partido de Italia con la misma ‘maglia’ Dolce&Gabbana de la semana anterior.

El Milán, la Juve, la Roma, el ‘limoncello’ e incluso el arte barroco de Bernini y Borromini pasan a un segundo plano para los hinchas italianos, ‘escaramanticos’ de nacimiento, devotos por la ‘azzurra’ de profesión. Para ellos, éste es el camino para conseguir la obra maestra y evitar la autodestrucción. Así conciben el fútbol en Italia. Como una gran pasión.