Visitando a la prima olvidada del norte

Con la que está cayendo cualquiera se atreve a pedir días libres en el trabajo, y menos con el pretexto de irse de vacaciones. ¿Solución? Escapadas de fin de semana para visitas relámpago. Riga es una ciudad perfecta para tal fin. Acogedora y manejable, la capital báltica lleva demasiado tiempo relegada a un injusto segundo plano en la industria del turismo.

Una de las calles de Riga (Flickr)

Cierto es que su inclusión en la Unión Europea allá por 2004 dotó a la ciudad de un importante empujón económico, pero Riga continúa siendo una eterna olvidada a la hora de escoger destino. El acceso es fácil, y compañías como Ryanair ofertan vuelos más que económicos (la aquí firmante llegó hasta la capital letona, vía Estocolmo, por el módico precio de 1 céntimo). Riga no es especialmente grande, particularidad que es de agradecer cuando la noche cerrada envuelve la ciudad prácticamente después de comer y lo que más apetece es ver pasar las horas con una taza de café entre las manos. Para estos antojos estamos de suerte: hay quien llama a la ciudad “la París del este” por sus numerosos cafés con encanto. Hay quien necesita buscar parecidos y similitudes a todo. Pero este pequeño momento de placer hay que ganárselo, y primero hay que patear la ciudad.

Un buen sitio para comenzar es la Casa de las Cabezas Negras. La fachada renacentista recuerda su pertenencia original a los llamados mercaderes del Báltico, auténticos sotentores del poder en la época. En 1941 fue destruída, pero el 800 aniversario de Riga se consideró motivo más que suficiente para reconstruirla. Frente a ella se encuentra la oficina de turismo, parada muy recomendable para surtirnos de mapas y guías en caso de haber llegado con lo puesto. Otro imprescindible de nuestra ruta es la catedral, mezcla de estilos románico y gótico cuyos muros acogen además todo un museo de historia de la ciudad y en el que destaca el famoso órgano Waclker & Co. de 1883. La Iglesia de San Pedro, patrón de Riga, también debe incluirse en la ruta, cuyos ladrillos rojos nos darán una idea de la arquitectura típica de las regiones bálticas.

Si el viajero dispone de tiempo, es recomendable visitar el Museo de la Ocupación para conocer mejor la historia más reciente de la ciudad. Siguiendo con el paseo llegamos al Castillo de Riga, a orillas del río Daugava que atraviesa la ciudad. Se fundó en 1330 y sufrió varias reconstrucciones y anexiones a lo largo de los años. Actualmente es la residencia del presidente.

La llegada al Monumento de la Libertad nos situará de nuevo en el centro de la ciudad, desde donde podremos ir a tomar el prometido café al inicio del texto. Eso sí, antes conviene detenerse a admirar este simbólico elemento que en la época comunista se comparaba (en un alarde de humor muy particular) con una agencia de viajes: se decía que todo aquel que depositará flores a sus pies podía contar con un viaje a Siberia.

Como último consejo conviene recordar que Letonia es un país en el que las restricciones se toman muy en serio (recordad el caso de los jóvenes españoles detenidos por burlarse de la bandera), por eso no cuesta nada echarles un vistazo antes de ir. Buen viaje.