De Brian Friel. Con: María Pastor, José Maya y Raúl Fernández. Dirección: Juan Pastor. Madrid. Teatro de La Guindalera. 14 de diciembre de 2008.
Cuán lejos está Molly del protagonista de En la ardiente oscuridad de Buero Vallejo. Y es que a diferencia de Ignacio, que no se resigna a aceptar su ceguera porque la considera una tara física, Molly Sweeney, invidente como él, parece haber asumido sin reservas esa condición y se ha construido un universo pleno, una identidad diferenciada, autónoma, que la permite ser perfectamente feliz. Así se nos muestra desde la obertura de la pieza, jubilosa, segura de sí misma y llena de entusiasmo y energía en la rememoración de su infancia y aprendizaje al lado de su padre en un impresionante monólogo que constituye toda una celebración de la vida y de la naturaleza.
El conflicto, empero, surge cuando irrumpen en su vida Frank, con el que se casará de inmediato, y el doctor Rice, otrora famoso cirujano que ha venido a establecer su consulta en el perdido pueblecito que ha visto crecer a la dulce Molly, y que se empeña, para satisfacer su -como él dice- insana fantasía de médico, en operar a la joven. Porque ¿por qué tendría ella que operarse? ¿No había interiorizado plenamente la realidad a través de sus otros sentidos y se había fabricado un mundo a su medida en el que cada cosa estaba en su lugar? ¿Es sólo condescendencia con los deseos de su marido, o acaso sueña, como Ignacio, con el hermoso espectáculo de la luz de un cielo estrellado, con abrir una nueva puerta al misterio de la naturaleza?
La obra no proporciona respuestas a todas estas preguntas aunque nos permite acceder al complicado proceso de toma de decisión de Molly y conjeturar la titánica lucha interior de la protagonista antes de ceder a las sugerencias de Frank y del doctor Rice para que se someta a la operación. ¡Qué espléndida manifestación de su rebeldía la virulencia y el frenesí con los que se entrega a la danza tradicional irlandesa en la fiesta que se organiza en su honor la noche antes de ser internada en la clínica! Y nos permite, también, vislumbrar la alegría momentánea, efímera, de su ingreso en el mundo de la luz y de las formas, y las primeras dificultades para atribuir un sentido a las imágenes que la inundan, que la aturden; y la frustración, después; y el pavor del exilio de su universo anterior y la desolación por la nostalgia, ... y la locura de una identidad fracturada.
Para relatar esta historia Brian Friel se sirve de una hábil traslación al teatro del estilo indirecto narrativo y lleva hasta sus últimas consecuencias la técnica perspectivista. Consigue así, desde esa multiplicidad de puntos de vista, enriquecer la percepción que los espectadores tenemos de los personajes y del conflicto, a la vez que provoca un raro efecto de extrañamiento que convierte la recepción en una suerte de proceso analítico sumamente estimulante. Se trata de un juego muy sutil al que el director los actores han sabido sacar todo su partido, o sea, todo su potencial dramático. El director, porque sin su talento para descubrir las líneas de fuerza de este texto complejo y deslumbrante y su rara morfología el montaje no habría sido viable. Los actores por su sensibilidad para captar y transmitir su atmósfera íntima y familiar, sus pizcas de humor, su fina ironía y su elevado vuelo poético, además de encarnar, naturalmente, cada uno de ellos a caracteres funcional y temperamentalmente muy diferentes.
Y No hay reservas en la valoración de estos tres consumados intérpretes, sólo admiración y gratitud porque su trabajo es espléndido, sobre todo el de la protagonista, María Pastor, en un papel que parece hecho a su medida. Ya hemos dado cuenta en párrafos precedentes de algunos momentos particularmente brillantes de su actuación, pero su trabajo no se agota en ellos sino que ilumina, en cada escena, con la modulación de su voz, con sus manos prodigiosas, con los imperceptibles cambios de su respiración anhelante o sosegada, cada uno de los rincones de la mente lúcida y perspicaz y del corazón noble y generoso de Molly Sweeney. Raúl Fernández compone a un pintoresco, vital y entrañable Frank, aturullado, vehemente, parece tener averiado el mecanismo de orientación de su sentido práctico, porque se embarca en inverosímiles aventuras destinadas al fracaso, entre ellas, su bienintencionado empeño en que Molly recobre la visión. José Maya encarna a las mil maravillas al doctor Rice, una vieja gloria de la medicina ahora venido a menos; es un tipo correcto y atildado que vive vuelto al pasado, aferrado a la nostalgia y aceptando a duras penas su derrota; le obsesiona la idea de redimirse de su fracaso, para lo que no dudará en utilizar a Molly.
Gordon Craig.
15-XII-2008.
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